La hora señalada
ROLANDO CORDERA CAMPOS
Domingo 09 de Diciembre de 2018 8:49 am
UNA vez ocupada la Presidencia y
empezada la formación concreta del nuevo gobierno, la política del poder
reclama su lugar en el espacio real y virtual de la sociedad mexicana. La
afirmación fundadora del pretendido nuevo régimen y la prometida cuarta
transformación, de que lo primero es separar el poder político del económico
para darle al primero la primacía que le corresponde en toda democracia
constitucional, tiene ahora que pasar de los hechos pedagógicos y puntuales,
como el de la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, a la
construcción de una perspectiva y una visión de gobierno y de Estado que dé
sentido a dicha separación y congruencia a los compromisos que le ganaron al
presidente López Obrador la simpatía y el voto de millones de mexicanos. Un día después de la toma de posesión,
según la encuesta de El Financiero, los ciudadanos ratificaron su decisión de
julio. Las contradicciones y hasta posibles incongruencias que diversos
analistas apuntaron a los discursos del sábado no hicieron mella en los
encuestados, quienes parecen dispuestos, por ahora, a tener paciencia a cambio
de bienes simbólicos como la apertura de Los Pinos, la venta de aviones,
similares y conexos, así como la severa crítica del neoliberalismo o la
reivindicación del pasado económico de México sin la menor consideración a los
hechos y los dichos que han configurado ese pasado. La reinvención de la historia es una
tentación presente en y de los vencedores, pero la situación de México en un
mundo cada día más incierto, reclama un esfuerzo máximo de responsabilidad y
claridad en el diagnóstico. Sólo así, desde una plataforma consistente de
conocimiento de nuestra realidad, podremos trazar las grandes coordenadas de un
proyecto para el desarrollo nacional que se haga cargo de la enorme acumulación
de desigualdades y carencias que nos definen. Hoy, muchos dicen que el gobierno es
dueño del tiempo y que las asignaturas pendientes pueden diferirse. Por
ejemplo, ha dicho el Presidente que hasta que transcurran 3 años se encararán
los desafíos de un sistema financiero disfuncional y de una estructura fiscal
rígida e ineficaz. En particular, la adicción de las cúpulas del poder económico
y político a la concentración de la riqueza y el ingreso, hasta convertirlas en
una cultura afrentosa del privilegio y el agravio. Jugar con el tiempo puede resultar muy
costoso. De estallar el descontento social, los dirigentes pueden sentirse obligados
a cambiar el rumbo en estos y otros temas antes de que el plazo prometido se
cumpla, y desatar una crisis de confianza de proporciones inusitadas. Aquellos
primeros años 60, en que en una crisis de este calibre diera lugar a la
configuración de la estrategia del desarrollo estabilizador, no van a
repetirse. Los apoyos sociales y proletarios con que contaba aquel gobierno, si
hoy aparecen están deshilvanados, desperdigados, sin más rumbo que el que la
victoria de julio les marcara y que, por definición, se torna evanescente con
los días. Una coyuntura desastrosa, indeseable
del todo y para todos, puede irrumpir como tormenta que, sin respetar
trayectorias conocidas por los mejores meteorólogos, cambie de dirección. Puede
volver sobre su traza anterior y sorprender inermes a grupos enteros, regiones
confiadas e ilusionadas, élites autosatisfechas e ignorantes de la
potencialidad de las múltiples jugarretas de la interdependencia intensa en la
que estamos metidos. De aquí la importancia, la urgencia, de darle a la
política del poder otra densidad, cambiando los términos del acuerdo entre los
poderes para abrir el paso a una fórmula renovada y productiva de economía
mixta.
Nada de esto va a ocurrir con un pobre
Estado. Pobre y sometido a una penuria fiscal que no podrá exorcizarse
proponiéndola como virtud teologal o recibida de los ancestros más lejanos. La
hora de la reforma hacendaria para recaudar más, gastar más y mejor y con
transparencia nos llegó. Hay que convertir al Congreso de la Unión en el foro mayor
donde se delibere y acuerde dicha reforma y, también, se encauce la otra
asignatura pendiente: la del federalismo. La política exige actuar a la hora
señalada. El reloj no puede, no debe, seguirse atrasando.