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Descanchados



DENISE DRESSER


Lunes 10 de Diciembre de 2018 8:07 am


COMO kamikazes estrellándose contra los buques del enemigo. No había pasado ni una semana desde la toma de posesión, y los líderes de la Cuarta Transformación ya estaban lanzándose contra la Suprema Corte de Justicia. No habían transcurrido ni 7 días desde la toma de protesta, y el Presidente, junto con los líderes de Morena en el Congreso, decidieron arremeter contra la división de Poderes. La Corte –cumpliendo con sus atribuciones– aceptó revisar la acción de inconstitucionalidad sobre la Ley Federal de Remuneraciones de los Servidores Públicos, y suspendió su aplicación. La respuesta no se hizo esperar, y fue estridente. AMLO acusó a los ministros de dar un “mal ejemplo”, de no ser gente honesta o sensible, de no ser partidaria de la justicia. Ricardo Monreal auguró un “episodio de confrontación” con el Poder Judicial. Mario Delgado presumió la desobediencia a la Corte, anunciando que el Presupuesto 2019 contendría los recortes aprobados. Y después soltó la advertencia autoritaria: “Aunque se resistan, habrá austeridad republicana”.

Austeridad necesaria, aplaudida, exigida. Austeridad que el nuevo gobierno debe aplicar, pero no de esta manera. Con leyes mal hechas, mal redactadas, sin técnica legislativa básica, sin conocimiento de la normatividad que regula al gobierno, sin entendimiento de la Constitución. Con iniciativas basadas en el revanchismo o en la ignorancia, y cuyo destino es predecible. En la medida que la 4T se preocupa más por los mensajes que manda que por las leyes que elabora, muchas acabarán cuestionadas y en manos de la Suprema Corte. En la medida que el nuevo gobierno se ocupa más de la política simbólica que de la política pública, asegurará la popularidad, pero no una mejor gobernabilidad. Arremeter contra los privilegios desmedidos es redituable y arranca aplausos; elaborar leyes que no corran en contra de la Carta Magna es difícil y producirá litigios sin fin.

Pero en vez de cuidar cómo y para qué hace las cosas, la 4T opta por el pleito. En vez de pensar dónde sí vale la pena ahorrar y recortar de manera sustantiva y no sólo publicitaria, AMLO elige el zafarrancho con la Corte. Y esa opción facilona lo coloca en un sitio donde no debería estar: en la cancha de los gobiernos democráticamente electos que des-democratizan. En la cancha de líderes que excorian los procesos y las instituciones que los llevaron al poder. Como advierten Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en How Democracies Die, ahora las democracias no mueren a manos de generales, sino de líderes electos. No mueren de golpe, sino paso a paso, erosión tras erosión, cuando prometen construir una democracia más “auténtica”, pero acaban minándola. Quizás AMLO, Monreal y Delgado crean que están mejorando a México al agredir al Poder Judicial, al alimentar la enjundia contra la Corte. En realidad, están dañando a la democracia endeble, al denigrar uno de los pocos contrapesos con los que todavía contamos. Demuestran un compromiso redistributivo, pero no un compromiso con la legalidad.

Sin duda, el nepotismo, el influyentismo y la falta de austeridad del Poder Judicial son problemas que deben ser corregidos. Sin duda, la Suprema Corte en ocasiones ha protegido privilegios, ha sido cortesana del poder, ha tomado decisiones –como la Guardería ABC y el primer fallo del caso Cassez– que contradicen su autonomía y evidencian su independencia intermitente. Pero también tumbó la Ley Televisa y la Ley de Seguridad Interior, despenalizó el aborto, aprobó la regulación de la mariguana, apoyó los matrimonios del mismo sexo. Es falso, como lo declarara AMLO alguna vez, “que la Corte nunca ha hecho nada bueno por el pueblo”. Es un poder criticable y a la vez indispensable; inconsistente y al mismo tiempo imprescindible. Es un poder que la 4T podría mejorar, y eso no se logrará enviando ternas a modo o denostando a ministros que no se prestan a serlo.

Al embestir a la Suprema Corte, AMLO y los dirigentes de Morena revelan dónde están parados. Y hoy no es un buen lugar. Es un sitio habitado por des-democratizadores que perciben a la vía institucional como frustrante, lenta, engorrosa; que ven a los contrapesos como camisa de fuerza, no bien necesario. Quieren ser libres, sin tener que sujetarse a las reglas, jugar limpio, atender a los réferis, respetar a los árbitros. Para efectos del partido democrático, la 4T parece estar descanchada.