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SERGIO BRICEÑO GONZÁLEZ

Juez que ha sido delincuente


Martes 11 de Diciembre de 2018 8:07 am


NO se trata de aferrarse, de mantenerse en el sitio a pesar de los demás. Lo que hizo la Suprema Corte de Justicia, probablemente podríamos llamarlo traición a la patria si nos pusiéramos en el lugar de quienes, estando en el poder, no han podido limpiar los establos en los que siguen chapoteando los integrantes de la ya muy conocida “burocracia dorada”, cuyos adeptos y simpatizantes continúan argumentando que si no ganan casi 600 mil pesos, entonces los ministros se vuelven, en automático, corruptibles.

Pero incluso ganándolos, parecieran sucumbir a los cañonazos de los interesados en cada uno de sus casos. El más reciente de ellos, el relacionado con la elección a la gubernatura en Puebla, donde Martha Érika Alonso, esposa del ex mandatario Rafael Moreno Valle, se quedó con el triunfo después de una aparatosa y multicuestionada elección contra Miguel Barbosa Huerta. Y el problema no es cuál de los dos contendientes pudo haber sido más sucio en sus métodos y procedimientos, sino que la SCJN valida unos comicios donde lo que abundó fue la suciedad.

Hay una crisis de Poderes. El Legislativo ya intentó bajar los sueldos de todos los altos funcionarios y no pudo. El Ejecutivo, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, cuestiona a cada tanto la situación, sin poder hacer algo para impedir que los ministros y magistrados sigan medrando en el presupuesto de todos los mexicanos. Hay desprestigio también, falta de confianza, situaciones que juntas llevan a un callejón sin salida en el que se acaba de dar una nueva confrontación cuando el Consejo de la Judicatura Federal salió demasiado pronto a “desmentir” los dichos del Presidente.

¿Por qué tanta prisa en decir que “ni remotamente” ganaban los 600 mil pesos que señaló López Obrador en su conferencia matutina? ¿Cuáles son los verdaderos motivos que se esconden tras la obsesión de mantenerse chupando de la nómina? La verdad es que ninguno de los ministros ha dado muestras de estar del lado de los mexicanos. La posición en que se encuentran es tan delicada, que refleja en el fondo cuál es su compromiso con México: ninguno.

Cuando se habla de los procesos de selección y elección de los magistrados y ministros, vemos que ni siquiera con la fuerza del Congreso se pueden evitar irrupciones del cochupo y el disfraz, de los valores entendidos y el arreglo en lo oscurito. Tendrán que pasar muchos años antes de que veamos a un integrante de la Corte o de algún Tribunal de provincia encarecer su posición y mirar de frente a la deidad de la balanza, patrona del equilibrio y la justicia.

Es una pena que la democracia tenga que acudir a otros métodos para poder desmontar una parte de esa burocracia dorada para poder continuar con sus planes de austeridad y gobierno horizontal. Y es una pena, también, que quienes se suponen deben entender el valor del equilibrio y la citada justicia, sean los primeros en oponerse a los cambios. López Obrador tendrá en esta actitud una serie de piedras en el zapato, porque encima de todo están enronchados, enconchados, afianzados en sus puestos como si en ello les fuera la vida.

Lo que ocurrió con el ministro Genaro Góngora Pimentel, quien tenía de empleadas de la Corte a sus amantes y metió a la cárcel, sirviéndose de su cargo, a la madre de sus hijos en castigo por haberle ganado un juicio de manutención, es un botón del inmenso jardín de abusos y corruptelas que han sumido a este país en una atmósfera de privilegiados y humillados, de sátrapas y expoliados.

En síntesis, mientras no exista una verdadera vigilancia ciudadana sobre el ejercicio del Poder Judicial, éste seguirá su natural proceso de putrefacción hasta contaminar, como ya lo ha hecho, otros ámbitos de la vida pública.

Sueldos bajos, decoro, honestidad, verdadero sentido de justicia y sordera ante las acechanzas de los poderosos, es lo que se le pide a cada uno de los ministros de la Suprema Corte, ese Poder de la Unión que, como ninguno de los restantes dos, acapara los mismos privilegios que debiera combatir. Por eso son sabias las palabras de Calderón de la Barca: “Juez que ha sido delincuente, ¡qué fácilmente perdona!”.