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SERGIO BRICEÑO GONZÁLEZ
Día 2019
Martes 01 de Enero de 2019 7:30 am
HEME aquí llegando
otra vez a un Nuevo Año o a un Año Nuevo
con la plenitud y la esperanza de que las cosas
irán mejor, como si la vida se tratara de
un proceso vertical en el que todo avanza,
fluye, se convierte en deseo o pasión, y finalmente
alcanza su clímax, un clímax tipificado por la energía de la
compraventa, en donde somos nosotros y no el prójimo (al
que debemos, dicen, amar y respetar como a Dios y a uno
mismo) los que invertimos en objetos y en sueños. Heme aquí, otra vez
tratando de desbrozar el núcleo duro de la
existencia. Escribiendo, sí, porque ya dijeron algunos que
pensaron antes de nosotros, que escribir es la única forma de
confirmar la validez del espíritu. Porque espíritus pueden
tener los gatos y las ballenas, pero no uno de nuestra
calidad y estatura. Porque almas, esas zonas brumosas cuya
ubicación Goethe estimaba en alguna parte de las
piernas, tenemos solamente quienes podemos ordenar con
cierta coherencia un puñado de pensamientos y esos
pensamientos que llevarán a otros, no pueden ser
extraídos de esa atmósfera neblinosa si no es mediante los
vocablos. Heme aquí, en un 31
de diciembre de 2018, escribiendo algo que ustedes
leerán el 1 de enero de 2019, y quizás, una vez
terminado este párrafo o el que sigue, se dirán, sí, yo he
pensando y he sentido lo mismo que piensa y siente
Sergio Briceño González, a quien conozco en persona o a
quien nunca he visto y sólo he leído. Y entonces diremos
que hay esa cierta comunión que buscan quienes
escriben con quienes leen. Algo no menos complicado que
hacer el cálculo de resistencia de materiales para la
construcción de un puente. Heme aquí,
convencido otra vez de que elegí la carrera adecuada: escribir,
a pesar de que amigos y familiares me decían que no,
que me alejara, que no me convenía, que lo ideal era
ponerse a lavar coches para poder así mantener a mis
hijos. Y si lavé coches y si fumigué casas fue para
poder hacer lo que me gusta, que no es otra cosa sino esto
mismo en donde usted está leyendo a renglón seguido una
serie de palabras cuya factura, cuya raíz se encuentra
en lo más profundo de mi alma. Heme aquí,
queriendo tal vez llorar, no sé si de gusto o de añoranza o de
desesperación, porque estamos iniciando un Nuevo Año y no
sabemos a qué o a quiénes nos tocará
enfrentarnos y si tendremos las armas y la inteligencia
suficientes para poder dar la batalla. Tal vez a la vuelta de mayo
o de agosto o de junio o febrero nos acecha un dragón en
forma de lágrimas o un hada con indumentaria de
risas incansables. La amargura, por cierto, también suele
disfrazarse. Y todos, en algún momento de nuestras vidas,
hemos tenido la propensión a mandar todo al
carajo, actitud por demás saludable en un mundo donde casi
nadie lo hace. Heme aquí con un
año más a cuestas y tratando de dialogar con mis
órganos internos, diciéndole a mi corazón que aguante un poco
más, que prometo no someterlo a más estrés ni
abusar del azúcar o del carbohidrato. O charlando con mi
hígado, al que le digo que no beberé más de dos latones
de Heineken al día. O incluso estableciendo comunicación con mi
sangre, para ver si me puede decir qué le
falta y qué le sobra. E incluso cuando no me responden,
acudir al laboratorio y tener el pliego de sustancias que
conforman mi plasma, mi orina, mis latidos y saber
dónde están las deficiencias y dónde las excedentes. Heme aquí, no sé si
más solitario o más acompañado, con broncas
insalvables entre mis amigos, parientes y yo, rumiando
corajes o bailando de gusto porque pude conseguir
media libra de café descafeinado en el Starbucks después
de que la barista me lo había negado diciéndome que cómo
lo iba a teclear en la caja registradora, que no era posible
poner 200 expresos como equivalente de esa
cantidad de granos sin cafeína. Y yo insistiendo hasta
convencerla y poder, así, acceder a un instante de
iluminación y de alegría. Heme aquí, pues,
celebrando el nacimiento de una nieta llamada
Diony, cuya sola contemplación me produjo una ráfaga de
felicidad, porque la vida, la vida nueva, siempre
tiende a producir alegría y dicha y júbilo. Heme aquí
deseándoles lo mismo: una gran e interminable alegría por estar vivos en un
Año Nuevo 2019.