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Ni vuelto a batir



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 05 de Enero de 2019 7:23 am


DE las pláticas ordinarias con la gente de a pie surgen valiosas opiniones, algunas muy sabias, han pasado de generación en generación, la historia oral. Algunas son valiosas aportaciones que uno ni imagina que se dan en la pobreza del barrio o la comunidad. Harto de escuchar a los analistas de la televisión con sus rollos de la grilla, prefiero las voces que durante décadas he escuchado.

Cuando a alguien le dicen que ni vuelto a batir será diferente, se refieren al tipo flojo que es alérgico al trabajo, al estudio, a la disciplina, al compromiso, adicto a la vida ligera, para sacar provecho de todo sin trabajar. 

Debió hacerse líder sindical, me dijo don Natalio. Mi hijo Martín es mentiroso y vividor, me confió el hombre que mostraba su cara cansada por el paso de los años. Para eso hubiera sido bueno, tiene labio fácil, envuelve a la gente. A quien se deje platicar le saca lo que quiere para su bien. 

El viejo recordó que un día su hijo formó un grupo de campesinos para irse de ilegales a los Estados Unidos. Todos pagaron, él cobró. Todos se fueron, menos él, se quedó con su comisión que los coyotes le cobraron durante 3 años hasta que pagó. Casi convencía a los coyotes, cuando le mostraron un revólver dorado y Martín se hincó, sí tiene un lado débil, dijo su padre.

Martín es jaranero, canta bien. A cambio de rascarle a la jarana se emborracha con sus amigos sin pagar ni un trago. Es el invitado oportuno, porque toca y canta sin cobrar. Puede pasarse toda la noche felizmente borracho, todo le sale gratis gracias a esa facilidad de envolver a la gente, de engañarla y sumarla a su causa. Es enemigo del trabajo. Algunos le dicen bohemio, pero no, es un desobligado y holgazán.

Mi hijo, dijo don Natalio, nunca ha podido casarse ni se casará. Las mujeres de la comunidad saben bien que Martín es un parlanchín. Ninguna mujer confía en que pueda mantenerla y menos si tuvieran hijos. Todo le falla, menos el juego, el alcohol y la vida fácil y corta. Yo no sé de quién heredó su don de güeva, pero así ha vivido 30 años.

El padre se quitó el sombrero y con la mano se peinó el cabello blanco y lacio. El calor costeño del golfo era pesado. No había viento en el verano de Tuxpan, sólo humedad y alta temperatura. Hasta los peces se hundían en el mar para alcanzar aguas frescas. Las aves marinas sólo volaban al amanecer o casi a la caída del sol, no querían quemarse ni deshidratarse.

Don Natalio siguió su plática, desahogándose. Nunca me hace caso, Martín hace lo que él quiere. Dentro de sus males, reconozco que nunca pelea a golpes ni le pega a nadie. Tampoco se defiende, siempre se mantiene al margen, huye de la violencia. Ni de niño peleaba, siempre le ha gustado la comodidad. 

Quiso irse a Xalapa o a México a estudiar música. Aquí aprendió a rascarle con otros jaraneros, la voz la heredó del pueblo, pues en la familia nadie canta. Pero canta bien, es entonado. Cuando supo que si emigraba a estudiar debería trabajar, decidió quedarse en el pueblo, el trabajo lo deprime, dice Martín. Nosotros no podíamos pagarle sus estudios, así que aquí sigue, en este pueblo de Dios.

Tengo un amigo de un partido político, le hablé de mi hijo Martín y quiso llevárselo. Aguantó 3 meses, la disciplina es su enemiga, igual los zapatos, él es feliz con huaraches, su jarana y una copa. Levantarse temprano, bañarse y recibir instrucciones de un político es como una mentada, Martín no es para eso. Bueno, en realidad para nada sirve.

Ni vuelto a batir, dijo don Natalio, el que nace flojo, flojo se muere. Mi hijo no cambiará, nunca será otro. Lo entiendo, ya no lo presiono ni le exijo. Se levanta tarde porque le da hambre. Se baña si tiene fiesta. Algún día, cuando se ausente de este mundo, quizá se le extrañe en casa, no se le extrañará en el pueblo, porque como él hay miles en este mundo.

Yo sí cambié, de viejo, pero cambié. Ya no me preocupo por mi hijo, él no se preocupa por él mismo. Volví a ser feliz.


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