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Tópicos DXXXII



GERMÁN RUEDA


Sábado 05 de Enero de 2019 7:22 am


NORMALMENTE, cuando viajo, así sea a lugares ya visitados, mi impulso es la crónica de lo visto o vivido. Deseaba recrear la asistencia al concierto en la sala de conciertos Benaroya, en Seattle, donde presentaron obras de Dvorak, Kodaly y la Novena Sinfonía de Beethoven. También deseaba recrear el museo de arte en vidrio soplado de un artista local de apellido Chihuly; impresionante. O añadir la experiencia del ascenso a la torre Space Needle, con su torre giratoria a 181 metros de altura, dominando toda el área del Puget Sound.

De todo eso deseaba escribir. Sólo quedó eso como efímero prólogo, pues el Año Nuevo me trajo dos malas, muy malas nuevas.

Hace poco más de 77 años, conocí a un amigo en mi fiesta de cumpleaños 4 y nunca dejamos de vernos periódicamente, a pesar de vivir desde hace décadas en ciudades tan distantes, como Hermosillo y México, o Tehuacán y Colima.

Mi amigo era el segundo vástago de un colimense importante en la política cuando fue Secretario General de Gobierno con Gudiño, y me platicaba de la tierra de su padre con gran entusiasmo; estuvo a punto de ganar la nominación a Gobernador y llevarme a conocer aquel, para mí, desconocido lugar.

Los grillos estridularon en contra del licenciado Rivera y la candidatura se esfumó. Mi amigo nunca volvió a Colima, y por azares de la vida a mí sí me tocó vivir, primero en Manzanillo y luego en Colima capital, adoptándola como mi segunda patria chica.

Ése, mi amigo, acaba de fallecer el segundo día del año, y me deja un hueco difícil de llenar, a pesar de contar con mis cuates de la palomilla de adolescentes y mis cuates tapatíos tan queridos.

Recordar cuántas veces nos metimos ambos a explorar los intestinos de aquel auto marca Willis para conocer de nuestras mutuas inquietudes de mecánica, mover aquella carcacha unos metros adelante u otros atrás para aprender a manejar un auto; esperar el momento para obtener una licencia; haber sido detenidos tripulando el auto, sin licencia ni permiso del dueño, no por falta de pericia, dijo el agente, sino por falta de malicia, y nunca entendimos el término.

Recordar aquel viaje a Tonatico, la tierra de su madre, aquella hermosa mujer de rostro virginal y hablar pausado. Poner a prueba mi valentía para montar a caballo a todo galope con los primos y verlos cazar unas güilotas, dándome en el corazón el acto, pero aún más ingrato, el momento de ver aquel pajarito, frito, patas arriba en mi plato; aterrorizado fui blanco de las burlas al chilango, dueño del pavimento, ignorante de la naturaleza. Tener la necesidad de ir al baño en aquella tabla con agujero, pestilente área apartada de la casa; conocer hombres con nombres extraños, como el tío Filogonio.

Mi amigo era bastante retraído con las mujeres, aun cuando bastante enamorado de Charito la vecina, le gustaba el trago, la trova aquella sobre el viaducto aún sin terminar; Miguelón, la voz cantante y su tuturururu meloso. Una botella de Bacardí, una de Coca-Cola y la serenata estaba lista.

Presenté a Elsa, compañera de secundaria de mi hermana con mi amigo y de inmediato hubo buena química, llevada hasta el altar, produciendo cuatro vástagos, tres varones y Abril, su bella hija. Tanto mi amigo como su hermano mayor estudiaron medicina zootecnia, el malvado de Carlos Rivapacio lo motejaba como médico de bestias. Ambos se especializaron en la cría de aves; Lalo, el mayor, hizo posgrados en Corneil y fue director de programas importantes de reproducción animal en Sagarpa.

Muchas otras aventuras jugué con él, como ir de campamento al lago de Tequesquitengo, con Miguelón, Juan y Rodolfo. Por respeto a la decencia, no relato la escena de Juan declarando su amor por México; sólo sobreviven de esa excursión, Juan y quien esto relata. Descansen en paz el resto de aquel grupo de compañeros de juventud, hoy entregados a la Madre Tierra.

El segundo golpe me llega el tercer día del año, al enterarme por vía de mi hija, el fallecimiento de otro gran amigo. Sergio Mújica murió desde 2006, y por más esfuerzos hechos para saber de él todos estos años, nadie me supo dar un dato. Las redes sociales de los jóvenes dieron la pauta para conocer a destiempo la mala noticia; no uso Facebook o Twitter, mis hijas son mi conexión. Descanse en paz, el gran amigo.



gruedaf@yahoo.com.mx