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Valija diplomática



CHRISTIAN GALINDO

Malestar global


Sábado 05 de Enero de 2019 7:27 am


EL pasado 31 de diciembre, se concretó la salida de Israel y EU de la UNESCO, como consecuencia de la incorporación y reconocimiento de Palestina como Estado miembro de dicho organismo internacional en 2011, y a partir de ese año, EU suspendió sus contribuciones económicas al organismo, lo que generó una de las mayores crisis financieras para su sostenimiento, pues nuestro vecino aportaba casi la mitad del presupuesto anual. 

Desde entonces, la UNESCO ha transitado en penumbra, pues ha tenido que reducir el alcance de sus programas que tenía en marcha en prácticamente todas las regiones, así como en la disminución de posiciones para sus funcionarios, y a su vez, ha reducido los gastos de representación en el exterior. 

Lo que pasa en la UNESCO es una muestra de la visible realidad que enfrentan las relaciones internacionales y su abanico de paradigmas que se afianzaron al término de la Segunda Guerra Mundial, como respuesta al fortalecimiento de las relaciones entre países, con el fin de no caer en provocaciones que desataran una tercera guerra mundial. 

Sin embargo, desde que la UNESCO y el resto de agencias de Naciones Unidas construyeron el discurso de paz mundial, generaron disonancias en países en donde la democracia no es su forma de gobierno, y posteriormente se trasladó ese inconformismo diplomático a países democráticos, como producto de los conflictos regionales que, en algunos casos, se volvieron bélicos, y en donde Naciones Unidas hizo poco para contrarrestarlos. 

Está por demás mencionar ejemplos fallidos de la agenda de paz que promueve Naciones Unidas y sus agencias: Siria, Venezuela, Cuba, Irak, Irán, Ucrania, Burkina Faso, Somalia, etcétera; hoy existe un sinfín de conflictos regionales vigentes, que aunque a un ciudadano de a pie le cueste enumerarlos, Naciones Unidas sí que los tiene presentes todos y cada uno de ellos, pero tal parece que el humor en la organización no ha ido muy bien durante los últimos años, que no han querido ver los incendios sociales que su agenda de paz ha ocasionado alrededor del globo. 

Es por ello que fenómenos regionales como el Brexit, el independentismo catalán, la salida de EU de la agenda de París para contrarrestar los efectos negativos del cambio climático, las oleadas masivas de migrantes desde y hacia diferentes países, las violaciones a los Derechos Humanos, etcétera, han tenido efectos negativos, debido a la polarización de las diferentes maneras de pensar y de creer, que no tienen lugar en la agenda de paz dictada por Naciones Unidas. 

Quedó claro desde hace años, que la idea de democratizar al mundo al estilo estadounidense, por medio de organismos internacionales como Naciones Unidas, generó tensiones disruptivas que dejaron cicatrices profundas en las relaciones entre los países no democráticos y los que sí lo son.  

La democracia, como forma de gobierno, pierde vigencia cuando se ofrece como membresía de incorporación a un orden mundial único y exitoso, y cuando es un modelo parchado de fracasos, insostenible y con expiración prematura. 

Nos encontramos en medio de mares alebrestados, en donde los paradigmas que sostienen hoy día a las relaciones internacionales han perdido vigencia. 

Tenemos claro que el multilateralismo como mecanismo para promover el desarrollo en las regiones del mundo más vulnerables ha servido en poco, y que las regiones en cuyos países gozan de riqueza, son hoy más ricas que antes. 

Hemos madurado la idea como sociedad, que para los verdaderos poderes, no importa si las elecciones las ganan los de izquierda o de derecha, hemos sido testigos de que en ambos casos, los intereses económicos de los poderosos continuarán perpetuándose, mientras que los pobres serán más pobres y los clasemedieros deberán luchar con más encono para sostenerse en las medianías de la supervivencia económico-social. 

Repensar el mundo y en la redistribución social de las cosas no debería ser una tarea para quienes se encuentran gobernando desde los pináculos del poder, tampoco debería recaer esta responsabilidad en la visión de paz mundial que promueven los organismos internacionales, cada país es un mundo y en cada uno existen usos y costumbres que no precisamente están representados en la forma de gobierno que desde Occidente se ha querido imponer a partir de la posguerra, pues esa perspectiva de democracia no es para todos.