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¿Quién nos ayudó?



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 12 de Enero de 2019 7:29 am


A veces uno no entiende quién ayuda a resolver problemas, más aún en medio de la soledad del campo o de la sierra. Increíble que alguien te ayude a cambio de nada. Nos pasó hace unos 30 años, y hace unas semanas, mi hermano Jaime y yo lo recordamos, sin saber quién fue.

Por trabajo, un domingo subimos a El Terrero, Minatitlán, en el Cerro Grande. Íbamos en un vehículo doble tracción. Mis hijos Nachito y Mariana, muy pequeños, nos acompañaban. Bien abrigados, porque el frío allá arriba quema. Jaime, un soltero feliz, comió todo el camino, degustó unas gordas tortas de frijoles refritos con queso fresco colimote y chiles jalapeños. La gran comilona.

Mis hijos tomaron sus biberones, aunque a su edad ya no debían tomarlos. Fruta y jugos de frutas naturales completaban su dieta dominguera. Una dulzura de sobrinos, decía Jaime al verlos comer y hacer gestos de risa, jugando con el tío.

Subimos por el camino viejo, por Campo Cuatro, viendo el paisaje de los volcanes de Colima. Los pueblos quedaban abajo, ligados al río Armería y distantes de los volcanes, respetando sus eructos, humos y ruidos. Los volcanes son creativos e impredecibles.

Éramos un puntito en lento movimiento en el bosque templado, cerca de Lagunitas. Los olores del bosque cambiaron, sanos, frescos y estimulantes. El clima era frío, estábamos en la sierra. El polvo del camino se levantaba tras de nosotros. A la distancia era una bombita de polvo con cuatro pasajeros.

Llegamos a nuestro destino al mediodía, el sol azotaba el verde dosel de los pinos. El viaje era de 5 a 6 horas, según el chofer y condiciones del vehículo. Hoy hacemos hora y media por el camino con huellas de rodamiento. Hoy, todo es fácil, nada cuesta ir a las partes altas, al Terrero y Lagunitas. Antes, la aventura también era subir y bajar por esos caminos sinuosos, muy accidentados.

Comimos carne de venado, eso decían los de arriba, unos tacos de tortillas de maíz criollo negro. Un manjar en la sierra, con frijoles cocidos y queso fresco.

Bajamos lentamente. Mis hijos dormían, pequeñines empolvados y felices de correr entre el polvo y las piedras. Al llegar al paso de Campo Seis, el carro se apagó. No tenía gasolina, aunque la pantalla indicaba medio tanque. Nos engañó la potente camioneta.

Quedamos en el arroyo seco del río Armería. No había riesgo de lluvias ni de crecientes. Era seguro para dormir, pues no podíamos desplazarnos en la noche por un camino inseguro y solitario, más aún con niños. Ni Nachito ni Mariana se despertaron, dormían arrullados por el movimiento del carro y la fresca noche. Ni para dónde hacerse.

Mi hermano Jaime dijo que caminaría 10 kilómetros hasta la Villa y regresaría con gasolina. Se preparaba para su hazaña cuando de pronto un pick up silencioso se nos emparejó, dirigiéndose a Jaime, escuchamos el grito ¡de la Rosa, de la Rosa! El chofer preguntó qué pasaba, Jaime le contestó que se había acabado la gasolina. Te jalo, dijo el sorpresivo amigo. 

Vi la cara de asombro de mi hermano, sus enormes cejas se arquearon, a mí me dio un ligero escalofrío en la espalda, quizá por el vientecillo frío de una noche de invierno. El chofer bajó de su pick up, sacó una soga y amarró el nuestro. Vámonos, dijo, los dejaré en la gasolinera de San Francisco, cerca de tu casa.

La inesperada ayuda nos sacaba de un inesperado apuro. Le dije a Jaime que yo no conocía al chofer; ni yo, me dijo. Pero te habló con familiaridad. Sí, me dijo, pero en la noche no le vi la cara ni reconocí su voz. Con razón, comenté, vi tu cara de asombro. De miedo, me reviró, tipo hediondo, olía a carroña. En mi vida lo he visto, remató Jaime. Dormitamos. El amigo nos dejó en la gasolinera y se despidió a la distancia. 

A casi 30 años del suceso, no sabemos quién fue nuestro salvador. Ni Jaime ni yo hemos vuelto a escuchar esa voz. Preguntamos a amigos o interesados en el Cerro Grande quién nos ayudó, nadie supo. Sólo nos dijeron que no éramos los primeros. Ustedes son gente buena, por eso los ayudan.


nachomardelarosa@icloud.com