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Haz lo que sepas



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 09 de Marzo de 2019 7:53 am


IMITAMOS a los mayores, sin querer hacemos lo que hacen. A veces, por amor los adultos nos enseñan lo que ellos creen que es correcto, lo que nos servirá para ser exitosos en la vida o mínimo pasarla lo menos crítico.

Según el medio son las enseñanzas, los procesos de adaptación son diferentes según el rumbo donde viven las personas. En el medio rural aprenden los trabajos del campo, quizá las exigencias físicas sean mayores. Hasta su vestimenta puede ser diferente. Igual, la imagen personal se diferencia de la urbana o citadina.

El Negro era un pescador de la costa de Oaxaca. Además de su ascendencia afromestiza, el sol lo tostó con ahínco en sus frecuentes viajes mar adentro y vía la pesca. Su pelo rizado y oscuro le hacía ver curioso, pues su cuerpo era delgado y espigado, a veces le decían el trapeador. En esos tiempos yo pensaba que en mis rumbos le dirían harapos, pero son modismos.

Un día, al calor de los movimientos sociales de la costa, en los años 80 del siglo pasado, El Negro se incorporó a la operación política como sencillo ayudante de alguien más importante que él. Medio aprendió unas cosas de los grillos urbanos, incluso su vocabulario, sin entender su significado, según lo confió después. Lo que aprendió quiso aplicarlo en su región. Lo apoyaron sus amigos como agradeciendo su colaboración.

En su pueblo y alrededores, el neopolítico inició su labor de convencimiento. Hablaba y hablaba. Con tres amigos se movía de pueblo en pueblo. En los sitios públicos soltaba su perorata. Él sentía indiferencia de la gente, pero no paraba. Llegaba a dormir y al día siguiente seguía su labor política.

Él no sabía que otro candidato muy poderoso lo desacreditaba y compraba votos y conciencias desde el ejercicio del poder mismo. No sabía ni se imaginaba cómo eran esas relaciones del poder. Pero lo dejaban ir y venir, lo toleraban, era inofensivo. Luego, sin dinero, prematuramente acabó su campaña.

El Negro regresó a su playa de siempre. Platicamos largamente sobre la arena, él recostado en su panga, yo sentado o acostado en una descolorida hamaca de hilo. Me di cuenta que yo no nací para político, me dijo. Mis amigos me invitaron, les junté a mi gente y votaron por ellos y ganaron. Eso me gustó y quise hacer lo mismo, pero no supe cómo, no sé cómo hacerlo. Ellos de eso viven, yo no, yo vivo de la pesca, del mar.

Y fue sincero al decirme que lo explotaron, lo exprimieron y luego lo dejaron solo. El candidato poderoso me dijo: “Negro, no te metas, esto no es para ti”. Él ganó, todos lo seguían, los compró con rollos y regalitos. Yo no tengo dinero para eso. Mejor espero que me den lo que necesito, un motor, una panga, una red y que me compren mi producción pesquera.

“Haz lo que sepas hacer”, me dijo cabizbajo un negro decidido a pescar. Es lo único que hago desde niño, mis padres fueron pescadores. Es mi herencia. Primero aprende y luego lo haces. “Y yo –dijo El Negro– lo único que no voy a aprender es a vivir a costa de los demás, por eso no soy político. Todo a su tiempo”.

Mi amigo se tomó varias cervezas y comimos huachinango asado, algo parecido al zarandeado, la hierba santa le daba un toque especialmente sabroso, único. Las tortillas de maíz blanco combinaban los tacos de pescado. Desde la cocina cercana nos llegaba el humo de la leña de mangle con que se cocía el pescado. “Este humo es mágico –decía mi amigo– esto es la costa, mi mundo”.

“No juego futbol porque no sé jugarlo. No tengo tienda porque no soy comerciante. Las redes y los motores de pesca las repara mi compadre porque él sí sabe. Cada quien a lo suyo. Si cada quien hiciéramos lo que sabemos hacer y opináramos de lo que sí sabemos, todos seríamos felices en un mundo respetuoso y amable”. Me acordé de Un mundo feliz y mil teorías de investigadores y especialistas. El Negro era como yo, común y corriente. Fue un amigo adelantado a su época. Hoy, muchos opinan de todo, simplemente porque lo ven en la red y se lo creen. Qué cosas.


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