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La lógica del cambio político obradorista



RODRIGO MARTÍNEZ OROZCO


Jueves 14 de Marzo de 2019 7:46 am


YA he escrito antes (6 septiembre de 2018) acerca de cómo López Obrador parece haber elegido el ritmo de cambio cardenista: primero afianzar su poder personal y el de su régimen y luego reformar. Durante los 2 primeros años de su Presidencia, Lázaro Cárdenas tomó las medidas necesarias para deshacerse de Plutarco Elías Calles: reformó las zonas militares para colocar a jefes y oficiales de su confianza, emprendió la creación del PRM con base en un sistema corporativo, inició el reparto agrario y la expropiación petrolera, hizo las paces con la Iglesia Católica y utilizó la política exterior para obtener legitimidad también en el extranjero. Todo esto convirtió a Cárdenas en el gran reformador del Siglo XX en México.

Desde septiembre del año pasado, López Obrador ha dado señales que podrían reforzar la hipótesis de la lógica del cambio cardenista. Además, recientemente aparecieron dos artículos muy sugerentes de las politólogas María Amparo Casar, por un lado, y Soledad Loaeza, por otro, ambos en Nexos. Loaeza propone eliminar la idea de que AMLO es una reproducción del viejo PRI, pues los priistas del Siglo XX fueron creadores de instituciones, mientras que López Obrador es destructor de instituciones. Loaeza se pregunta con qué instituciones va a gobernar el Presidente si las está desmantelando todas. Por su parte, Casar sostiene que el Presidente no está improvisando, sino que está llevando a cabo un proyecto de poder político, más que un proyecto de gobierno. El principal instrumento de dicho proyecto es la serie de programas sociales que, en el fondo, están destinados a crear clientelas políticas de cara a las elecciones intermedias y a las de 2024.

Con Loaeza concuerdo en que AMLO no es una reproducción del viejo PRI, pues el poder priista se basó, entre otras cosas, en una compleja y sólida red de intermediaros entre sociedad, partido y gobierno, mientras que López Obrador reafirma la fórmula populista clásica de actuar con los menos intermediarios posibles. Sin embargo, a 100 días la toma de protesta de AMLO, ¿podemos afirmar que es sólo un destructor y no un creador de instituciones? Me parece un juicio apresurado, especialmente teniendo en cuenta la hipótesis de la lógica del cambio cardenista.

Con María Amparo Casar concuerdo en casi todo, menos en la negación de un proyecto de gobierno. Yo sostengo que existen ambos y que no necesariamente uno subordina al otro en todos los casos particulares, pero lo que está claro es que el proyecto de gobierno (por más ambiguo o turbio que parezca) no tendría sentido sin un proyecto de poder. Aquí los problemas de fondo son dos: la gravedad de la podredumbre de la política mexicana heredada de los gobiernos anteriores y los límites constitucionales y políticos de un sexenio y de un partido como Morena. AMLO ha dicho que para comenzar a resolver los serios problemas de México se necesitan más de 6 años, pero también ha reconocido que no piensa reelegirse y que su edad no da para más de un sexenio. Por otro lado, tenemos los límites del partido. Morena, como una institución de reciente creación y con poco arraigo orgánico en el país, ahora mismo no parece capaz de garantizar una transición ordenada del poder en caso de que López Obrador se retirara. Dicho de otra manera, el Presidente está preparando el ejercicio de un proyecto de gobierno transexenal que no podría concretarse sin un proyecto de poder, que consiste en generar redes estables e institucionales de poder en los estados, identificar los principales liderazgos dentro de Morena de cara a la transición y sanear al Estado mexicano de la tragedia de la corrupción. Ambos proyectos tienen una lógica interna racional, pero no podrán llevarse a la práctica con un pobre ejercicio de gobierno, y es en este punto donde más incertidumbre existe.