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Revitalizar Cuyutlán



PETRONILO VÁZQUEZ VUELVAS


Viernes 15 de Marzo de 2019 7:40 am


A mediados del siglo pasado, Cuyutlán fue el balneario colimense por antonomasia. Todo Colima se daba cita en aquel lugar, no solamente los salineros en su anual éxodo desde la Villa por 4 meses, sino las familias de la clase media y alta de la sociedad.

Todos arreglaban y le daban una manita de gato a sus fincas playeras construidas en aquel destino, algunos de manera personal y otros contrataban a trabajadores. Terminadas las fiestas de toros de la Villa, y todo el periodo de Cuaresma, Cuyutlán vivía la efervescencia y bullicio de los jacarandosos visitantes que gustaban de zambullirse en la afamada Ola Verde.

Ese es uno de los principales atractivos, la imponente Ola Verde que durante los más calurosos meses de estiaje alcanza su mayor altura; cuánta nostalgia al recordar los retumbidos de la agresiva ola al estallar en su mismo cuerpo, aquellas madrugadas primaverales.

Allí estuvieron nuestros abuelos y bisabuelos, conviviendo en una franca relación de paisanos y conocidos, exactamente donde se pierde, por la magia del balneario, la sutil y lastimosa división de clases. Todos eran amigos y disfrutaban en comparsa de los encantos de un día o una noche bohemia en Cuyutlán.

Caminar por la mañana en la arena, desayunar dentro de las casas recién remozadas y limpias, correr hasta la vía para ver pasar el tren, degustar un raspado de Geño o comer en la playa con las ensaladas y ceviches hechos en casa; por la noche salir al malecón a saludar a los conocidos, mientras se disfruta de la brisa y los acordes melancólicos de la marimba.

Buena parte de los habitantes de Colima y la Villa se reencontraban anualmente en ese lugar; los hoteles El Ceballos, El Siete Mares y otros, estaban en su apogeo. En la Rotonda de los Hombres Ilustres se reunían los jóvenes a convivir por las noches. El comercio y el turismo local hacían revivir al pueblito que se desperezaba gustoso. Eran 4 meses de vida pueblerina y romántica en una playa que, aunque siendo mar abierto, se ganó con su encanto el cariño de la gente.

Pero no solamente la gente de Colima lo visitaba, muchos artistas de la época de oro del cine mexicano llegaron a rodar sus películas en ese lugar y volvieron reiterativamente a visitarlo en cuanto podían. Don Jesús El Cuatete Reynaga, me platicó de un montón de artistas y directores del celuloide que gustaban de visitar este modesto rincón del Pacífico sur mexicano. Me impresionó cuando me platicó de las visitas de Emilio El Indio Fernández, que llegaba con su indumentaria igual como si anduviera en la Ciudad de México; ¡ah!, cómo se batallaba para que se pusiera unas sandalias.

Se hospedaba en lo que fue el Ceballos, pedía sus botellas de licor y su enorme puro, y se pasaba horas enteras divisando el mar; por la noche o por la mañana eran jarradas de café con infusiones espirituosa las que le acompañaban, junto con la dama que estuviera a su lado. Renegón y todo, pero daba buenas propinas, me platicó El Cuatete.

Él trajo a un sinnúmero de artistas a disfrutar de este paraíso occidental, pero no solamente personajes de la farándula. El cineasta colimense de fama mundial, Alberto Isaac, hizo historia en esta playa; el eminente sabio, don Manuel Gallardo, se extasiaba en Cuyutlán, a tal grado que cuando murió, por voluntad propia, sus cenizas fueron esparcidas en la Ola Verde. Muchos son los hombres y mujeres que han admirado el sencillo encanto de esta playa. Mucho tiene para que haya sido, por tiempo, la playa de Colima, así que es momento de revitalizarla. Ahora se encuentra descuidado en su corazón urbano y en su hotelería, así que es momento de que todos: empresarios hoteleros, sombrilleros, comerciantes, salineros, gobiernos de los tres órdenes y población de ese lugar, hagamos algo para devolverle a Cuyutlán las galas que tuviera en otros tiempos.