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Lecciones desde el cardenismo



RODRIGO MARTÍNEZ OROZCO


Jueves 21 de Marzo de 2019 7:47 am


LA semana pasada escribí acerca de cómo López Obrador podría estar recurriendo al ritmo de cambio cardenista como estrategia política. Es evidente que al Presidente le gusta la historia (aunque no sé si le gusta comprenderla) y que Cárdenas es uno de sus principales referentes junto con Juárez y Madero. Del cardenismo, además de su ritmo de transformación, pueden extraerse otras “lecciones” a propósito de las polémicas sobre la reelección, el fin del neoliberalismo, los superdelegados, la centralización, la democracia sindical, la política exterior y las potenciales clientelas basadas en los programas sociales. Pero primero una precisión: es falso que los pueblos que no conocen su historia están destinados a repetirla, puesto que la historia es incapaz de reproducirse. Lo que sí podemos hacer es pensar la historia como una herramienta para solucionar problemas. Podemos trazar, entonces, paralelismos entre circunstancias con ciertas características similares, siempre teniendo en cuenta la diferencia entre épocas y demás variables históricas: es la historia como posibilidad.

Para combatir a Calles, deshacerse de él y comenzar su ambicioso plan reformista, Cárdenas centralizó el poder y estableció alianzas con las clases populares. El PRM, dividido en sectores, aspiraba a representar a un sector de la compleja sociedad mexicana y así encauzar sus demandas de manera efectiva pero disciplinada. Para los sectores campesino y obrero fueron creadas dos grandes centrales sindicales: la CNC y la CTM. Al frente de la CTM estaba uno de los principales pilares y propagandistas del régimen: Vicente Lombardo Toledano. La existencia de la CTM permitió encauzar las demandas obreras y mejorar sus condiciones de trabajo, a la vez que apoyar las expropiaciones y nacionalizaciones del periodo. Podríamos decir que bajo Cárdenas, esta central obrera fue utilizada de manera justa y eficiente. Sin embargo, durante los dos sexenios siguientes, Lombardo y los cardenistas en general, fueron paulatinamente marginados del sistema y sustituidos por otro tipo de políticos profesionales, más corruptos y menos comprometidos con el espíritu cardenista.

A partir de entonces los trabajadores se encontraron en desventaja, pues sus dirigencias fueron cooptadas por el partido. Los grandes sindicatos (maestros, petroleros, electricistas) resistieron hasta que fueron finalmente cooptados durante la década de 1970. El principio es evidente: la centralización puede ser efectiva, pero en las manos equivocadas puede derivar en autoritarismo. Sin embargo, es sólo una posibilidad, pues, por ejemplo, el sexenio de Peña Nieto no fue precisamente centralista, pero observamos un declive evidente en la calidad de la democracia mexicana.

¿Cuál es uno de los retos de López Obrador como hombre de Estado y como constructor de un régimen más que el sólo Ejecutivo de un gobierno? Centralizar y ser eficiente, sí, pero también cuidarse de generar cuadros e instituciones confiables que eviten el surgimiento de un Miguel Alemán del Siglo XXI. López Obrador se ha comprometido a no reelegirse, pero debe asegurarse de que la estructura estatal centralizada y potencialmente clientelar no sea utilizada por sus sucesores a la manera del PRI postcardenista: que Gómez Urrutia no sea el nuevo Fidel Velázquez o Monreal se transforme en Miguel Alemán; que los superdelegados no formen cacicazgos como Gonzalo N. Santos, entre otros posibles problemas. Por último, que Plutarco Elías Calles no reencarne en López Obrador como jefe máximo una vez terminado su periodo presidencial. No se trata de hacer futurismo descabellado, sino de tener presente las posibilidades de un ejercicio centralizado pero necesario del poder.