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ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Burocracia militar


Sábado 23 de Marzo de 2019 8:18 am


HA sido costumbre de numerosos cazadores acudir al campo de tiro de su club por diversas razones. Ahora resulta más difícil.

Una de ellas es entrenarse en el tiro de rifle, pistola y escopeta, ya sea como actividad recreativa, de convivencia familiar o con amigos. Para tiradores y cazadores, el disparo de armas de fuego es un deporte que nos relaja, nos divierte. Mientras algunas personas rechazan –por variados motivos, muy respetables– las armas, habemos quienes disfrutamos de ellas usándolas, cuidándolas y hasta observando su estética.

Una sesión de práctica en el campo de tiro es también motivo de convivencia. Se prueba el tirador a sí mismo y a la vez participa de un momento agradable con quienes comparten su afición.

Enseñar a los jóvenes la manipulación segura de las armas es otra actividad gratificante que propicia la convivencia entre padres e hijos. Con uno de mis hijos he compartido agradables prácticas de tiro al disco de barro; es buen escopetero el muchacho.

El campo de tiro es igualmente sitio de convivencia gastronómica para familiares y amigos. Muchos suelen acudir a entrenarse antes de que se abra la temporada de caza. Les sirve para mantener en forma sus habilidades cinegéticas y para probar el estado mecánico de sus armas.

Todo eso será ahora más complicado de llevar a cabo. Con el nuevo gobierno, la Secretaría de la Defensa Nacional ha complicado –¡más de lo que ya eran!– los trámites que debemos hacer cazadores y tiradores. Para acudir a prácticas de tiro al campo que es propiedad del club, el socio debe obtener un permiso extraordinario de transportación de armas diferente al de caza. Hasta 2018, bastaba el de caza para llevar armas al campo de tiro. Con las nuevas disposiciones burocráticas de la Defensa Nacional, hay que correr los trámites, reunir un montón de documentos que la dependencia federal ya tiene en sus archivos más algunos adicionales ya entregados a la Sedena y deben encontrarse en los archivos militares. Además, hay que pagar derechos cuyo precio sube por cada arma después de tres que se incluyan en el permiso. Casi ningún tirador o cazador tiene sólo un arma de fuego.

Y además hay una amenaza: si el cazador sin permiso de tirador acude a su campo de tiro, corre el riesgo de, por disposición de la Sedena, causar baja en su organización, y el club mismo pone en riesgo el registro legal ante la dependencia militar. Entonces, ¿cómo hará un cazador para, por ejemplo, alinear un rifle de caza? ¿Cómo probará una escopeta usada que desea comprar a un particular? ¿Para qué tanto trámite? ¿Por qué se nos trata a los cazadores y tiradores legales como si fuésemos delincuentes y se nos prejuzgue sin fundamento?

Con otra disposición, la Sedena complicó más los trámites para la compra legal de armas de fuego permitidas por la Ley Federal de Armas de Fuego y el Reglamento correspondiente, legislación de por sí rebuscada y hasta absurda en varios apartados.

El Ejército tiene en la capital del país una tienda de armas de fuego. Para comprarlas, el interesado debe enviar una solicitud al Registro Federal de Armas de Fuego (RFAF) acompañada de un montón de papeles que van desde acta de nacimiento hasta CURP, carta de no antecedentes penales y constancia médica de que el ciudadano es mentalmente sano, con todo lo que por ese concepto pueda entenderse en su difusa vaguedad. Lo único que no pide es acta de matrimonio y de defunción (que algunos consideran un mismo documento).

Después de cumplir ese trámite engorroso y caro, debe esperar 15 días. Transcurrido el lapso, viene una larga serie de llamadas telefónicas que a veces se llevan días, pues las líneas suelen estar saturadas. Con suerte, un día le contestan y le informan que el trámite aún está en lista de espera o que fue aprobado o rechazado. En ocasiones, pretextan que se rebasa el límite de armas permitidas, pese a que algunas hayan sido vendidas y se haya informado a la Sedena, que acostumbra mantener desactualizado su banco de datos.

Si la compra fue autorizada, hay que viajar a la Ciudad de México y formarse en una fila antes de que amanezca, afuera del RFAF, tomar turno y cuando abren, hay que correr por una explanada a recoger el permiso. De ahí, correr para llegar a tiempo a la tienda, porque tienen un cupo máximo y si no se alcanza, se debe volver al día siguiente. Si se alcanza turno, deberá esperar dentro de la tienda a que aparezca su número en una pizarra. En el mostrador, lo atienden amablemente, aunque en ocasiones le informan que el arma que se desea no la tienen en los aparadores. A veces, la compra se lleva a cabo. Al comprador le entregan un permiso de transportación válido por 36 horas para retornar a su ciudad.

No se termina ahí el viacrucis burocrático. Si el viaje se hizo en autobús o en avión, al llegar a la terminal o al aeropuerto, se debe manifestar que se llevan las armas a una oficina de la Policía Federal. Las armas se recogen y se envían directamente al autobús o al avión. Se recogen al llegar a destino.

¡Cuánta burocracia! Mientras, por la frontera con Estados Unidos las armas para la delincuencia pasan a México todos los días por miles. Para los bandidos no hay problema alguno.