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La higuera va reverdeciendo



ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ


Domingo 24 de Marzo de 2019 8:15 am


UN día, el Señor Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: 

“Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: “Mira, durante 3 años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para que ocupa la tierra inútilmente?”. El viñador le contestó: “Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y echaré abono para ver si da fruto, Si no, al año que viene la cortaré”.

En esta impresionante parábola, nos ha parecido que Dios se presenta como el propietario de la higuera estéril. El Señor exigente, justo, que ordena al viñador que corte aquel árbol inútil. Pero luego vemos también que Dios es como aquel viñador que se compadece de la higuera y la va cultivando. Es Dios que nos ve con ojos de misericordia y nos concede nuevos plazos para convertirnos.

Sabemos, por experiencia, que la conversión es difícil. No hacemos caso a Dios que nos llama. No nos interesan ni su amor ni sus promesas de vida eterna. Preferimos ser como las higueras sin higos. Manos vacías, corazones secos, viciosos. Pero, “Dios es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar”. Cristo Jesús, enviado por el Padre, “no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. No se cansa, sigue creyendo en nosotros y nos espera pacientemente.

El nuevo abono del viñador es la gracia santificante que Cristo, el Hijo de Dios nos da en los Sacramentos, no destruye la naturaleza humana. Sino que la perfecciona. Comienza con la llamada de Dios que penetra, a veces calladamente, a veces vigorosamente, en nuestra alma y va deshaciendo prejuicios. La higuera va reverdeciendo. De la unión sacramental con Cristo, brotan las decisiones firmes y vamos concretando nuestra conversión. Es la madurez de la higuera que va produciendo, por la gracia de Dios, frutos sabrosos de vida eterna.

Debemos aceptar ahora la oportunidad que Dios nos ofrece para convertirnos. Tal vez, no siempre podamos contar con un tiempo tan propicio como esta Cuaresma. Las oraciones y penitencias, la vida en gracia, las obras misericordiosas, materiales y espirituales, a favor del prójimo, nos conducen a la pascua de Cristo, que con su muerte y resurrección, nos abre el camino de su reino.

No vamos a limitarnos a unas cuantas prácticas piadosas, sino a integrarnos totalmente a los planes salvíficos de Dios: piedad, estudio y acción. Una nueva visión del mundo, un camino doloroso, coronado de espinas, que finalmente es la victoria de Cristo.

Amigo(a): Cristo Jesús, compasivo y misericordioso, está siempre con nosotros en la Eucaristía, para fecundar con su gracia el árbol de nuestra vida. Respondamos con amor, con alegría. La vida es breve, la tarea es corta, la recompensa es la felicidad eterna con Dios.