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AMLO y Ramos: un desencuentro afortunado



RODRIGO MARTÍNEZ OROZCO


Jueves 18 de Abril de 2019 7:56 am


SIN importar de qué lado estemos (¿hay que elegir forzosamente?), el desencuentro o encontronazo entre el periodista Jorge Ramos y López Obrador nos ayuda a conocer un poco más sobre la naturaleza del nuevo régimen, aún en construcción. De entrada hay que rechazar una idea común, por carecer de sustento: lo de AMLO no es un simple regreso al priismo nacional-revolucionario, sino que se trata de un fenómeno propio de nuestro tiempo (aunque no exclusivo como fórmula política), el populismo. De acuerdo con Federico Finchelstein, uno de los rasgos del populismo, en relación con la democracia, es que es democrático en principio: “una forma autoritaria de democracia electoral antiliberal que, sin embargo, al menos en la práctica, rechaza las formas de gobierno dictatoriales”. En este sentido, lo de AMLO y Jorge Ramos es una muestra interesantísima de la tensión entre democracia y populismo, entre libertad de prensa y acoso a los medios críticos, sin eliminarlos ni negarles el uso de la voz.

Antes del desencuentro, en otra conferencia matutina, el Presidente había pedido a Reforma revelar quién había filtrado la carta al Rey de España. Argumentó que si al gobierno se le exige transparencia, también los medios deberían ser transparentes. El razonamiento, insostenible, se basaba en dos supuestos falsos: que la transparencia y el acceso a la información pública no son esencialmente exclusivos de los gobiernos, por un lado, y que hay una simetría de poderes entre el Presidente de la República y los medios de comunicación. Como en otras ocasiones, el Presidente terminó por aceptar que revelar las fuentes no era obligatorio, pero siguió insistiendo en el llamado “diálogo circular” entre prensa y líder populista.

Tal diálogo circular no existe desde que el Presidente discute desde una posición de superioridad, de mayor poder, mientras que los medios se ven obligados a “ser prudentes” porque de no hacerlo, “ya saben lo que sucede”, en palabras del propio López Obrador. Volvemos al punto inicial: poco importa si simpatizamos o no con Jorge Ramos. Yo encuentro en él un estilo pedante, de acoso al entrevistado, más que de diálogo agudo. Sin embargo, la amenaza del Presidente hacia los periodistas “imprudentes”, como Jorge Ramos, nos da una idea del papel que “el pueblo” (siempre entrecomillado) juega en la relación entre prensa y poder político. Los “imprudentes” se vuelven entonces objeto de linchamiento “popular” en las benditas redes sociales. Aquí el fenómeno populista me parece sumamente interesante, pues por un lado elimina a los medios tradicionales a través de las conferencias matutinas y, por otro, alienta la movilización de sus creyentes en las redes sociales, que se convierten en el espacio sin intermediarios propicio para el linchamiento público. La cuestión es que a partir de medios diferentes (las conferencias y las redes sociales) se establece un contacto directo entre el líder populista y “el pueblo”.

Lo de Ramos y López Obrador, más allá de ayudarnos a profundizar en la comprensión de la naturaleza del populismo obradorista, alienta un intercambio público y directo, aunque asimétrico, entre periodistas y poder político. Ojalá tuviéramos más “imprudentes”, más periodistas en las conferencias matutinas que desafiaran con más agudeza el sacrosanto púlpito presidencial. Lo positivo es que si Ramos lo hizo, los demás también pueden hacerlo. Bien por López Obrador en prestarse a un debate frontal, mal por el acoso a la prensa crítica. No hay que menospreciar la brecha “abierta” por este desencuentro: se ha desacralizado, parcialmente, la tribuna presidencial del líder mesiánico. Esperemos que los medios mexicanos no permitan que se cierre esa grieta de lo que de otra manera suele convertirse en una repetición constante de ideas preconcebidas y anuncios presidenciales. Bien haría la prensa mexicana en preocuparse por comprender a fondo el fenómeno populista.