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Que vibre mi ser



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 04 de Mayo de 2019 7:40 am


EL viento era muy fuerte. Sacudía todo cuanto encontraba. En el mar, sólo los grandes buques pacientemente esperaban en el muelle. Las pequeñas embarcaciones estaban en tierra, sólo así se salvaban. Yo, gente del Pacífico, pensé en los huracanes o ciclones. Era un simple norte, me dijeron, no se preocupe. Y no me preocupé.

Por la mañana, salimos a caminar, como siempre. El viento nos detenía, a veces nos aventaba, dependiendo de lo sinuoso del camino frente al mar. Llegamos a donde queríamos para ver el sol que ese día se escondió, parecía que le tuvo miedo al aire frío, pues el reloj marcaba 10 grados de temperatura, algo frío para el gran puerto del Golfo.

Regresamos a casa y desayunamos. Regresaríamos por la tarde a retar al mar. El frío seguía igual, pero queríamos diversión. Por esas casualidades de la ingeniería, en un tramo del malecón, el mar besa y acaricia el muro urbano. Va y viene, deja que floten los peces y se arrullen bajo la espuma, deja que escapen de los anzuelos de decenas de pescadores que quieren un pez gordo para la foto o comer. 

Como los pescadores, nosotros también queríamos divertirnos en ese lugar. Esperamos que la ola llegara al muro y lo saltara, se convirtiera en una especie de cascada o un grandísimo, ancho chorro de manguera que bañaba los cuatro carriles de la avenida. Los escasos carros que por ahí transitaban se llenaban de sal y uno también. Así, una y otra vez.

La foto, gritó Ximena y junto a su mamá y Álvaro esperaron la fría agua salada del mar del Golfo, primero les cayó en la espalda una brisa densa, luego las bañó la ola. En la foto aparecieron con sus largos cabellos en el aire como queriendo rascar el cielo, como que alguien invisible se los jaló desde lo alto. Mostraron sus risas francas, de niñas alegres, felices por su travesura. Bueno, yo era el fotógrafo y cumplía sus deseos de juego. Me mojé poquito, pues tenía frío.

Una y otra vez se dejaron sacudir por el intenso viento y masajear por las olas que protestaban en la banqueta del malecón y saltaban a lo que antes era su camino natural, sin obstáculos. El agua sabe su rumbo, por más que la canalicen o la distraigan con bóvedas, siempre sabrá por dónde correr en busca de la libertad. El agua siempre será un reto para los humanos, que a veces no la entienden. El agua marca caminos y rumbos.

Para cumplir el deseo del juego con la naturaleza, agua y viento fríos, ajenos a nosotros los tropicales del Pacífico, al siguiente día muy temprano fuimos a mi playa favorita, la Villa Rica, ahí donde Cortés fondeó sus barquitos cuando llegó a lo que dio en llamar Veracruz. La playa estaba sola, sin visitantes, pero sí nuestros amigos que ahí viven. Nos saludamos.

Las enramadas no tenían mesas ni sillas. El aire las movió, mis amigos las amarraron para que no volaran. Las palmeras se dejaban sacudir por el viento, indefensas. A veces, la arena seca formaba su tormenta, se levantaba como queriendo protestar contra el norte, no prosperaba.

Y a lo que íbamos, a sentir el oleaje en playas de olas tímidas, en la alberca verde y de aguas someras. No eran tiempos normales, así que las olas alcanzaban un metro y medio como altura máxima. Aunque frías, las olas nos divertían. Sólo un rato, pues era alto el riesgo de salud por un resfriado. 

Fueron dos días de divertido norte. Decidimos no quedarnos en casa y hacer del fin de semana la vivencia del viento. Entonces nos ofrecieron esas ricas picadas de todos los estilos y que hemos adaptado al estilo colimense para comer en casa. Las comimos, las disfrutamos calientitas, recién salidas del comal o del aceite, con sus frijoles sabor epazote, su carne grasosita y el olor de los condimentos que les hace ser veracruzanos.

Entonces, en medio del norte pensé si hace 500 años Cortés llegó a esta playa de los dioses protegiéndose de un norte y no sólo huyendo de Velázquez. Como haya sido, tuvo el tino de transformar la región y con el encanto natural de lunas plateadas y palmeras borrachas de sol, con el agua de sus ríos, hace que vibre mi ser.


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