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Ciencia nuestra de cada día



ALFREDO ARANDA FERNÁNDEZ*

¡Que pase el becado!


Domingo 05 de Mayo de 2019 8:04 am


“¿QUIÉN es Julián Hinojosa?”, preguntó la maestra de sexto el primer día de clases. Quería saber quién era el niño que tenía la beca de aprovechamiento. De acuerdo con Julián, fue una excelente maestra. Recuerda que le enseñó muchas cosas y que ponía un empeño verdadero en su labor.

“¡Niños!, ¿quién es Julián Hinojosa?”. “Yo maestra, acá”. “No, no puedes ser tú, no es posible”. “¿Por qué maestra?”, preguntó Julián desorientado. “No, claro que no, ¿cómo va a ser eso posible?, ¿qué no te ves?”. Julián, aun más desorientado, no supo qué decir. “No, tú no eres para eso, no te esfuerces. ¿No has visto a los niños en el mercado? Esos que ayudan con los bultos a las señoras, sí ésos. Tú deberías estar ahí, cargando bultos”.

Pasaron los días y cuando la directora vio el nombre del estudiante que recibiría la beca de aprovechamiento, se sorprendió. No era Julián, y la directora sabía que tenía que ser Julián, era el mejor. Increpó a la maestra y ella simplemente le dijo: “Pero, ¿cómo se la vamos a dar a alguien así?”. “¿Así cómo?”, preguntó la directora. “Pues así como es él, véalo”. La directora no parecía conformarse. Ya un poco desesperada, la maestra dice: “¡Pues prieto!”.

Eventualmente, directora y padres de Julián le pusieron un freno a la maestra. O intentaron, ya que durante todo el año seguía haciéndole comentarios agresivos y vejaciones. Comenta Julián que la cosa se tranquilizó un poco después de que su papá, ya desesperado, le puso un ultimátum a la maestra: “O se tranquiliza o le parto su …”.

Gracias a las intervenciones familiares y de la directora, la maestra incluso llegó a medio disculparse de algunas cosas con Julián, como el hecho de ponerle calificaciones bajas en materias que no se pueden cuantificar y que por ello, a pesar de haber ganado los concursos de aprovechamiento en su estado, no pudo ir al concurso nacional por su promedio. Sin embargo, el color de piel de Julián no le permitía estar tranquila y volvía a sacar alguna tontería (hasta que la amenazaron, claro está).

Julián es un guerrero. Julián es un sobreviviente. Julián no es su nombre real. Julián es un colega que me compartió esta experiencia que vivió en su primaria, hace algunas décadas, en algún lugar común de nuestro glorioso país. Esa fue, según él recuerda, la primera vez que sintió ese racismo y clasismo tan nuestros. Tan presentes y tan escondidos, que a veces creemos –estamos convencidos– que los racistas son los gringos.

Como dije antes, Julián es un guerrero. No lo detuvo su maestra de sexto ni tampoco todo lo que tuvo que sobrepasar después. No sólo siguió avanzando y desarrollando su vida en un país y sociedad hostiles, sino que logró lo que muy pocas personas logran en cualquier lugar: se convirtió en un científico. Ahora Julián contribuye para que sepamos más y ofrece su conocimiento y experiencia a jóvenes que desean seguir ese camino.

Desgraciadamente, la historia de Julián no es una cosa aislada. Desgraciadamente, no todas las personas son guerreras. Desgraciadamente, no todas las guerreras triunfan. Me pregunto cuántas personas han “quedado en el camino” por este tipo de obstáculos y sinsentidos.

Luego, en el evento de graduación de la primaria, llegó la hora esperada en que pasaban al frente a quienes obtuvieron mejor aprovechamiento. Nombraron a una niña de primer año, luego a uno de segundo, y así hasta llegar a sexto. Los nombres los leía una niña, de una lista que le dieron los maestros. Al llegar a sexto salió un nombre, no era Julián. Hubo desconcierto. Todo mundo sabía que Julián era el mejor. Se empezó a escuchar por toda la escuela: “Julián, Julián, Julián”. La maestra, encolerizada, se dirige a él, y le dice: “Ándale pues, sube. Ya echaste a perder el evento”.


*Coordinador General de Investigación Científica de la Universidad de Colima


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