Cargando



Diálogo para el futuro; litigio para ayer



ROLANDO CORDERA CAMPOS


Domingo 05 de Mayo de 2019 8:00 am


EN prácticamente toda la comunidad de augures y arúspices del desempeño económico mexicano, se esperaba un descenso en las previsiones para éste y el próximo año. Las cifras sobre el crecimiento reciente estimadas por el INEGI, sobre un avance mínimo en el primer trimestre de 2019 con respecto al del año pasado, confirmaron estas apreciaciones y el declive del crecimiento trimestral respecto del inmediato anterior refuerza esta perspectiva. Más aún, estas conjunciones introducen elementos adicionales de preocupación sobre lo que puede ocurrir si, además, el rumbo de la economía mundial empieza a inclinar el pico y nos lleva a las goteras de una nueva recesión.

Este panorama debería llevar a una deliberación cuidadosa en los corredores del poder del Estado y en los salones de los capitanes y comandantes de la riqueza y el capital domiciliados en nuestro país. Pocos o nadie, se atreverían a señalar al nuevo gobierno como el responsable principal de estas tendencias, pero de poco va a servir esta deseable deliberación si el Presidente se empeña en abordar la circunstancia económica como un litigio entre los suyos y los demás, sus adversarios conservadores y fifís, auxiliados ahora por quienes se dedican al riesgoso e ingrato negocio de las previsiones y los modelos económicos.

Ni los viejos paradigmas ni la fideísta celebración de las matemáticas como disciplina maestra del análisis económico, permiten creer que la economía sea una ciencia exacta. Sus hallazgos y predicciones son siempre tentativos y cargados de márgenes de error. Alguna vez dijo el viejo Galbraith que estos ejercicios no servían para mucho, mas que para darle lustre o respetabilidad a la astrología, y no le faltaba razón. Sin embargo, tenemos que admitir que estas prácticas y otras más complejas y sofisticadas forman parte del quehacer de los Estados y sus gobiernos, de las Fuerzas Armadas y las Agencias de Inteligencia, así como de los comandos de la gran empresa y los vaticanos del dinero, como el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco de Inglaterra, o el FMI y el Banco Mundial.

Por más que frente a sus fallas reforcemos nuestros respectivos escepticismos, tenemos que admitir que, en parte al menos, estas proyecciones, escenarios y panoramas sobre el porvenir, coadyuvan a la toma de decisiones y, sin duda, también a la configuración y reconfiguración de visiones ideológicas y justificaciones de las decisiones del poder. La parafernalia que rodea a la política económica estaría incompleta si no se contara con algún juego de proyecciones.

Ha sido así, y ahora se lleva a cabo febrilmente, porque lo que domina y angustia el espíritu público naciona y global es la incertidumbre y el temor al futuro.

En lugar de estigmatizar estos ejercicios, los Estados y las empresas deben invertir recursos y respeto en los Gabinetes públicos y privados dedicados a imaginar y estilizar lo que viene, aún sabiendo que el grado de error de esas predicciones no sólo es grande, sino que puede ser mayor a medida que la disputa hegemónica global se acentúe y los poderes instalados en los Estados y en la Alta Finanza se sientan forzados a apelar a un enfrentamiento político militar, apenas disfrazado de medidas de defensa comercial o protección de las monedas.

Así ocurrió antes, en tiempos peligrosos como los de la Gran Depresión de entre guerras, pero también en momentos de aparente estabilidad, como cuando el presidente Nixon, sin consultar a nadie, rompió las reglas de oro de Bretton Woods y lanzó al mundo a la desventura cada día más agresiva de una globalización sin reglas ni cuerdas para paliar las caídas financieras. Puede parecer exagerada esta visita al arcano de la economía, pero así puede ponerse de grave este momento “líquido” del mundo post Gran Recesión que muchos anuncian como un mundo post global, con todas las consecuencias de una ruptura de ese tamaño.

El Presidente y su gobierno no pueden ni deben estigmatizar a quienes se dedican a imaginar o inventar el futuro. Más bien deben y creo que pueden, si se dejan auxiliar por ejemplo por el Banco de México, revisar esas y otras proyecciones para ofrecer a la sociedad visiones alternativas y, sobre todo, para convocar a las fuerzas sociales y políticas a preparar opciones de política frente a una caída mayor, para encarar la cual no tenemos hoy previsiones intelectuales ni fichas con las cuales defender la actividad productiva, y sobre todo proteger a los más vulnerables.

La negación de la realidad y sus perspectivas más creíbles, o la desestimación de los cálculos, datos y cifras con que juegan los futuristas, apelando a “otras” cifras que nunca aparecen, no puede sino ahondar la “disonancia cognoscitiva”, que amenaza con apoderarse de diferentes capas de la vida social y política, y que en medio de una emergencia financiera o económica, no puede sino llevarnos a más inestabilidad y malentendidos. Lo que necesitamos es crecer económicamente más, pero para ello es indispensable poner en juego palancas y herramientas, como la reforma fiscal y hacendaria, cuyo uso y disposición requieren de amplios acuerdos y mucha sintonía, en cuanto al diagnóstico y sus posibles y más probables escenarios.

Nada de esto se va a lograr si el diálogo se polariza y el litigio se enrarece.