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La marcha contra López Obrador



RODRIGO MARTÍNEZ OROZCO


Jueves 09 de Mayo de 2019 7:51 am


LOS procesos de transformación generan reajustes tanto en las cúpulas de poder (institucional o fáctico) como en los gobernados y sus prácticas políticas. Las marchas del domingo pasado nos ofrecen una ventana interesante para observar algunas muestras de dichos reajustes en los ámbitos de las ideologías, identidades e intereses.

Uno de los rasgos más llamativos de las manifestaciones fue la movilización de sectores de la sociedad que tienden a la desmovilización, la desorganización y hasta la apatía. No se trata de descalificativos, sino de características tangibles de una sociedad tradicionalmente desmovilizada. Todo parece ser que la adscripción a las manifestaciones contra AMLO fue espontánea, al menos en su mayoría. ¿Qué implica dicha espontaneidad? Implica un proceso de toma de decisiones, de pasar de la pasividad, resignación o inevitabilidad a la participación por otras vías alternativas a la electoral. Pasar del descontento en redes sociales a la apropiación momentánea del espacio público, significa reconocerse e identificarse como actor político en el ejercicio de sus derechos como ciudadano en un momento determinado. Pero también conlleva la conciencia de que la realidad es transformable por medio de la acción colectiva y que el ejercicio de poder del adversario político no es incontestable.

Hay que tomar literalmente la principal demanda de las manifestaciones: la renuncia de AMLO. Ni los participantes ni los demás esperaban que tras una serie de marchas, el Presidente constitucional, elegido democráticamente, presentara su renuncia. Fue un llamado de atención, un pase de lista: aquí estamos, por nuestra cuenta, al menos por ahora. Y es que a diferencia de las diferentes marchas contra el PRI y Peña Nieto, las del domingo fueron marchas dirigidas a López Obrador, mientras que Morena quedó prácticamente borrado del panorama. No es cuestión menor. Las simpatías y antipatías (ideologías, identidades e intereses) pasaron del plano institucional y partidista al del líder populista. Después de casi 40 años de lenta construcción de un sistema de partidos, con sus múltiples deficiencias y vicios, las elecciones del año pasado arrasaron con dicho sistema y abrieron la puerta para la construcción de uno distinto.

Será muy interesante observar cómo se reconfiguran las bases de apoyo de los partidos derrotados en las elecciones pasadas. A pesar de su crisis interna, el PAN aparece como el más fuerte de los partidos de oposición, el que tiene más probabilidades de aglutinar el descontento de, por ejemplo, algunos de los manifestantes del domingo. Pero, aunque las formas populistas tienden a polarizar la vida pública, incluido el voto, la transferencia del descontento no es automática. Nadie puede afirmar que los manifestantes del domingo votarán inevitablemente al PAN en las próximas elecciones. La sociedad mexicana es mucho más compleja que las expresiones polarizadoras de apoyo o rechazo a López Obrador.

El punto principal es que a pesar de las múltiples pancartas y consignas elitistas, racistas y clasistas de algunos de los asistentes a las marchas contra el Presidente, haríamos mal en agruparlos a todos en un mismo bloque unitario y uniforme. Si bien muchos de los asistentes son un fiel reflejo de que en la sociedad mexicana no ha dejado ni dejará de existir un fuerte arraigo conservador y tradicionalista, haríamos bien en dejar de lado las simplificaciones y comenzar a observar con atención cómo se reconfigura su adscripción a las fuerzas políticas existentes o a la creación de nuevas organizaciones. Porque sin organización, las manifestaciones del fin de semana tendrán poca capacidad de trascender. Parece que el polvo de la euforia electoral por fin comienza a asentarse para dar paso al reacomodo de las fuerzas en pugna. No hay que minimizar las marchas contra el Presidente, hay que comprenderlas.