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Doña Carmen y la resiliencia



PETRONILO VÁZQUEZ VUELVAS


Viernes 10 de Mayo de 2019 7:46 am


NO importaba el día o la fecha, se levantaba con el alba y de inmediato ponía en el fogón o en la estufa, el agua para el café; colocaba en la flama los tamales del día anterior para recalentarlos o los freía con mantequita en la cacerola. Porque el desayuno era a las 8 de la mañana o un poco antes. El almuerzo de las 9 en adelante.

Le esperaba la escoba, la de palma para los corredores encementados, y la de popote para la superficie de tierra. Rápido preparaba la pepena o una torta de huevo para el almuerzo, la torta de huevo no era con bolillo, sino huevos fritos previamente batidos. Los kilos de ropa sucia hacían fila, nunca los guardaba para el día siguiente, se lavaban conforme iban saliendo, y vaya que se esmeraba en la ropa de mezclilla de mi padre, llena de tierra y excremento de los animales vacunos con que comerciaba. 

A mediodía disfrutábamos de sus habilidades de gourmet tradicional: qué sabroso el chilayo con hueso de espinazo; el asado, carne de puerco frita con huevo y fruta en vinagre; el caldo de res, con su repollo, carne maciza y el lujo era el hueso de la cola, sin faltar los garbanzos; degustábamos una carne de puerco con pasilla verde deliciosa, la pasilla era licuada y con pequeñas rajas, pero no sé en qué mágica proporción que el sabor quedaba de chef internacional.

La tarde era para coser, remendar, barrer nuevamente, salir a misa o al rosario y regresar para dar de cenar y planchar cuando se juntaba la ropa. Nunca la vi o la escuché renegar, nunca una maldición, a pesar de que la vida con mi padre no era sencilla por el carácter fuerte del jefe de la casa. Era todo un ejemplo de resiliencia, aunque el concepto todavía ni se instauraba. 

Le daba mucho gusto cuando llegaba de México; luego cuando me establecí de nueva cuenta en casa ya no hallaba cómo sacarme. ¡Ya cásate!, me gritaba antes de cada comida (ja,ja). Aunque duré poco tiempo viviendo de nueva cuenta en la casa solariega porque  luego me fui a vivir a lo que hoy es mi casa, y hasta allá iba cada tercer día, sobre todo cuando hacía alguna comida que sabía que me gustaba. 

Ella cuidó de mi hijo durante varios años y aunque la hacía renegar, fue muy buena su compañía porque le hacía la vida feliz; cuando me iba a dar una queja, se dirigía hasta el teléfono de la sala y más tardaba en hablar cuando el otro ya había descolgado la extensión para denegar la inculpación; luego, por la noche su servidor llegaba por él y más tardaba en llegar a la casa, que ella preguntando vía telefónica si ya había cenado. Todo el tiempo al pendiente de todos y puntual en su visita anual a Talpa, a San Gabriel y a cuanta peregrinación se presentara para visitar a un Santo o una Virgen milagrosa, eso, sin contar su asiduidad a las reuniones con las damas vicentinas de la localidad.

Ella no sabía de resiliencia ni de sororidad, pero vivió entregada y feliz de acuerdo a sus valores, con sus hijos y nietos, elaborando sus comidas y soñando con ir a Talpa el año que viene. Quiero aprovechar este día para conmemorarla y enviar hasta el cielo el más bonito y agradecido recuerdo. Feliz Día de la Madre, amá, y feliz Día de la Madre a todas las mamás colimenses.


UN ÉXITO EL FESTIVAL DE LA SAL


Yo estaba seguro que tendríamos éxito en el Festival de la Sal realizado en Cuyutlán, pero la realidad superó las expectativas. En voz de los prestadores de servicios y sus líderes, hubo una derrama económica superior a la Semana de Pascua, dicho por ellos; la sal se reposicionó, los eventos fueron muy lucidos y Cuyutlán lució lleno. 

Gracias a los participantes, al público asistente, al Cabildo y Presidente Municipal de Armería; al presidente de la Junta Municipal, a la Universidad de Colima, a los medios de comunicación, funcionarios de los tres órdenes de gobierno y al gobernador José Ignacio Peralta Sánchez.