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Una machaca especial



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 11 de Mayo de 2019 7:00 am


DESDE muy temprano, una olla roncaba y aventaba vapor. La espuma del agua era café, se deshacía y volvía a formar. Gratos olores salían de esa olla de barro grande, acostumbrada al calor del fogón rústico de leña. El barro era cada vez más negro, secuelas del fuego.

A su lado, una ollita también aventaba ensortijados humos y olores. Se tambaleaba con la fuerza de la lumbre, se resistía a caer y sólo bailaba. La danza de las ollas redondas, barro rojo con lengüetazos blancos y negros, señal del tiempo y resistencia al calor.

Ambas ollas habían dado de comer cientos de veces, dijo doña Lula, para eso son ollas. Llegaron del otro lado del mar, del continente, en un camión que vino en barco. Y es que aquí no hay barro, aquí todo es arena blanca o dorada, es el desierto alargado. Ahora están aquí hirviendo la comida, no se vaya. Y no me fui.

Mientras, su esposo nos llevó a los verdes mezquites a buscar su correoso ganado que busca alguna ramita qué comer y les dé fuerza para soportar el inclemente sol. A lo lejos, en el azul horizonte, bailaban los cuernos del ganado. Se acercaron a recibir su paca de alimento. Vacas felices. Un poco de agua en un medio tambo sombreado con ramas del rumbo para que no hirviera. 

Seguimos, no vimos más ganado. Ya vendrán, dijo don Luis. Así han sido los últimos 40 años. Ni las víboras las muerden. Saben defenderse y huir del peligro. Tomamos el camino de regreso.

Ni cómo bañarse como en la ciudad. Los tambos azules hay que conservarlos y bien administrarlos. Ese día me levanté y limpié mi cara y mis manos. En la mañana hacía frío, ese duro frío del desierto que pone a prueba los huesos. El frío se va cuando sale el sol.  Las aves gritan y cantan, si el sol las encandila se acurrucan bajo los mezquites, descansan y luego comen para volver a sestear.

Abajo, pecho a tierra, las cachoras o lagartijas juegan carreritas entre los surcos de arena blanca. Capturan algún insecto y comen. Las víboras de cascabel se desenrollan a media mañana e inician su sesión de calor. Así son los reptiles, necesitan el sol para calentar su sangre, dice don Luis, quien asegura que esos animalitos son listos para evadir a sus depredadores, sobre todo los que vuelan. Se han adaptado a la austera vida del desierto. Nosotros también, nuestros hijos no, ellos ya se fueron a Hermosillo y Ensenada.

De la olla grande sirvieron los humeantes platos de frijoles cocidos que rodeaban la rústica mesa de madera de mezquite, sostenida por piedras y polines, muy original y eterna, dicen los señores, la tienen desde que llegaron al rancho. 

En un recipiente había tortillas de harina, acá no hay maíz, dijo doña Lula. Y acá hay caldo de carne de venado bura que Luis llevó un día antes. Yo pensé que era caldo de res, pero el grandioso sabor me dijo que estaba frente a un manjar especial peninsular, en pleno desierto. Bajo el techo de palma y madera que amainaba el calor de afuera, la comida era lo máximo. 

Prueben una machaca especial. De un recipiente sacó carne casi en polvo, color claro, casi amarilla. La sofrió con cebolla y jitomate y la esparció en una tortilla de harina, como si fuera un burrito. Tremenda mordida le dio mi compañero de viaje, yo lo secundé mientras don Luis sonreía por el gusto de vernos comer, de aceptar su comida. Qué felicidad. Nosotros aportamos las sodas aún frescas. Todos felices y contentos. El ecosistema del desierto te da todo.

Para partir, nos dimos los rigurosos abrazos y agradecimientos. Subimos al pick up, rodeamos la casa para salir del rancho. En los tendederos vimos colgadas tres largas pieles secas, doradas, con una hilera de rombos. Preguntamos qué eran y nos dijeron que cascabeles para la machaca.

Al perder de vista la casita nos paramos. Mi amigo vomitó, sentía el cuello cerrado porque había comido cascabel y decía que estaba envenado. No seas payaso, le dije, en tu vida has probado manjares del desierto. Pareces viejito hipocondriaco. Al llegar a Ensenada presumió su comida, se sentía inmune.


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