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De ayer y de ahora



ROGELIO PORTILLO CEBALLOS

Viaje al pasado


Domingo 12 de Mayo de 2019 8:46 am


EN las pasadas vacaciones tuve un encuentro con mi pasado. Me vi forzado a trasladarme a la Ciudad de México a tramitar un certificado de la licenciatura que cursé en la UNAM de 1972 a 1976. Esto, para poder concluir trámites en la actual Maestría de Terapia Familiar que estoy cursando. Podrán preguntarse, ¿por qué no tramitarlo por línea y listo? Había que presentar fotos y llenar solicitud, aparte de otorgar carta poder con testigos y luego remitir dicha documentación. Para no hacer el cuento largo, decidí ir a México, junto con mi esposa, y realizar otras actividades familiares allá.

Compramos nuestros boletos de ETN y allá partimos la noche del domingo, iniciando la Semana de Pascua. Para empezar, ya para salir, una señorita del ETN, digamos el equivalente a la azafata de un avión, nos dijo: “Nos informan que hubo un accidente en la carretera hacia Guadalajara, por lo que en algunos tramos, el autobús irá muy despacio…”. Y efectivamente, el autobús se detuvo como a la media hora de salida y tardamos para llegar a Guadalajara como ¡6 horas! Afortunadamente vas dormitando, arrullado con el ruidito del motor o del aire acondicionado. 

Como soy de la tercera edad, a veces se tiene uno que levantar al baño. Entra uno en una cabina microscópica que apenas cabes y para empezar  a hacer del uno, mientras te preparas, el autobús puede ir frenando o transitando una curva y tú moviéndote en consecuencia. Y así, como en juegos malabares, terminas tu odisea. Ah, pero luego no encuentras dónde se le tiene que jalar u oprimir algún botón para que la taza se descargue. En una ida en la madrugada, estaba yo concluyendo cuando, olímpicamente, alguien abrió la puerta que yo suponía tenía seguro incluido, pero, pues no. Fui visto como aquellas estatuas  griegas mostrando sus atributos, en mi caso, mis atributos… pasados.

Finalmente llegamos a México desvelados y tomamos un taxi, cuyo chofer venía escuchando una estación de radio con música sólo de jazz. Un jazz suave, voluptuoso y adormecedor, y así venía manejando el conductor. Luego, ese tipo de jazz fue tornándose con un mayor brío, ritmo y sonoridad. Lo curioso es que al tiempo que iba escuchando ese tipo de música, el chofer manejaba al ritmo de esa música. La música continúo en escalada, por lo que el chofer iba rebasando y rebasando, y nosotros inquietos e inquietos, hasta que logramos, finalmente, llegar a la casa de nuestros parientes.

Al día siguiente, fuimos mi esposa y yo a la UNAM, a la Facultad de Filosofía y Letras, a tramitar mi certificado. Después de tomar el metro y el metrobús, caminamos hasta CU y llegamos a aquella Facultad donde, desde mis 19 años hasta los 24, estudié mi carrera. Al ingresar por el pasillo de entrada, recordé mi juventud, mis compañeros y compañeras, mis maestros y maestras. Sentí la nostalgia de una época ida, de unos años idos, de unas ilusiones logradas, otras transformadas, menguadas o acabadas. Le platiqué a mi esposa sobre esa época, al tiempo que caminábamos por los pasillos de la Facultad.

Le decía: “En estos salones recibía clase en 1972; aquí transcurrieron años de mi vida estudiantil; en este lugar conocí diversos modos de pensar porque en esta Facultad se expresa el mosaico diverso del pensamiento alternativo del país”.

Al caminar por los pasillos de los salones de clase, observé que varias aulas tienen el nombre de un reconocido maestro o maestra, y así, con sorpresa y dolor, me enteré de la muerte de dos  maestros que me dieron clase y que tienen un aula de reconocimiento en su honor: la doctora en Pedagogía, Libertad Menéndez Menéndez  (1946-2005) y el doctor Enrique Moreno y de los Arcos (1943-2004).

Después de realizado el trámite de mi certificado, caminamos por la Facultad y también por las explanadas de la Ciudad Universitaria, sintiendo un volcán emocional en mi interior, al recordar un cúmulo de vivencias y sucesos juveniles que se han ido para siempre.