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Avanza el centralismo



RODRIGO MARTÍNEZ OROZCO


Jueves 16 de Mayo de 2019 7:50 am


A 6 meses de la toma de posesión del presidente López Obrador, ya hay muestras de cómo va tomando forma un nuevo proyecto centralizador. Desde tiempos coloniales ha existido el debate entre los partidarios de un gobierno central y los de mayor autonomía a los poderes locales. Históricamente, los Estados más funcionales han sido centralizadores: el porfiriato fue un régimen que agrupó a los jefes políticos, caciques y demás hombres fuertes de las regiones del país, indispensables para que Díaz ejerciera la Presidencia. El régimen emanado de la Revolución Mexicana institucionalizó el ejercicio del poder centralizador por medio del PNR, PRM y PRI, entre otros pactos. El federalismo mexicano ha sido, pues, salvo momentos muy puntuales, una ficción constitucional.

A diferencia de Díaz y los revolucionarios –que llegaron al poder por medio de las armas, el primero por la revuelta militar, los segundos después de un complejo proceso revolucionario–, López Obrador ganó las elecciones. Esto implica que el fundamento de sus alianzas no es militar en principio, sino meramente político.

Una primera aclaración importante: el centralismo no implica autoritarismo ni nada similar, así como el federalismo no garantiza democracia. Durante el sexenio de Peña, muchos Gobernadores se convirtieron en verdaderos señores feudales, dueños de sus estados, donde ejercieron el poder de manera despótica. Para acabar con este sistema, López Obrador creó la figura de los delegados. Concentrar el poder en un solo delegado en vez de varios funcionarios, obedece a criterios de austeridad y de política. Políticamente, la existencia de una sola figura política garantiza o facilita fidelidad al centro, a la vez que crea poderes locales fuertes de cara a las elecciones por venir. Los delegados controlan buena parte de las participaciones federales, los programas sociales y falta ver qué papel jugarán a la hora de la entrada de la Guardia Nacional.

En los ámbitos de los Ejecutivos y Legislativos locales, Morena controla diversos Congresos locales pero pocas gubernaturas, al menos por el momento. Contar con varios gobernadores sería útil para el Presidente, pero puede compensar con la influencia que ejerce a través de los Congresos y los delegados. Renunciar al ejercicio centralizador en los estados y regiones implicaría continuar con la muy dañina forma de gobernar de los señores feudales. En cuanto al Poder Judicial, todavía están por verse los ajustes que se harán, en caso de que se emprenda una muy necesaria reforma de dicho Poder. Por lo pronto, ya hemos sido testigos de desencuentros a partir, por ejemplo, de la Ley de Remuneraciones.

Además de los Poderes institucionales, el proyecto centralizador busca incidir en poderes fácticos y/o suprainstitucionales. Para el crimen organizado está en proceso de creación la Guardia Nacional que, entre otras cosas, busca obstaculizar las relaciones entre los poderes locales y las diversas organizaciones del crimen organizado. Aquí juegan un papel importante los delegados, pues controlarían los programas sociales (en caso de que funcionen como inhibidores de la violencia) y contrarrestan el poder de los gobernantes locales, vulnerables o comparsas del crimen organizado.

Existen otros poderes fácticos importantes: para las iglesias, López Obrador ha emprendido un acercamiento; para los medios, la reducción del gasto en publicidad oficial y el predominio de las mañaneras; para los empresarios, la Guardia Nacional, el aumento de la intervención del Estado en la economía, la democracia sindical y el TMEC; para las Fuerzas Armadas, una ampliación de sus funciones y su poder a cambio de disciplina hacia el Presidente; para los trabajadores, democracia sindical y relevos en sus dirigencias enquistadas. Soy partidario de la centralización, pero no de las formas populistas que revisten dicho proceso. Centralización sí, pero sin el espíritu antiilustrado del régimen actual, sin improvisaciones ni ocurrencias.