Cargando



Contraste



GLENDA LIBIER MADRIGAL TRUJILLO

¡Por 5 mil pesos!


Viernes 17 de Mayo de 2019 7:56 am


“A los 12 años, un niño de las comunas es como quien dice un viejo: le queda tan poquito de vida… Ya habrá matado a alguno y lo van a matar”. Así de crudo y de breve es el proceso de existencia de los sicarios, según lo expone el escritor colombiano Fernando Vallejo, en la novela La virgen de los sicarios (Alfaguara, 1994).

El término sicario fue puesto de moda por el Cártel de Medellín, que comandaba el narcotraficante Pablo Escobar, por la década de los 80 del siglo pasado, allá en Colombia, tierra del Vallenato y de grandes escritores como Gabriel García Márquez. Menores de edad, apenas niños, provenientes de las llamadas comunas, eran reclutados por ese grupo criminal para convertirlos en asesinos por encargo, a cambio de una remuneración económica.   

“A fuerza de tan feas, las comunas son hasta hermosas. Casas y casas y casas de dos pisos a medio terminar, con el segundo piso siempre en veremos, amontonadas, apeñuzcadas, de las que salen niños y niños como brota el agua de la roca por la varita de Moisés”, relata Vallejo en su obra.

Incontables historias verdaderas se han escrito o llevado a la pantalla, o ambas cosas a la vez, sobre la forma en la que operaba ese grupo criminal en Colombia, en las cuales se puede apreciar cómo los asesinos a sueldo, o sicarios, viven, siempre, al borde del abismo.

“Los niños pobres eran los más feroces y arriesgados: sabían que si morían en un enfrentamiento en el que asesinaban a una víctima por encargue, a sus familias les regalaban una casa y dinero para que vivieran 10 años sin trabajar”. Esto lo relata el periodista colombiano Juan Miguel Álvarez, a quien le llevó cuatro años realizar una investigación especial que daría vida a su libro Balas por encargo, vida y muerte de los sicarios en Colombia.   

Contrario al Cártel de Medellín, el de Cali prefirió incorporar policías judiciales por una paga cinco veces mayor a la que cobraban en su trabajo. “Tenían dos vidas: a la mañana de uniforme, y de tarde, cobradores y sicarios”, comentó Álvarez en una entrevista.

En México, los sicarios menores de edad y jóvenes empezaron a aparecer por montones a partir de que el Gobierno Federal encabezado por Felipe Calderón declaró una desarticulada guerra contra el narcotráfico. Apenas nos dimos cuenta, las ciudades fueron tomadas por motosicarios y sicarios a pie, porque igual los adiestran para asesinar desde sus vehículos en movimiento que a quemarropa, ya sea por la espalda o de frente, viendo el rostro de su víctima.  

El primer caso documentado de un menor sicario se conoció en nuestro país en 2010, cuando fue arrestado Édgar Jiménez Lugo, El Ponchis, de tan sólo 14 años de edad, pero con varios asesinatos a cuestas, aunque él sólo reconoció ante la justicia haber cometido cuatro crímenes. Proveniente de una familia desintegrada, con padres drogadictos y ausentes, a los 12 años fue reclutado por un grupo criminal que, según dijo, lo obligaba a asesinar, porque si no obedecía, él sería la víctima. En la cárcel, El Ponchis aprendió a leer y escribir, y al salir de prisión, a los 17 años, fue trasladado a Estados Unidos, país que le brindó protección.

A principios de este mes, en el corazón urbano de la ciudad de Cuernavaca, en Morelos, un hombre de 22 años de edad asesinó a balazos a dos personas. El joven fue detenido y en su declaración ante la autoridad dijo que por cometer el doble crimen le pagaron ¡5 mil pesos! Sí, por esa triste cantidad de dinero, un joven como él es capaz de matar a quien sea, “por encargo”, por sobrevivencia, por necesidad. O tal vez, por gusto.

Y cuando se leen ese tipo de noticias, la mente trata de acomodar sus ideas y el corazón de tranquilizar sus latidos. Es aterrador saber que en México hay miles de Ponchis y miles jóvenes dados de alta como sicarios en las nóminas de grupos criminales.  

Este país violento debe parar. Se tiene que dar chance para hurgar en los orígenes que dieron lugar a la existencia de niños y jóvenes metidos como sicarios, porque si no se entienden y se empiezan a atender las causas, jamás se podrá atacar, con éxito, el problema.