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Despacho político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Mucho teatro


Viernes 17 de Mayo de 2019 7:57 am


1.- Muchos años atrás, Lola Beltrán dio un concierto en el Palacio de Bellas Artes. Se hizo un escándalo nacional porque se consideró una profanación al edificio icónico de la cultura y las artes mexicanas. 

En cambio, cuando el concierto lo dio Joan Manuel Serrat, muchos de quienes repudiaron el de Lola Beltrán, mostraron beneplácito y hasta entusiasmo por el recital del cantante catalán.

“Ya agarraste por tu cuenta Bellas Artes”, cabeceó con refinada ironía su crónica Carlos Monsiváis, quien defendió la presentación de la cantante mexicana en el recinto. Tanto ella como el español, corresponden al género de la música popular. En esencia, son la misma expresión con diferentes formas. ¿Por qué se condenaba a Lola y se elogiaba a Serrat?

Entiendo esto: la cultura y el arte son expresiones de la colectividad, y aun artes menores deben compartir recintos, por muy “sagrados” que se les considere. Bellas Artes, a mi juicio y para mi gusto, es el edificio más bello de México. Tiene límites de uso. Y dentro de esos límites, cabían tanto Lola como Serrat. No había fundamento para el escándalo de aquel tiempo.

Hay, en cambio, hechos y actos que están fuera de esos límites, no caben. Otros son sus escenarios por su naturaleza. 

Esto viene a cuento porque antier, miércoles 15, el Palacio de Bellas Artes fue utilizado para presentar una función de ópera de homenaje –con discurso de por medio– del líder de la organización religiosa La luz del mundo, Naasón Joaquín García. Ahí sí encontramos conflicto, por supuesto.

Se detuvo a tiempo el desaguisado de permitir a Naasón Joaquín discursear religiosamente en el recinto de las bellas artes, como si se tratara de un templo confesional.

El uso de los teatros públicos y sobre todo los emblemáticos, debe ser reglamentado, tanto si son edificios históricos como si no lo son. Sobre todo los primeros porque forman parte sustancial del tesoro arquitectónico del país.

Para asuntos religiosos, graduaciones escolares, conferencias sobre negocios, promoción de pregoneros de la autoayuda y congresos políticos o privados, están los auditorios que se rentan para tales fines, que son su ámbito. Los recintos culturales y artísticos tienen límites de uso que hasta ahora son transgredidos en ocasiones.

Durante décadas, el emblemático Teatro Hidalgo fue utilizado para los más disímbolos acontecimientos, desde informes de gobernadores –que así pretendían dorar sus aburridos discursos– hasta ceremonias escolares. Por contraparte, el edificio estuvo desatendido. También fue depredado. El desdén por el recinto –uno de los más bellos de su género en el país– llevó a ciertos políticos incluso a saquearlo.

Acciones producto de la ignorancia son recordadas todavía hoy, a pesar de que acontecieron en un pasado remoto. Un piano del Hidalgo tenía teclas de marfil, con el color propio de ese material. Un gobernante observó el instrumento musical y ordenó cambiar el teclado por uno de material sintético, porque el que vio estaba “amarillento”, esto es, el color natural del marfil.

Necesario, un reglamento de uso de los teatros históricos deben promulgarse, para evitar que cualquiera haga en ellos su fiesta ajena a la expresión cultural y artística, que tienen ahí un escenario apropiado. 

2.- Se equivocó el alcalde de Colima, Leoncio Morán. Nunca debió pintarrajear el auditorio municipal Miguel de la Madrid, que está a su cargo, si bien es un monumento arquitectónico protegido, construido en 1911 por el alarife Lucio Uribe, el mismo que erigió el Teatro Hidalgo.

Ni pizca de arte hay en las pinturas elementales que prohijó Morán, quien argumenta que trata de “rescatar” el edificio del abandono, pero contribuye a deteriorarlo con esos graffiti. Y sobre todo, procedió contra las normas legales que le impiden acciones como la que llevó a cabo e inauguró ayer, a pesar de que el Instituto Nacional de Antropología e Historia le notificó la negación del permiso para pintar los murales y le dio un plazo de 10 días hábiles para retirarlos.

Leoncio Morán es alcalde por segunda ocasión. Ya había estado el auditorio a su cargo. Debió conocer las limitaciones para hacerle cualquier cambio, por mucho que tuviese una buena intención. De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Porque gobernar no es asunto de propósitos, sino de hechos y de respeto a las leyes.

3.- El patrimonio arquitectónico histórico es escaso en Colima. Debiera protegerse con esmero y evitarlo siempre, del mismo modo que se impidió, por ejemplo, el traslado del Archivo Histórico del Estado del recinto de un edificio también emblemático, en el jardín de La Concordia, a cualquier otro lugar.

Los ciudadanos debemos estar atentos, como ocurrió esa vez, hace unos meses, para exigir que las autoridades de cualquier nivel atenten, por ignorancia o irresponsabilidad, contra el patrimonio histórico de Colima.


MAR DE FONDO


** “Anclado en mi tristeza de profeta/ sé cuánto ha de valer lo que hoy recibo;/ cuánto valdrá después esto que vivo/ sujeto a este después que me sujeta./ Mi plenitud en ti quedó incompleta/ y espera un no sé qué definitivo./ Mientras, cerca de ti, escribo y escribo,/ poeta al fin, en tiempo de poeta./ Sé cuánto ha de valer; eso es lo triste./ Valdrá más de lo mucho que poseo/ el recordar lo mucho que me diste./ Profetizado don, con que falseo/ esta presente gracia que me asiste/ y esa futura gracia que preveo”. (Rafael Guillén, español, 1933-. Anclado en mi tristeza de profeta...)