Una boda única
JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA
Sábado 18 de Mayo de 2019 7:19 am
NOS subimos al pick up y por horas rodamos rumbo a nuestro destino. Teníamos noción del camino y del tiempo. Es como una aventurilla, como un cuento, nos dijimos. Íbamos decididos a todo, incluyendo la diversión. Todo era parte del trabajo. Tres adelante y cuatro atrás, cuatro hombres y tres mujeres. A las 6 de la mañana de un frío sábado nos reunimos para partir. Cafecito serrano bañado por la brisa que viene del mar, suculentos tacos de frijoles y papa en enormes tortillas del tamaño de las grandiosas tlayudas oaxaqueñas. Por ser muy tragón y por lo que se ofreciera, pedí cuatro. Pensamos que a la hora de la comida estaríamos en la reunión listos para comer. El barro sacudía suavemente el pick up, lo retaba y nosotros lo resolvíamos. Subíamos la sierra, de los pinos emanaba el olor del bosque templado. A ratos, enormes helechos que en algunos rumbos les llaman australianos, contrastaban con el entorno, embelleciéndolo. La sierra Juárez es así, benévola. Es amigable. Los de atrás fumaban y tomaban café. El sol les caía por la espalda. El paisaje era suyo, aunque nosotros lo mirábamos primero, ellos se quedaban con él largo tiempo hurgando en los detalles y recovecos de los tonos verdes bajo el cielo azul intenso. Las aves iban y venían, cantaban, gritaban, jugaban cabriolas en el aire serrano. Paramos a desayunar. Los tacos parecían largas flautas transversales al inclinarnos a morderlos. Una delicia de frijoles claros refritos, bañados de quesillo derretido. Aún estaban calientes dentro del termo natural, una especie de balsa y envueltos en varias servilletas de colores tradicionales. Los de papa frita con un especial chorizo, casi sin grasa y mínimos condimentos. Yo me comí los cuatro. Mis compañeros, la mitad de su orden. Café y seguimos. Íbamos a medio camino y llegaron las primeras gotitas de lluvia. Los de atrás se pegaron a la cabina para no mojarse si arreciaba la lluvia. De pronto, la llanta delantera se desinfló. En medio del barro quitamos la llanta y al querer cambiarla vimos la refacción ponchada. Qué poca revisión, nos dijimos. La memoria nos dijo que no la reparamos meses atrás. Y ni para atrás ni para adelante. Estábamos tirados a la suerte y yo sin comida, sólo dos manzanas, tres guayabas desabridas y medio termo de café. Esperamos 2 horas mientras dormitamos, platicamos y alguien escribió a mano. Vimos un pick al encuentro, negociamos, nos prestó su llanta y se llevó la nuestra. Así pudimos llegar al destino a las 5 de la tarde, la reunión estaba casi por terminar. Fuimos directos a la casa de Filemón, era su boda. Ahí estaban, muchos pasados de mezcal y otros vinos. Todos felices al vernos, se despreocuparon. Me urgía comer. Me dijo el File que ya me conocía y nos acomodó en una mesa familiar. Te daré lo que sugeriste, me comentó. Valió la espera. Llegaron los platos de arroz con mole del rumbo y pollo. Comida de boda de mis tierras occidentales. La diferencia es el sabor de esa delicia de mole en la llamada capital del mole y sus colores. Comimos y comimos. Una delicia paladear ese mole negro muy de allá. Tomar las tortillas y al abrir la balsa percibir el olor a maíz, entonces se alborotaba el sentido del gusto. A comer, pues. Era de noche cuando me recosté en una hamaca de hilo en el corredor rústico, donde el olor a humo es permanente, pues el fogón arde día y noche. En mis manos quedó una taza vacía del café que tomé con una especie de sope gordo con crema. Rematé el día. Me despertaron los gallos y los ruidos de la cocina. Eran las 7 de la mañana. Dormí 10 horas. Descansado y sin frío, pues me envolví en una cobija de lana que estaba en la hamaca. Me levanté a caminar por los senderos, volví a escuchar las aves y recordé que en la noche, desde lo lejos me llegó un especial rugido de jaguar. A las 9 regresé a la casa. Desayunamos. Filemón se había ido de viaje. Me dejó arroz, pollo y mole de boda. Bueno, pues llegué a Oaxaca y comimos lo mismo una semana gracias a una boda única. nachomardelarosa@icloud.com