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De ayer y de ahora



ROGELIO PORTILLO CEBALLOS

Mi despertar a la vida


Domingo 19 de Mayo de 2019 8:15 am


ME gusta escuchar música, por lo que a menudo selecciono en YouTube lo que me agrada. La semana pasada empecé a escuchar unas melodías de Ray Conniff que me deleitan porque, además de sentirme gratamente emocionado, traen a mi alma el ambiente que viví con mis padres y familia allá por los años 60 del siglo pasado. En un torbellino de recuerdos, aparece la casa donde vivimos hasta mis 13 años, luego nuestro cambio de domicilio hasta la calle 20 de Noviembre, al sur de la ciudad.

También a mi mente llega mi travesía por la secundaria Fray Pedro de Gante (1964-67), mis compañeros y amigos, así como los maestros; y en general, aparecen ráfagas de escenas diversas que me sensibilizan al grado de derramar lágrimas de gusto y nostalgia por lo vivido y por todas las vicisitudes de un jovencillo que se abre al desarrollo de su vida, y cuyas preocupaciones y anhelos empiezan a emerger en su alma juvenil.

Al tiempo que escuchaba las melodías con la orquesta y coros de Ray Conniff, iba sintiéndome transportado al Colima de aquella época y a la vida de un aprendiz de adolescente. ¿Cómo vivía un muchacho de 13 a 15 años en ese Colima y educado tradicionalmente? Recuerdo mis cambios físicos y sexuales que se fueron dando. Un buen día, estando yo dormido en mi recámara, como a mis 13 años, dieron inicio mis cambios con un “sueño húmedo”. Mis inquietudes sexistenciales afortunadamente fueron mitigándose por la feliz coincidencia de contar mis padres con una librería que vendía toda clase de publicaciones, en este caso algunos libros, enciclopedias o revistas que, por propia iniciativa, “consultaba” estos temas sexuales desde mi juvenil e inexperta visión. Con los cambios físicos, crece uno en estatura, complexión, el pecho se ensancha, la voz empieza a cambiar. Hay preocupación por el atractivo físico. Los cambios psicológicos y sociales también son importantes, y con esto emerge un mundo de sensaciones e interrogantes.

En aquel entonces, en la secundaria no había “orientación sexual”, ni clase que te introdujera en estos temas. Esto fue así, al grado que en la clase de Biología, el maestro se brincó el capítulo sobre la reproducción humana, pues dijo: “Sinceramente, no estoy capacitado para esto”, y simplemente se saltó el capítulo y nos quedamos “sin saber”. Claro, yo tenía amigos inteligentes y también “informados”, ya que en casa de uno de ellos tenían la suscripción de una revista que se llamaba Luz, y que era de orientación sexual. Así es que amigos como Adolfo, Horacio, Miguel, mi primo Carlos, José, etcétera, estaban al tanto de estos temas e intercambiábamos informaciones.

En aquellos años, Colima era una sociedad donde se respiraba unas reglas de convivencia y de orientación moral ligadas a normas restrictivas en las expresiones o relaciones sexuales en el noviazgo y previas al matrimonio. Una sociedad con estándares de comportamiento moral en las diversas expresiones sociales como vestimenta, censura y clasificación moral de las películas que se podían ver en el cine, prohibiendo expresamente la entrada a menores o adolescentes a determinados filmes; las novias, aun de cierta edad, no salían solas con el novio, sino acompañadas de chaperón; tampoco se veía bien que una amiga sola subiera a un vehículo, por “el control social” y “el qué dirán”.

En la secundaria me reunía con mis amigos y compañeros y platicábamos sobre nuestras inquietudes e interrogantes sobre el sexo y la reproducción. Recuerdo una plática sobre la circuncisión: decía un  compañero mayor, si no la tienen, no van a “poder actuar”, y eso inquietaba, además de otras preocupaciones  que tenían que ver con los cambios o el momento apropiado para lanzarte a  “conquistar” a una novia, internándote en el bello y misterioso mundo femenino.