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El Circo



PETRONILO VÁZQUEZ VUELVAS


Viernes 24 de Mayo de 2019 7:40 am


UÉ bonitos son los circos, bueno, aunque mucho de la magia que tenían antaño la proporcionaban los animales que hacían las delicias de chicos y grandes. Ahora han prescindido de ellos y han adaptado sus espectáculos, o han incorporado otros, para estar de acuerdo a la normatividad. 

El domingo pasado, en el reportaje dominical de Diario de Colima, Elenita del Toro retrató muy bien la vida en los circos. Uno de los motivos fue el trabajo en las alturas de una señorita que hace un número asida con su cabellera, y supimos de los cuidados y el entrenamiento a que debe someterse para evitar algún accidente.

De cómo su mamá estaba al pendiente de ella durante su actuación y de cómo la orientaba durante sus entrenamientos. Los artistas y trabajadores viven todo el tiempo en el circo, cuando entrenan o actúan están en la carpa y en otros momentos en sus camerinos y enlonados que instalan en cualquier lugar a donde llegan.

Pero no solamente juegan el papel de estrellas en las pistas iluminadas, sino que cada uno de ellos tiene muchas funciones que desempeñar. El director del circo puede ser el domador, en otro momento, el que recibe los boletos, o en muchos de los casos, el payaso líder de la nariz con bolita roja, que hace sonreír al chiquillerío. 

En el mismo reportaje supimos de las dificultades a que se enfrentan actualmente estas empresas. Una de las artistas señaló que desde que entró en vigor la ley que prohíbe la actuación de los animales, la asistencia ha decaído fuertemente.

Su servidor guarda muchas experiencias de, cuando siendo chamacos, la llegada de un circo a la Villa trastrocaba el orden y la tranquilidad habitual de aquel pueblecito provinciano. Se instalaban en los campos deportivos o en lo que hoy son las oficinas del Registro Civil y el Archivo. De inmediato nos apersonábamos con el encargado, dispuestos a ayudar en la instalación, a levantar la carpa no nos lo permitían, pero de ahí en adelante éramos unas maquinitas para acarrear butacas, bancas, fierros, cubetas, comida para los animales y cientos de cosas más. Chamagosos y enterregados por el calor y la tierra suelta, trabajábamos de 4 a 5 horas para granjearnos un boletito para la función de ese día. 

Muchas veces llegábamos con nuestro hermano menor jalándolo de la mano y conseguíamos uno para él, aunque éste era más lo que estorbaba y en varias ocasiones lo mandaban mejor a sentarse debajo de un guamúchil, para evitar también que un chango juguetón le pudiera dar un arañazo. Por la noche nos íbamos con toda la familia, y nuestros padres tendrían que pagar su entrada necesariamente, así que el resultado era que aparte de que trabajábamos para lograr nuestro boleto, servíamos para llevar dos adultos con boleto pagado. 

En una ocasión llegó un circo llamado Italiano, que anunciaba la actuación de 25 bellezas internacionales, fuimos sin necesidad de insistirle a mi padre, a quien lo vi más contento que nunca. Los espectáculos de leones, focas y tigres fueron realmente grandiosos, y claro, las brasileñas, rusas, japonesas y chicas de otras latitudes eran el evento más aplaudido. 

El ambiente y el olor del circo son incomparables, los niños felices aplaudiendo a los changos, elefantes y caballos, estos últimos con bellas trapecistas en sus lomos. Los tigres nos sobrecogían por su imponente y real figura y sus rugidos que estremecían la carpa. En la actualidad ya es otro ambiente, lleno de nostalgia, espero que, algún día, previas consideraciones y adecuaciones en el trato, los animales vuelvan al circo, porque de lo contrario, los niños de hoy ya no conocerán a tanto animal salvaje si no es en la barajita de un álbum o en un documental de National Geographic.

Y de esa manera, el circo recuperará las glorias de siempre.