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ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Jabalíes


Sábado 25 de Mayo de 2019 8:07 am


SON fuertes, feroces cuando son convocados a pelear y dados a procrear. Gregarios, forman manadas grandes que lidera una hembra, tras de la cual caminan los machos y las crías. Pecaríes de collar les llaman por el círculo de pelaje albo que les rodea el cuello, aunque en Colima los nombramos jabalíes. 

A pesar de su apariencia porcina, no son familiares de los cerdos domésticos. Su nombre científico es Pecari tajacu. Habita desde el sur de Estados Unidos, casi todo el territorio de México, Centroamérica y Sudamérica hasta el norte de Argentina. En el sureste mexicano vive otra especie de jabalí, el de labios blancos, más grande que el nuestro, cuyo taxón es Tayassu pecari ssp. rigens, que se encuentra en peligro de extinción, según la Norma Oficial Mexicana 059. Una profusa e hirsuta barba blanca le da su nombre común, de labios blancos. Hay clasificadas 16 subespecies.

A veces, se les confunde con cerdos salvajes, aunque no lo son, si bien su cuerpo y su cabeza, con una trompa similar a la del puerco doméstico, propicia que se les considere así. Incluso, en algunos lugares se les llama chancho (puerco) de monte. Pertenecen a una familia zoológica distinta y hasta distante. Especies y subespecies de pecaríes forman su propia familia en el reino animal.

En Colima es abundante el jabalí. Se les puede observar en los llanos, sobre todo en las plantaciones de frutales que les atraen. Los cultivadores de papaya padecen de vez en vez la invasión de grandes manadas de estos bichos, que por desenterrar la raíz de la planta, la derriban. También incursionan en maizales, cañaverales, hortalizas y sorgales. Habitan cerros y montañas, lo mismo en los bosques subtropicales que los templados, incluso los encinares que crecen arriba de mil 800 metros de altitud sobre el nivel del mar.

Son feroces, decía antes, pero no suelen atacar a las personas, salvo que se les acose hasta obstruirles cualquier ruta de escape. En tal caso, embestirán al acosador y lo atacarán con sus filosos colmillos. He visto muchos perros de caza con grandes heridas en la cara, las piernas y el vientre, cuando la jauría los rodea y alternadamente los canes los muerden. En esa circunstancia, no les queda sino pelear por su vida, aunque casi nunca escapan, sobre todo cuando los perros son valientes. En ocasiones, uno de la jauría resulta muerto.

Cortos de vista, los jabalíes poseen un sentido del olfato aguzado y un oído fino, que les permiten advertir peligros. Cuando se percatan del riesgo, toman otra ruta en su camino que los lleve por seguro a los sitios de alimentación y a los abrevaderos, donde además de beber suelen revolcarse en el lodo para refrescarse y desprenderse de los parásitos que los torturan, como pulgas, güinas y garrapatas.

Hace muchos años, dos décadas al menos, cazábamos venado fareando. Encontramos una manada de pecaríes y abatimos uno. Lo subimos a la camioneta y kilómetros adelante, decidimos detenernos. Varios nos recostamos en la caja del vehículo en torno al bicho. Más tardamos en encontrar una posición cómoda que en levantarnos disparados porque nos invadieron las pulgas que saltaban ya del cadáver en busca de sangre nueva. Los torturados fuimos los cazadores.

Casi siempre, se prefiere cazar hembras, porque su carne carece del olor a almizcle que el macho tiene. Es verdad que la jabalina no tiene ese tufo y es de mayor tamaño, de modo que aporta más vianda. Sin embargo, a la del macho se le puede quitar la hediondez de diversas maneras. Una es dar la primera cocción en agua con un poco de cal y luego tirar el líquido para agregarle nuevo. También se coloca la carne fresca destazada a marinar en vino tinto en refrigeración durante la noche previa a cocinarla. Por supuesto, se echa al caño el vino utilizado y se lava con agua limpia al animal. Un tercer método lo aprendí de unos campesinos. Se trata de destazar el jabalí con al menos dos cuchillos. A cada corte de piel, se enjuaga el cuchillo en agua limpia mientras se usa el otro, y así alternadamente. Lo importante es evitar que al copinar el pecarí, el pelo toque la carne y la impregne del olor. Se requiere mucho cuidado y paciencia, pero resulta. Y si se procede luego con los métodos anteriores, mejor.

Como estos bichos se reproducen en cantidad tal como si el planeta fuera sólo para ellos, cazar hembras no afecta las poblaciones. Tampoco deja a las crías en desamparo, ya que por el fuerte espíritu gregario del jabalí, las hembras sobrevivientes adoptan a los lechones huérfanos, que son protegidos por la manada entera. A eso se debe, digo yo, que las poblaciones se expandan.

Hay, sin embargo, otro factor de primera importancia. Las bajas poblaciones de jaguares y pumas en Colima propician la abundancia de jabalíes, pues éstos son las presas preferidas por los grandes gatos. Sin más depredadores que los cazadores y en condiciones de alimentación adecuadas, proliferan. Los pecaríes comen frutos, raíces, pastos, insectos, reptiles y pequeños vertebrados, de modo que disponen de un amplio menú que los mantiene en buena forma todo el año.

A falta de poblaciones numerosas de grandes felinos que controlen las de jabalíes, los cazadores pueden suplirlos en esa tarea. Se requiere aumentar el número de cintillos (licencias) de caza de pecaríes, antes que de invadan zonas urbanas o el daño a la agricultura resulte pernicioso. Una sola manada puede acabar con una hectárea de milpa en pocos días.

Al regular las poblaciones mediante la caza, la convivencia entre pecaríes y humanos puede ser más sana.