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Sabor colimote



JULIO IGNACIO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 25 de Mayo de 2019 8:01 am


HABÍA pasado más de un año de la última visita. No había urgencia por regresar a mi origen. Sin dinero ni tiempo, la escuela y el trabajo me detenían en la gran ciudad. Encontrarme con lo mío era una decisión sencilla.

¿Qué me obliga a ir? Nada ni nadie, pensaba. Había algo que no podía explicar, una oculta razón en mi aventura juvenil para regresar un rato a mi triangulito terrenal.  

En la veintena de años, sí extrañaba a mi familia y me comunicaba periódicamente por los vetustos teléfonos negros y pesados, tenía presentes sus voces y sabía, antes de radicarme en el otrora DF, que así sería. Me aguantaba.

Recordaba el aroma del trópico, la humedad del verano eterno, los humos de la quema de estopa para ahuyentar los moscos. Los caminos entre palmeras retorcidas por los ciclones tropicales, ese mundo común en las costas mexicanas, excepto en el noroeste, donde la aridez cierra el paso al verde eterno.

Veía las oscuras playas de arena negra que el volcán pintó con sus erupciones, recordando su poder, su dictadura y propiedad de Colima; si se enoja hará con nosotros lo que se le antoje. Estamos en sus dominios.

Gozamos al surcar las tierras de palmeras para llegar al océano y rondar por la negra playa, dejando nuestras huellas y escritos los mensajes de paz, amor y deseos por un futuro mejor. El mar los borrará al subir la marea porque así lo manda la luna.

Sentía las noches calurosas y el canto de los grillos, el vuelo y gritos de los murciélagos esparciendo las semillas para garantizar la permanencia de cualquier especie de flora, esa gran obra natural cuya faena termina casi al salir el sol del nuevo día. 

Entonces, ubiqué lo que me faltaba. La vida cotidiana en la gran ciudad, entre el trabajo y la escuela, marcaba el ritmo de la imprescindible comida, con frecuencia imposible a fines de quincena. 

Sí comía y me adapté al sazón chilango, no tenía alternativa. Lo comparé con todos los del rumbo ubicados en la diadema que cubría al DF, los del sur, del norte, de todos los rumbos del México nuestro. A mi edad de entonces, entendí que me faltaba la fortaleza de la comida casera de mis rumbos, del sazón único de la mano colimota.

Y un buen día me subí al autobús y en 14 horas llegué al calor y faldas de los rumbos del volcán, el imponente abuelo de todos quienes hablamos cantadito, como me dicen en mis recorridos por el México nuestro.

Me desquité con fiereza. Muy de mañana comí menudo blanco, tortillas de maíz y café. Rematé con una gaseosa. Sentí el retorno a mi origen, el ruido urbano, las pláticas cantaditas, todo me aterrizó en familia.

Serían 2 días para fortalecer mi identidad culinaria. Al medio día corrí a saborear la birria de chivo horneada, decían. Lo que fuera, estaba riquísima. Mi estómago no protestaba, a esa edad uno aguanta cualquier alimento que se vuelve nutritivo, pensaba. 

De noche, mis hermanos Beto y Jaime me invitaron a comer tacos frente al caído Cine Juárez. Esas taquerías ya no existen, tampoco los amigos taqueros. Comí como nunca, los disfruté poco a poco. La delgadez de mi cuerpo de estudiante más pobre que hoy que soy trabajador, esa noche quería protestar, como diciendo ya es mucha comida. Y sí, sabía que al regresar al DF extrañaría esos volúmenes de comida y el perfecto sazón colimote. Mañana, me dije, rematamos con sopes gordos y sopitos, antes de subirme al camión y concluir esta gira culinaria.

Regresamos a casa, doblé mi ropa recién lavada. De pronto, mi estómago protestó, se retorció mil veces. Un intenso dolor abdominal me dobló. El baño me acompañó largo tiempo. A la una de la mañana paramos en la Cruz Roja, una inyección en la vena calmó mis dolores y unas pastillas deberían detener mi diarrea y matar los supuestos bichos.

Me estacioné unos días en Colima hasta recuperarme. Por la comunicación lenta y tardía, perdí mi trabajo, aunque me reubicaron en otro con menos paga. También perdí el cariño por mis debilidades culinarias. Ya lo recuperé con mayor fuerza y adoro mi comida con sabor colimote. 


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