Cargando



Psico-tips



GERARDO OCÓN DOMÍNGUEZ

La chimistreta y la chafaldrana


Domingo 26 de Mayo de 2019 7:55 am


SIEMPRE me ha parecido curioso cómo miles de personas estamos dispuestas a mandar a nuestros hijos a la escuela. Una pregunta pertinente es, ¿para qué los mandamos? ¿Los mandamos para que aprendan nuevas habilidades, o los mandamos para no tenerlos en casa?

Conforme avanzamos en la escuela, debemos aprender nuevas palabras, lo que irá modificando nuestra forma de expresarnos, idealmente. Aunque algunos presentamos más resistencia al aprendizaje que otros. Hay tres grandes grupos de esto: los que mantienen el mismo vocabulario en la casa y en la escuela; los que aumentan su vocabulario radicalmente; y los que hablan tantito como en casa y tantito como en la escuela. ¿A qué se debe que exista el primer grupo? ¿Incapacidad para aprender? ¿Vergüenza? No obstante, quiero explorar un grupo en que los padres nos encargamos de bloquear y cancelar este crecimiento. Los denostamos con algunas expresiones como “esa palabra seguro la aprendiste en la escuela”; “no hables con palabras raras porque no estás en la escuela”; “ya porque lees libros te crees muy muy”. La excusa oficial es con que se entienda, utilizando palabras parecidas o sustituyéndolas por otras menos apropiadas.

La variedad es inmensa, pero el resultado es el mismo. Tenemos a millones de personas que sufren de problemas de comunicación, asumiendo que los demás tienen la obligación de entendernos porque nosotros no tenemos el privilegio de la educación. Andamos por la vida pidiendo que nos vendan la chunchita que está en el d’ese. Vamos a una ferretería o refaccionaria a pedir la cosita que va conectada en la cuchufleta, porque la chimisturria hace ruidos raros como churruminos. Le mostramos los dedos para indicarle el tamaño aproximado de la pieza. Después de todo, si quieren vender, tienen que atendernos… así que el empleado invertirá 20 minutos de su trabajo para vendernos una chaveta y una tuerca, que no nos servirá porque quedaron muy grandes, así que, ahora, con todo y pena, tomamos la pieza original y la llevamos a otra refaccionaria para que nos la vendan, porque qué pena visitar el mismo lugar dos veces… ni que fuéramos mensos (o ignorantes).

Otras imprecisiones ocurren cuando tenemos que dar una dirección o quedar en una cita temprano. Podemos decir cómo llegar, pero no la dirección exacta. Decimos que llegaremos temprano, pero nunca una hora precisa, porque no sabemos lo que se vaya a atravesar. Además, ¿qué carajos significa temprano? Para mí, que me levanto a las 7, madrugar significa levantarme a las 6 o antes. No es que no pueda, sino que sale de mi horario de rutina, y por eso es temprano, para mí. Aún así, miles de personas se ponen de acuerdo para verse “temprano” y aunque sean personas con rutinas similares, pero no iguales, y así la espera se prolonga porque ya casi llego, estoy aquí a la vueltita (de mi casa, ja, ja, ja, ja).

Un amigo pedía a su ayudante la chafaldrana de allá. La chafaldrana podía ser una cuchara de albañil, pala, cajón para mezcla, hilo, martillo; dependía de lo que estuviera haciendo en ese momento. Así que además de insultarlo por darle la chafaldrana equivocada, le decía que tenía que maliciarla, o sea, adivinar lo que va a hacer a partir de lo que está haciendo, para darle la herramienta que va a necesitar. Así no se puede.

Lo feo: Si no sabemos lo que pedimos, recibiremos lo que no queremos. Lo bueno: Si al menos procuramos preguntar cómo se llama lo que compramos, incrementaremos nuestro acervo personal y nuestra habilidad de comunicación. Lo chundo: Necesito una chunche que me ayude con los significados de las palabras… diccionario, le dicen.

¿Cómo se soluciona esto? El hambre de aprender, o cuando menos, la decisión de ser un poquito menos ignorante que ayer, y evitar contradecir lo verdaderamente aprendido por nuestros hijos.

Si deseas que escriba de algún tema, asesoría, dudas o comentarios, puedes contactarme. Psico-tips está en Facebook.


*Psicólogo


Whatsapp 3121206867