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SERGIO BRICEÑO GONZÁLEZ

Macromorena


Martes 18 de Junio de 2019 7:18 am


ADEMÁS de servir como termómetro de lo que ocurrirá en la escena política nacional, la elección de la dirigencia priista servirá para reordenar una parte del intrincado panorama de la toma de decisiones en el ámbito mexicano que se está desbordando ante la negativa de una parte del empresariado a sumarse al proyecto de Nación que encabeza el Presidente de la República.

Al margen de que Alejandro Moreno sea considerado como una figura cercana al tabasqueño que manda en Palacio Nacional, lo cierto es que la reconfiguración de las plataformas partidistas y en especial la del tricolor, sugiere el inicio de una nueva etapa en las distintas que conforman el periodo de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, urgido ahora más que nunca de un respaldo partidario de un abanderamiento que no se encuentra en la esfera de su idiosincrasia pero con el que comparte un ancestral ADN.

Un priismo que emigró hacia Morena hace unos meses está a la espera de que sus ex compañeros también asuman la responsabilidad de poner a México primero y procurar que le vaya bien a su Presidente para que le vaya bien al país. Bajo este esquema, es indispensable que en la elección interna del tricolor que tendrá lugar en estos días, se efectúe un armisticio y se empiece a trabajar en pos de un verdadero cambio, que debe ser de fondo y que implica no sólo la renovación de los modos de hacer política, sino la reestructuración a nivel global de las instituciones, cuya manufactura es responsabilidad de ese PRI que ahora se encuentra en una situación opositora, que encima de todo tendrá que aprovechar para abrir espacios de diálogo con el Ejecutivo federal.

Los comicios serán distintos en un PRI donde la cabeza visible se encuentra disuelta no hoy, sino desde hace por lo menos 6 años. Ni siquiera con un Presidente emanado de este agrupamiento fue visible la mano dura que se requería para la creación de liderazgos, lo cual repercutió en el resto del país, propiciando en las entidades un desasosiego y una rispidez, cuyo correlato lo estamos viendo hoy: millones de priistas encaminados al desfiladero finalmente se detienen y reflexionan sobre la posibilidad de ser un contrapeso al gobierno de López Obrador y lo que antes fue una verdadera solución, es decir, abandonar el barco para reforzar el programa obradorista, hoy se contempla como el fiel de la balanza.

Habrá que esperar unos meses para saber si quienes votaron por el tabasqueño se equivocaron o era cuestión de paciencia. Y entre quienes sobrevivan a esta prueba de fuego con implicaciones económicas, de cordura y sobre todo de culpabilidad, se las verán con un esquema de gobierno, si atendemos a las promesas de López Obrador, radicalmente distinto al que nos tenía acostumbrado el PRI y el PAN. La grieta entre una y otra forma administrativa será la clave para la continuidad de un proyecto nacido hace 25 años y apenas hoy concretado a tropezones y golponazos.

Muy pocos priistas quieren que Alejandro Moreno haga realidad la pesadilla de que el tricolor se convierta en satélite de la Presidencia, pero ¿no era eso precisamente lo que siempre fue el Revolucionario Institucional, un palero de lo que dijera el “máximo priista de la Nación”, que no era otro que el propio líder del Ejecutivo? El deseo de independencia, la radicalización de la democracia en las entidades federativas y sobre todo la inexperiencia priista para vivir fuera del presupuesto, orillarán a este abanderamiento a acogerse a la figura presidencial y propiciar, con ello, un puente de negociación entre López Obrador y ese otro PRI que nunca se llevó bien con el ex presidente Enrique Peña Nieto, a quien responsabilizan con evidente obviedad de la implosión del núcleo duro de este partido.

Si queda Alejandro Moreno ya no habrá un priismo como lo conocemos. Lo que resultará de la fusión entre éste y Morena será de pronóstico reservado, pues ocasionará microcismas que podrían, en el mediano plazo, fortalecer a otros partidos que, como Movimiento Ciudadano, se promueven como las únicas siglas donde no caben los radicalismos, pues según ellos no son chairos ni fifís. ¿Entonces qué son?