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Innovemos algo ¡ya!



MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA

La resignación tatuada


Domingo 07 de Julio de 2019 7:29 am


¿ACASO tú, te has atrevido a mirar la muerte desde su esplendor? A veces sucedía que queriendo explicarme la muerte de un ser querido, me crecía la superstición. Y si me voy más atrás, me veo siendo una niña con miedo a la muerte.

La primera vez que me topé con la tilica y flaca, y empecé a ser consciente de que morir es no regresar, y que, además, implica dolor y confusión, fue hace ya algunos años, quizás más de 40, cuando durante un viaje a tierras lejanas, un niño oriundo de aquel lugar enfermó de meningitis. Recuerdo pensar que era yo parte de una película de terror, y aunque no entendía bien lo que pasaba, el sigilo y gestos de los adultos circundantes, me convencieron que enfermar y morir era algo muy, pero muy malo.

Sin vacunas disponibles, con el niño que no mejoraba y quien finalmente falleció, tengo claro los recuerdos de temor e incertidumbre. Nunca antes había visto yo un muerto, menos sabía dar un pésame, y para colmo, el muertito era un niño como yo… lo vi desde la puerta de su casa, amortajado, sin cajón, en medio de la sala, con una moneda en su boca y una especie de venda, como la de las paperas deteniendo su mandíbula. Las nevadas de aquel lugar, alejaron la ayuda y se decía que todos estábamos en riesgo de contagio. Simplemente me horroricé en un miedo que estuvo por años. Tardé en tomar valor para reflexionar, tratando de desmenuzar algunos de los muchos misterios y preguntas sin respuesta que circundan a la muerte, y lo logré, un día el miedo se fue.

Los años pasaron, y viví todo tipo de pérdidas que fueron desde amigos accidentados, historias trágicas, parientes queridos y lejanos que morían; con la muerte de mi pareja en el año 2000, y la trascendencia a luz eterna de mi papá hace casi 4 años, mis duelos me provocaron a buscar respuestas, entendimientos y aceptación de todo aquello que no puedo cambiar. Como cuando él murió inesperadamente y me vi sola, sin ganas de vivir; con la incertidumbre de un total quebranto, tuve que aprender a revivir, hasta comprender que la vida y la muerte son un binomio, y que van de la mano.

Un buen día, después de un tiempo conocí el consuelo, así, sólo llego y se instaló; el dolor se hizo incertidumbre para migrar a un reclamo, permitiéndome crecer en un laberinto a ser superado, hasta que en la aceptación de lo que no podemos controlar, me llegó la humildad, y con ella se instaló la paz obligada para una buena empatía.

Un día, con la amenaza de madurez y con la resignación tatuada, noté que al vivir estamos muriendo un poco más en cada instante, que morir es vida eterna, y que mientras nos vamos muriendo, tenemos todas las oportunidades para elegir entre amar o temer; entre Baal o Jehová; entre azul y buenas noches, y entre servir al bien común o estafar para comernos todo el betún.

Y es así como llegué a querer crecer, para servir. Hay un área de estudio de la muerte conocida como tanatología, misma que va mucho más allá que soltar un puñado de globos blancos. Es un estudio formal de la muerte y sus procesos, de los duelos, y del cómo podemos, con un buen acompañamiento y una escucha activa, entre otras actividades de profundo amor y respeto, ser agentes de consuelo, semillas de esperanza y luz en medio de la dura oscuridad de un duelo, para esa persona que hoy tiene un penar, como el que ya me tocó llorar.

Conocer y ofrecer un adecuado acompañamiento tanatológico es un deber y un privilegio; un compromiso, un acompañamiento para ayudar a dejar ir al hijo muerto, para sanar un amar mal correspondido, o bien, para aquel buen amor que se puso sus alas y al cielo voló; tarea que requiere estudio y dedicación.

Innovemos algo ¡ya!, nunca te vayas sin decir: “Te quiero”.

Celebro contenta haber concluido ayer, con éxito y junto con mis compañeros, el diplomado en Tanatología Clínica Integral; una mirada distinta para acompañarte a sanar.


*Terapeuta psico-emocional


innovemosalgoya@gmail.com