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Despacho Político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Zapatistas o el ferrocarril


Martes 09 de Julio de 2019 7:10 am


1.- La insurgencia zapatista en el sureste del país ocurrió en una fecha destacada: el inicio de la vigencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte: 1 de enero de 1994. Le aguó la fiesta a Carlos Salinas. 

La reacción del Estado fue inmediata y cruenta. A la guerrilla indígena, le lanzó tropas de infantería, bombardeos de la Fuerza Aérea y, su especialidad, una campaña publicitaria para infundir miedo a la población, de cara a las elecciones presidenciales de 1994. Implacable, la persecución costó vidas y libertades.

A diferencia de otros alzamientos guerrilleros, el zapatismo disponía de una amplia base social organizada. Era mucho más que su vanguardia. Conocía el territorio de su despliegue militar y tuvo habilidad para comunicar ideas políticas, sociales y económicas parte de su programa.

Se replegó a la sierra, pero en las ciudades contaba con un brazo político que lo sustentaba. Se extendió por el mundo. La simpatía se volvió solidaridad y conciencia política: “Todos somos indígenas del mundo”, se leía en una pancarta en Italia, en una manifestación. Más que una frase, se trataba de una idea política, la igualdad del internacionalismo y el cuestionamiento de la discriminación racial. Y sí, donde cualquier persona nazca, es indígena (originario) de ese lugar del planeta.

2.- A lomos de la esplendente cabalgadura del zapatismo, quisieron galopar muchos. Cuauhtémoc Cárdenas fue uno de ellos (también Manuel Camacho, comisionado del salinismo para la paz), igual que numerosos políticos de esa coyuntura, Andrés Manuel López Obrador, entre ellos. Y seis años después, el propio Vicente Fox. 

Todos quisieron domar al rebelde, anclarlo al sistema de partidos que ya había desmoronado a la izquierda ocupándola en campañas en vez de que ella se ocupase de organizar a la gente. A favor del sistema, el señuelo colocado por Jesús Reyes Heroles tuvo efectos devastadores.

3.- Echando mano al lugar común, el presidente López Obrador ha publicado una vieja fotografía en que aparecen Marcos, el subcomandante, Cuauhtémoc Cárdenas, y él mismo. “Una foto dice más que mil palabras”. 

Pues no. Si las imágenes dijesen más que tantas palabras, los noticieros de televisión serían imposibles; las gráficas de los periódicos no llevarían textos al calce; el cine se bastaría a sí mismo sin diálogos y nunca habría subtítulos de traducción de la lengua original del filme a otras. Y, ya puestos en el lugar común obradoriano, preguntaríamos, entonces, ¿qué nos dice la foto de López Obrador con el ex alcalde de Iguala, José Luis Abarca, preso todavía, acusado de coautoría de la matanza de Ayotzinapa? El hoy Presidente minimizó la gráfica. Una de tantas en campaña, dijo. Pero, ¿entonces por qué la que él publica sí vale para interpretaciones políticas?

4.- Desde que se tomó la fotografía con Marcos, dice el Presidente, ya entendía los asuntos de los indígenas. Tal vez. Infiero que ahora los conoce mejor y que puede comprender la necesidad de aplicar los Acuerdos de San Andrés Larráinzar, firmados por el Estado Mexicano y el EZLN el 16 de febrero de 1996, y hasta hoy incumplidos. También puede otorgar amnistía a los presos políticos por luchas indigenistas –no por narcotráfico– y puede ordenar el respeto absoluto a los territorios de los pueblos originarios, como éstos lo demandan.

“San Andrés simboliza ya en el ámbito mundial el incumplimiento de la palabra de un Estado para con los pueblos indígenas que conviven en su territorio, expresa las contradicciones del Estado nacional actual con relación a las etnias que luchan por sus derechos específicos’’, asienta Gilberto López y Rivas, citado en el ensayo Los Acuerdos de San Andrés Larráinzar en el contexto de la Declaración de los Derechos de los Pueblos Americanos, de los académicos Miguel Ángel Sámano, Carlos Durand y Gerardo Gómez, de las universidades Autónoma de Chapingo y Autónoma Metropolitana.

5.- El unilateral acercamiento de López Obrador –hasta ahora sin respuesta del zapatismo– podría ser acto de mera propaganda. O pudiera esconder la intención de neutralizar la oposición indígena al Tren Maya y otros proyectos de infraestructura que invaden tierras y bienes de pueblos originarios. Ese es el estilo de gobernar de López Obrador, similar al del salinismo, primero, y del zedillismo y el foxismo, después, para abordar los asuntos indígenas desde la perspectiva del poder político urbano, centralista a ultranza, con claras señales autocráticas.

6.- Sería sano para el régimen que pretende transformar al país, entender que hay oposiciones que no son de derecha ni conservadoras y que, por lo contrario, se ubican mucho más cerca de los intereses populares que el propio nuevo gobierno. Entender y actuar en consecuencia, empezando por el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés en los hechos, es su obligación.


MAR DE FONDO


** “Reiteramos que nuestra madre tierra no está en venta al gran capital ni a nadie, nuestra existencia no se negocia y por lo tanto tampoco la resistencia de nuestros pueblos”. Así concluye el comunicado del CNI-CIG y EZLN contra la violencia desatada contra los pueblos originarios, fechado el reciente junio de este año.