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Despacho Político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

El correo


Miércoles 10 de Julio de 2019 7:17 am


INVENCIÓN maravillosa, esplendor de entre siglos destinado a la fugacidad, el correo electrónico ha comenzado a declinar. Ocupa su lugar con cada vez más asiduidad, la mensajería de los teléfonos celulares.

Correo proviene del latín currere (correr), de donde pasó al francés courir y al español por la vía del catalán correu. En la antigüedad, al menos dos milenios antes de Cristo, los babilonios crearon un sistema de correo escrito enviado mediante mensajeros que corrían para llevar noticias, avisos o documentos. El mismo sistema utilizaron los egipcios. En la América prehispánica, los aztecas recurrieron a un método similar.

En 1,500 después de Cristo, los rusos idearon el sistema de postas. A distancias de entre 40 y 50 kilómetros, aproximadamente, había postas con caballos disponibles para recambio a gusto del mensajero, quien dejaba la montura cansada y tomaba una fresca para continuar el viaje a velocidad. Había también carrozas.

Llamadas diligencias, en Estados Unidos servían al envío de cartas, dinero y transporte de personas. El ferrocarril agilizó las entregas y desplazó a las carrozas, que ahora se ven sólo en la fastuosidad de las bodas de la realeza y en películas. Protagonizada por John Wayne y Claire Trevor, bajo la dirección de John Ford, La diligencia (The Stagecoach, 1939) es uno de los grandes clásicos del cine del género western, la gran nostalgia de la filmografía épica de Estados Unidos.

Barcos, aviones, ferrocarril y camiones se convertirían en el siglo 20 en los vehículos de los correos nacionales y mundiales. Carga y mensajes. En la literatura, las cartas se convirtieron en recurso narrativo de grandes historias. A medida que el comercio literario irrumpió en la intimidad de los autores –el negocio del morbo y del mismo modo herramienta que ayuda a la comprensión de sus obras– hasta desnudarlos con el irrespeto sólo posible en el interés de vender.

Así ocurrió con la correspondencia de James Joyce, el autor de Ulises, novela que revolucionó la narrativa del siglo 20. Cartas que fueron publicadas mucho después de su muerte, pues sus herederos las guardaron con pudor, debido al fuerte lenguaje erótico de la prosa íntima joyciana. ¿Hay derecho a publicar y leer mensajes ajenos tan íntimos? Quizá no, pero se publican y leen. “Poderoso caballero es Don Dinero”, escribió Quevedo.

Al terminar el siglo pasado, en 2000 (ese año fue el último de la centuria, no el primero de esta), se editaron las Cartas a Clara, la esposa de Juan Rulfo, intimidades, si bien no en el tono de Joyce. [Pronto podremos leer un inédito de Rulfo, dos ensayos sobre literatura brasileña y mexicana del siglo reciente. (El País, 7/julio/2019).]

En Suave patria, el gran poema épico de México, Ramón López Velarde recurre, en el proemio, a una metáfora: “Navegaré por las ondas civiles/ con remos que no pesan, porque van/ como los brazos del correo chuan/ que remaba la Mancha con fusiles”. Los chuanes fueron una familia rural así motejada, insurrecta a favor de la monarquía francesa. Hubieron de cruzar el canal de la Mancha en una barca frágil. Para llevar el menor peso posible, remaron con los fusiles, las culatas como remos, para llevar un mensaje al continente, según lo narra  Jules Amédée Barbey D’Aurevilly  en su novela El caballero Destouches. 

Correos de México, convertido luego en Servicio Postal Mexicano, apenas sobrevive. Tuvo bien ganada fama de oneroso y tardado. Una carta en territorio nacional duraba hasta nueve días en llegar a destino. La mensajería y la paquetería privada, primero, y la internet, después, lo volvieron prescindible. Las cartas, los mensajes, los comunicados, los avisos y muchos otros documentos más se enviaron un tiempo por fax, cuya vida fugaz dio paso al correo electrónico, hoy enfermo terminal.

En la vorágine de la mensajería electrónica donde ahora se envían textos y gráficos de corta vida, que sin duda se pierden como en la antigüedad se extraviaron los mensajes orales, tal vez perdamos una parte considerable de la memoria personal, individual y colectiva. Destellos sin afán de perdurar, con frecuencia nuestras comunicaciones actuales están lejos del resguardo. Claro, la mayor parte no merecería mejor final que la tecla “borrar”. Sin embargo, ¿cuántos textos valiosos se han extraviado en una sociedad que desdeña el testimonio de su propia presencia sobre el planeta?

Ojalá aparezcan los acuciosos, los conscientes de la riqueza cultural que las comunicaciones importantes contienen y se den a la tarea de rescatar y guardar para el futuro, cuando los encuentren, los textos de la buena inteligencia.


MAR DE FONDO


** “¡Noretta mía! Esta tarde recibí la conmovedora carta en la que me cuentas que andabas sin ropa interior. […] Te envío un pequeño billete de banco y espero que al menos puedas comprarte un lindo par de bragas, […]. Me gustaría que usaras bragas con tres o cuatro adornos, uno sobre el otro, desde las rodillas hasta los muslos, con grandes lazos escarlata, es decir, no bragas de colegiala con un pobre ribete de lazo angosto, apretado alrededor de las piernas y tan delgado que se ve la piel entre ellos, sino bragas de mujer (o, si prefieres la palabra) de señora, con los bajos completamente sueltos y perneras anchas, llenos de lazos y cintas, y con abundante perfume de modo que las enseñes, ya sea cuando alces la ropa rápidamente o cuando te abrace bellamente, lista para ser amada, pueda ver solamente la ondulación de una masa de telas y así, cuando me recueste encima de ti para abrirlos y darte un beso ardiente de deseo en tu indecente trasero desnudo, pueda oler el perfume de tus bragas tanto como el caliente olor de tu sexo y el pesado aroma de tu trasero”. (Fragmento de una carta de James Joyce a su esposa Nora Barnacle.)