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Renuncia en Hacienda



RODRIGO MARTÍNEZ OROZCO


Jueves 11 de Julio de 2019 7:19 am


EN una semana llena de noticias importantísimas, tal vez la más destacada ha sido la renuncia de Carlos Urzúa como secretario de Hacienda. Más que la renuncia como tal –algo normal en cualquier gobierno–, lo importante fue la carta en la que explicó públicamente los motivos de su renuncia: discrepancia en el modo de tomar decisiones, imposición de funcionarios sin conocimiento suficiente, supuesto conflicto de interés y la falta de evidencias a la hora de fundamentar las acciones de gobierno. La respuesta de AMLO fue la esperada: respeta la decisión de Urzúa, las renuncias son parte de los gobiernos transformadores, Urzúa quería continuar la inercia neoliberal y tuvo conflictos con otros actores menos dispuestos a plantarle cara al Presidente. El diálogo de este desencuentro nos puede ayudar a entender mejor qué clase de régimen se está construyendo y cuál es el papel de los elementos que lo conforman. Aún es muy pronto para entender a cabalidad esta renuncia, por lo que me limito a unas cuantas notas al respecto.

Una de las cuestiones más evidentes es que desde el principio del presente gobierno, el Secretario de Hacienda no pintaba como uno de los funcionarios más fuertes. Congruente –al menos en este punto– con el declarado fin del neoliberalismo, AMLO rompió con la tendencia histórica de las últimas 4 décadas: la existencia de un titular de Hacienda notablemente más poderoso que la mayoría de sus pares. Actualmente, el único destacado del Gabinete, y en buena medida gracias a Trump, es Ebrard.

Otra cuestión importante que volvió a surgir a propósito de la renuncia de Urzúa es la de la tensión existente entre la comunicación masiva y la técnica. Hace unos meses no entendíamos cómo podían existir dos versiones distintas del Plan Nacional de Desarrollo. Ahora lo sabemos: el más técnico fue elaborado principalmente por Hacienda, aunque fue inmediatamente sustituido por otro que parece más una declaración de intenciones, escrito al parecer por el propio AMLO. En apariencia se trata de un problema de estilo o de lenguaje: alejarse del lenguaje complicado para que el mensaje llegue a las masas. La intención es aplaudible, pero le quita precisión y certidumbre a un documento que tiene la función de ser la hoja de ruta del desarrollo del país. Pero la cuestión de fondo es otra: históricamente, el populismo tiende a sospechar del espíritu ilustrado (como han señalado diversos especialistas en el tema), que en nuestro tiempo se conoce como conocimiento técnico. Por su relación (muchas veces forzada o exagerada) con el neoliberalismo y los tecnócratas, las capacidades técnicas, en el dualismo radical que caracteriza al modo populista de pensar, quedan del lado equivocado de la historia. La técnica es el saber perverso al servicio de una élite económica explotadora.

Sin embargo, más que el caso de Urzúa, hay que remontarnos al de Gerardo Esquivel, férreo defensor de la intervención del Estado en la economía y del Estado vigoroso en general. Ningún neoliberal, pues. Antes de la toma de posesión, Esquivel, profesor de El Colegio de México y formado en Harvard, se perfilaba para ser un protagonista de la Secretaría de Hacienda. Por diferencias con el modo de llevar la política económica, Esquivel se alejó de Hacienda para acabar en el Banco de México. Urzúa es ahora lo que Esquivel se rehusó a ser.

No es la primera vez que AMLO desconfía de la técnica. Debemos dejar de ver esta desconfianza como un mero capricho personal del Presidente o un signo de insensatez, pues nos condenamos a no entender nada. Lo importante es que forma parte estructural del modo populista de pensar. Una vez más: acercarse a la comprensión del lopezobradorismo como un conjunto inconexo de disparates no sirve de nada, ni siquiera para la arenga política. Entenderlo en sus fundamentos políticos debería ser una de nuestras prioridades.