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Momentos



EVA ADRIANA SOTO FERNIZA

La señora de la casa


Sábado 13 de Julio de 2019 7:43 am


“Ay, señora, me traje el exprimidor de limones y se me pasó regresárselo”, me dice mi nuera durante una llamada telefónica –¿o celular?–. Me gusta más escuchar la voz de mi interlocutor que sólo poner unas líneas y recibir otras. Así que me río de la explicación sobre el exprimidor y le contesto a mi nuera: “Mira, por mí ni te preocupes, con la que tienes que disculparte es con Bety, ella es ‘la señora de la casa’ y se ha de haber enfurruñado”. La Bety, como le decimos de cariño, tiene casi todos los años que llevo de casada trabajando con nosotros en los quehaceres de la casa. Es parte de la familia y nos vemos con cariño y respeto, tanto de aquí para allá como de allá para acá. “Muchos años” equivalen a casi una vida de ayuda y compañía, de compartir penas y alegrías y de formar lazos de unión con personas con modos de vida diferentes.

Mi generación ha sido afortunada de contar con la presencia de personas como ella. Nunca, al menos en mi caso y en el de la gente que trato, las hemos visto de otra manera. La vida familiar se desliza con tranquilidad y seguridad cuando contamos con personas así. Nuestra idiosincrasia y costumbres tradicionales han hecho que lleguen a nuestras familias casi siempre para quedarse. Aunque cada vez las “máquinas” y la tecnología están sustituyendo al humano –¿será ésta una nueva “revolución industrial”? Desde la viejita aquella de mi temprana niñez, que –y ésta no es una historia de fantasmas, ¿o sí?– llegué a ver en el antiguo sótano de la casa familiar, y que después mi mamá me contó, que tal presencia había fallecido hacía ya mucho tiempo, siendo la ayuda de la también lejana abuelita. Como se quiera ver, ahí sigue y mora en compañía de los demás espíritus de la familia, que deben andar también por ahí, ya que esa casa fue siempre el hogar de varias generaciones de la rama materna.

Y en esa época de la infancia vive Rosa, otra “señora de la casa” que caminó junto a nosotros hasta después de la adolescencia. No evoco recuerdos de aquel tiempo sin vislumbrarla, rechoncha, siempre con una buena cara y dispuesta a prestarle algunos centavos a mi inquieto hermano, para sus compras de ligas o trompos y alguno que otro dulcecito; obvio, sin que mi mamá se diera cuenta. La recuerdo en la cocina diciéndome cómo voltear las tortillas en el comal para calentarlas sin quemarme, algo que en ese entonces me parecía muy, pero muy difícil. También me enseñó a hacer sopa de fideo a muy temprana edad, algo de lo que me sentía muy orgullosa cuando jugábamos a las “comiditas”. Y las idas con ella al mercado, donde me llegó a comprar aquellas cazuelitas que entraban una en otra, desde la más grande a la más pequeña, haciendo uso del dinero que llevaba para el “mandado”. 

Fue y sigue siendo parte del clan familiar y me queda el consuelo de que tuvo una buena vida con nosotros, ya que llegó a un final trágico en manos del mal hombre con el que eligió vivir. Quizá para borrar ese final tan triste, evoco la imagen de Juanita, quien fue mi cuidadora recién al nacer. Obviamente no la recuerdo de ese tiempo, pero la llegué a conocer de una afortunada manera. Cuando iba saliendo del sanatorio en compañía de mi mamá, después de tener a mi primer hijo, me encontré con ella. Una rara casualidad, ya que Juanita iba a ver a algún familiar hospitalizado. Mi mamá la reconoció inmediatamente, y me dijo “mira, ella es Juanita, la que te cuidó cuando naciste”. Había escuchado de mi mamá lo buena y cariñosa que había sido, así que me encantó conocerla y más en aquellas circunstancias. Pero lo que se quedó grabado en la memoria fue aquel amoroso acto y las palabras que expresó al verme: “Mira nadamás, muchacha, traes un vestido muy destapado, tápate bien la espalda porque si no, se te va a ir la leche”, y me puso un chalecito que traía puesto, hasta que nos despedimos al llegar al automóvil. 

Por todo esto y mucho más, digo que son las “señoras de la casa”, nos cuidamos mutuamente y ojalá que ese respeto y memoria colectiva siga formando parte de nuestra vida. Las cosas irán mejor si nos seguimos viendo como una familia.