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La palabra del domingo



ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ

El samaritano se compadeció


Domingo 14 de Julio de 2019 7:27 am


CUANDO aquel doctor de la ley, a propósito del gran mandamiento, preguntó a Jesús: ¿Quién es mi prójimo? El Señor le dijo la parábola de aquel hombre que, bajando por el camino de Jericó, cayó en manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Varios personajes pasaron de largo sin hacer caso al herido. “Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino, y se las vendó; luego lo puso en su cabalgadura, lo llevó a una posada y lo tomó a su cuidado”.

Cristo nos revela en esta parábola la profunda y verdadera dimensión del amor al prójimo. Todo hombre es nuestro prójimo, especialmente el más necesitado; aquél cuyo remedio en este momento depende de ti.

Bajo el punto de vista egoísta, el prójimo nos complica la vida, quisiéramos tenerlo lejos. Es duro decidirse a curar las heridas del prójimo. Pasamos de largo ante pueblos que padecen hambre. No nos preocupan las injusticias, el cinturón de miseria de nuestras ciudades, la represión, las situaciones de violencia. Ahí está el subdesarrollo que hiere a millones de personas. Ignoramos a ese hombre herido que necesita atención muy amorosa, y seguimos huyendo, sacándole la vuelta.

De esta manera vemos cómo el egoísmo se dedica a construir ciudades llenas de fuentes, de jardines, de lujosos apartamentos, con todos los mecanismos para dar placer, mientras muchas gentes trabajan con salarios infrahumanos. Construimos una gran ciudad para ocultar la verdadera ciudad herida; calles enormes, con muchos lugares de fiesta para despistar a tantos malheridos que nos gritan, que piden justicia, paz, hospitales, escuelas, igualdad de oportunidades.

Hay quienes se preocupan de muchos tecnicismos, sin pensar en la solución de las necesidades primarias. Otros muchos preocupados sólo por la perfección y el éxito del trabajo, que usan a los hombres como si fueran autómatas, como eslabones del enorme engranaje de la producción.

¡¿Por dónde empezar?! Las necesidades del mundo son demasiado grandes para que puedan encontrar solución en los recursos de cada uno en particular. El mal en el mundo es tan poderoso que no puede ser vencido por la bondad de los buenos. Hay fuerzas oscuras contra las que el hombre es, sencillamente, impotente. Es ahí donde más necesitamos la ayuda de Dios para llenar con fuerza el vacío de nuestra incapacidad.

Amigo(a): ¿Nos preocupamos de nuestros parientes pobres? ¿Atendemos a los que nos piden ayuda de trabajo, de recomendación, de consejo, de educación? ¿Destinamos de nuestros ingresos alguna cantidad específica para ayudar a los necesitados, a través de organizaciones serias, honestas, capaces? Hoy es un buen día para reflexionar y actuar.