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De Colima



RAÚL PÉREZ OSORIO


Martes 16 de Julio de 2019 7:18 am


Relato breve de un acontecimiento extraño, 

curioso o divertido, generalmente 

ocurrido a la persona que lo cuenta.


ENTRE las infinidades de acontecimientos que suceden en el transcurso de nuestra vida, me parece saludable, de vez en cuando, narrar un hecho que nos haya impresionado. Hace aproximadamente 42 años, fue la primera vez que fui a la Ciudad de México. Allá vivía un amigo de nombre Arturo López Hernández, que en paz descanse.

Llegué a su casa, descansé un poco y luego me dijo que si lo acompañaba para atender un asunto que ya tenía concertado con hora y fecha. Con gusto lo hice, además, que directamente quería comprobar algunas cosas que yo escuchaba de la Ciudad de México. Llegamos al domicilio de la persona con la que tenía concertada la cita. Entramos a una casa que contaba con un pasillo de aproximadamente 3 metros de largo por 2 metros de ancho. Arturo me dijo: “Espérame aquí mientras trato el asunto”. Tocó la puerta, del interior de la casa le abrieron, fue un señor al cual yo no distinguí. Se pasó y en el momento que se cerró la puerta, como a los 15 segundos se abrió nuevamente la puerta, una señora, que resultó ser la esposa del señor que fue a visitar mi amigo, amablemente me ofreció un vaso de agua, lo acepté y se lo agradecí, en ese momento me preguntó: “¿De dónde eres joven?”. “De Colima”, contesté con toda naturalidad del mundo. Cuando escuchó el nombre de Colima, se le abrieron los ojos de una forma desmesurada, inmediatamente se metió y le dijo a su esposo: “Viejo, ven”.

Me aterroricé porque había escuchado que muchos delincuentes se van de un estado a otro para cometer fechorías, y creí que había removido algún hecho horroroso cometido por alguna persona de Colima. Se asoman esposo y esposa por la puerta, y me dice la señora: “Joven, dile de dónde eres”. En ese momento ya no podía decirle que era de otro estado: “de Colima”, contesté; “Ah, que te cuente mi mujer”, y se metió. Se sentó frente a mí la señora y esto narró: Su hijo estudió para ser ingeniero electricista, terminó su carrera y se fue a Yucatán a prestar su servicio social, pasó como un año y el hijo nunca les habló, la madre empezó a tratar de contactarlo, pero jamás lo logró. Ella creyó que algo grave había sucedido. Un día empacó su ropa y le dijo al marido, “voy a buscarlo”. El esposo le decía que no fuera. “Voy a buscarlo”, dijo. No le quedó otra cosa al hombre, hace equipaje y va hasta Yucatán. Así empezó el viacrucis. Llegaron a una oficina relacionada con la electricidad, ahí les dijeron que hacía como un año que esa persona sí estuvo trabajando, pero que se había ido rumbo a Oaxaca. Pasaron los días y llegaron a ese estado. Ahí les dijeron que se había ido rumbo a Infiernillo, una termoeléctrica que está en Guerrero, y lo mismo sucedió, ya se había marchado para Manzanillo, Colima. Se me olvidaba mencionar que gran parte del trayecto lo hicieron a lomo de bestias.

Llegaron a Cerro de Ortega, luego a Tecomán. De ahí se trasladaron a Colima, se bajaron frente al Centro de Salud, por la avenida 20 de Noviembre, estaba recién hecha la colonia de los Electricistas, mientras esperaban un taxi, salió una mujer de una las casas, les ofreció agua, los señores se sorprendieron, luego sacó una silla para que se sentara la señora, su esposo no aceptó, preguntó la noble señora colimense el motivo de su viaje, y como las mujeres no tienen problemas para la comunicación, todo le contó. Entonces la anfitriona le dijo: “Mi esposo es electricista y trabaja en Manzanillo, ahorita le voy a hablar”, tomó el teléfono y se comunicó, el esposo le contestó que eran miles de trabajadores, pero que iba a tratar de localizarlo. Ahí lo sorprendió la noche, les ofreció una habitación y ahí se quedaron 3 días, hasta que recibieron la llamada donde el señor les dijo que ya lo había encontrado, que ahí estaba.

Inmediatamente se trasladaron al puerto, la madre quería abrazar a su hijo; todo lo contrario, el esposo le quería dar unas cachetadas. Me contó la señora que después, ella venía a Colima y le traía regalos a la mujer que sirvió de nexo para encontrar a su hijo. Esta es, pues, una anécdota que me ocurrió y jamás se me borrarán de la memoria los desmesurados ojos de aquella mujer, cuando escuchó que yo dije: “de Colima”.