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Despacho Político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Tiempo veloz


Martes 16 de Julio de 2019 7:15 am


CUANDO los tecnócratas neoliberales arribaron al poder en el Gabinete de José López Portillo y luego se consolidaron con Miguel de la Madrid en la Presidencia de la República, el discurso político emigró del nacionalismo revolucionario a una pretendida modernidad económica en que la privatización y el comercio sin fronteras mostraban el camino a seguir. 

Se condenaba abiertamente la excesiva intervención del Estado en la economía porque obstruía la inversión privada y, por tanto, el desarrollo económico, según los postulados de los tecnócratas. De la Madrid fincó las bases del libre comercio mediante el Acuerdo General de Aranceles firmado con Estados Unidos. Un sexenio después, Carlos Salinas suscribiría el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, con Canadá y Estados Unidos.

A la par, esa pretendida modernidad requería de democracia electoral y organismos autónomos que rigieran con independencia muchos ámbitos de la vida colectiva sin la intervención del gobierno. Debe entenderse que esos organismos son parte del Estado, pero no del gobierno, pues se les ha asignado la función de contrapesos institucionales de los gobiernos. Son indispensables en cualquier sistema democrático para ir más allá de la democracia en las urnas.

Desmantelar el nacionalismo revolucionario, el viejo régimen, fue bandera de los tecnócratas neoliberales. Tarea relativamente sencilla, se trataba de desmontar un sistema de gobierno desgastado, ineficiente, caduco, surgido de una revolución con la que el ciudadano común se identificaba poco, casi nada. Autoritario, represor, corrupto, el viejo sistema agonizaba, sobre todo después del movimiento estudiantil de 1968 y del brote de las guerrillas rurales y urbanas, que serían abatidas a sangre y fuego.

De De la Madrid a Peña Nieto, con la intermedia alternancia de dos sexenios panistas, el neoliberalismo dio frutos económicos de mediano plazo, especialmente con Salinas: control de la economía, cuidado de la paridad cambiaria con el dólar (excepto con De la Madrid, cuando llegó a 3 mil pesos por dólar), acotamiento de la inflación en niveles tolerables (ninguna economía capitalista alcanza tasa cero de inflación anual) y crecimiento del empleo. 

Enviar el nacionalismo revolucionario al basurero de la historia implicaba, a cambio, medidas económicas duras, acuerdos políticos flexibles, nueva política fiscal y dinero, mucho dinero. Este provino del petróleo. Los mercados internacionales propiciaron alzas de precio que trastornaron los sueños de grandeza del gobierno de López Portillo y salvaron, mal que bien, a los posteriores: los impuestos de Pemex significaban más de 40 por ciento de los ingresos fiscales. Ordeñaron la vaca sin darle de comer.

Los neoliberales cometieron dos errores graves: desmantelaron el viejo régimen político sin construir un sustituto sólido; borraron del mapa político las virtudes de los regímenes predecesores, conservaron muchos de sus vicios y quedaron en orfandad. No puedes derribar la vieja casa sin tener otra de resguardo mientras construyes la nueva. El crecimiento económico les permitió prolongarse. Las quejas sociales eran manejables.

Salinas montó un sistema de subsidios a la creciente pobreza provocada, en parte, por el desmantelamiento de la producción agropecuaria. México dejó de producir suficiente maíz y otros cereales; se destruyeron los ranchos lecheros para importar leche en polvo (negocio de Raúl Salinas) y se compraba carne hasta de Australia en canales congelados ocho años. Son sólo unos pocos ejemplos de lo mucho que aconteció. La industria, en cambio, se desarrolló. Arrasaron al campo y la migración a las ciudades fue masiva y constante; y con ella, se propició la depredación urbana y se preparó un activo caldo de cultivo de violencia.

El punto de quiebre fue la conversión de México de corredor de paso de la droga de Sudamérica a Estados Unidos en intermediario, productor, exportador y consumidor de estupefacientes. Negocio espléndido para el narco, lo fue también para muchos políticos, militares y policías. La vorágine se desató por el asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena, a manos del Cártel de Guadalajara, de donde saldría luego el de Sinaloa. Después sobrevendrían los asesinatos políticos: Luis Donaldo Colosio, Francisco Ruiz Massieu, detonantes de la corrosión del PRI a los ojos de los electores. El sistema se desmoronaba.

La demanda primordial detectada por Vicente Fox en campaña electoral fue la seguridad pública. De entonces a la fecha, se ha agravado. El retorno del PRI al gobierno, en 2012, decepcionó.

La gente se hartó y votó masivamente por Andrés Manuel López Obrador, quien se propone arrasar el neoliberalismo y restablecer la equidad social. Requiere dos logros fundamentales: un crecimiento económico vigoroso y el retorno de la seguridad pública. ¿Podrá? El tiempo corre veloz.


MAR DE FONDO


** “Cuando anochece y tibia/ una forma de paz se me acerca,/ es tu recuerdo pan de siembra, hilo místico,/ con que mis manos quietas/ son previsoras para mi corazón/ Diríase: para el ciego lejano/ ¿qué más dará la espuma, el polvo?/ Pero es tu soledad la que puebla mis noches,/ quien no me deja solo, a punto de morir./ Somos de tal manera multitud silenciosa...”. (Roque Dalton, salvadoreño, 1933-1975. Tu compañía.)