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Escenario político



GABRIEL GONZÁLEZ CASTELLANOS

Contra


Miércoles 17 de Julio de 2019 7:19 am


LA manifestación de la lucha de clases por el poder, no admite actitudes ingenuas de quienes participan conscientemente en ella, sobre la base de intereses de clase. La lucha política, por el poder, es clasista, y en torno a esa realidad concreta ocurren vicisitudes que no se pueden soslayar, mucho menos quienes desde una trinchera partidaria se involucran en sus avatares.

En tal sentido, la visión progresista de la democracia, no es el considerarla como una bagatela fina, que al contemplarla nos entusiasme. Conquistada a un alto precio, por parte de las fuerzas progresistas, la democracia es a la vez el objetivo y el medio. Debe utilizarse como una palanca para ir a más conquistas en la lucha por la justicia social, aliándose con quienes están interesados en los cambios y crear condiciones democráticas que abran la perspectiva de que las masas, accedan a la gestión real de todos los aspectos de la vida nacional. Es sin duda, una apreciación clasista.

Clasista es también la óptica sobre la libertad, pues no consiste en el simple albedrío, ni en la forma de las instituciones políticas o en el mero crecimiento de las capacidades productivas, sino en la capacidad de hombres y mujeres para ordenar las condiciones de su vida, satisfacer sus necesidades y realizar sus aspiraciones.

Los patrones hacen consistir su libertad en su derecho a explotar libremente a sus obreros asalariados y definen como enemigos de ella a los que defienden los derechos de asociación, de huelga, de reunión y manifestación de los trabajadores, de limitaciones materiales y legales a la “libre empresa”, a los monopolios, a los bancos y al capital financiero.

En tanto, los asalariados hacen consistir su libertad en el ejercicio de su derecho a no dejarse explotar por sus patrones y proclaman como defensores de la misma a quienes luchan con los medios señalados contra la explotación.

Lo cierto, en la elección de 2018, se mostró una rebelión electoral que motivó la instauración de un nuevo régimen político, que de inmediato tomó distancia de sus antecesores, en ejercicio del poder. La lucha contra la corrupción es el eje principal con que se han derivado otras luchas, que en conjunto, apuntan a la justicia social, porque hay cambios sustanciales, hay actitud de transformación, hay una revolución pacífica.

Pero también, hay quienes están lastimados en sus intereses de clase y se oponen al nuevo régimen, promoviendo procesos de regresión social. Su objetivo final es restaurar a los gobiernos tecnócratas caducos, recuperar el poder para saciar sus infinitas ambiciones monetarias, acumular riqueza a costa de la penuria de millones, al uso de la corrupción como política oficial. Es la llamada contrarrevolución.

Juzgue usted, amable lector: por un lado, los grandes empresarios y banqueros unidos al capital financiero imperial, el alto clero reaccionario, los medios electrónicos e impresos damnificados por la ausencia de recursos económicos vía erario federal, las burguesías criollas que tranzan con el gobierno que sea, los apologistas y los lacayos de la casta desplazada del poder, siempre dispuestos a romperse la frente contra el suelo.

Por el otro, el resto de los grupos sociales: obreros, campesinos, jornaleros agrícolas, estudiantes progresistas, maestros, jubilados, burócratas, pequeños y medianos empresarios, etcétera, es decir, la inmensa mayoría de la población mexicana.

La contra labora persistente en el descrédito del nuevo régimen, como elemento táctico de su estrategia política. Acude a sus mecanismos de mentira, falacia, manipulación, sobre todo en las redes sociales, con el fin de restarle credibilidad al nuevo régimen popular, vulnerar y disminuir el apoyo de la masa popular, para asaltar sutilmente el poder. Al primer momento de su derrota electoral, la contra inició su trabajo de desestabilización…