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El Borre



PETRONILO VÁZQUEZ VUELVAS


Viernes 19 de Julio de 2019 7:24 am


TRANSCURRÍA la segunda mitad de la década de los años 70, era pleno temporal de lluvias y el casco viejo de la Villa lucía con intensidad los afanes de las familias que en su gran mayoría se dedicaban a la agricultura. Las mulas pasaban por el barrio cargadas con los arados; los lugareños caminaban presurosos rumbo al Tropezón o al Portón con sus aperos de labranza, sus humildes pantalones parchados, otros, de a tiro, con sus garranchos colgando; también pasó El Borre, un adolescente de escasos 18 años, con su caballito y su arado aquel sábado 2 de julio, sin saber que sería la última vez.

El Borre se llamaba Mario, hijo de José Iglesias y Sipriana Tapia, vecinos de toda la vida, era un modelo de muchacho, serio, responsable, callado, amiguero y muy, pero muy trabajador; en tiempo de las salinas ayudaba a su padre en los trabajos del pozo en Cuyutlán, ese año prácticamente se había echado la responsabilidad de la zafra él solo junto con un mozo, ya que su papá se había fracturado una pierna y no podía trabajar.

De cuerpo chaparrito, delgado pero macizo, le decíamos El Borre (apócope de borrego) por su pelo chino; era un jovencito a quien todos queríamos y respetábamos, nunca maltrataba, muy solidario y allegado a la iglesia.

Cuando regresaba de la zafra de las salinas, de inmediato se enrolaba en los quehaceres del campo: ese año, como su papá estaba indispuesto le ayudó a Chilio Orozco, que vivía una cuadra abajo de su casa, El Borre, a pesar de su pequeña figura ya traía tronco de bestias, es decir, ya trabajaba como los grandes, mientras los demás de su camada andábamos en la escarda a pie; para esa ocasión, Chilio estaba trabajando una tabla (parcela) que le había rentado a don Desiderio Silva, El Grande, era una fracción del terreno llamado La Mina de Peña, parte de lo que hoy es la colonia La Comarca.

El día de los hechos, El Borre llegó muy temprano a la parcela, solo, porque Chilio andaba con unos problemillas y no pudo asistir. Ajuareó el tronco de bestias y comenzó a arar la tierra, a mediodía calentó la comida y comió debajo de un gran camichín, cuando terminó guardó las tortillas sobrantes y el traste en el costalillo, lo colgó en una rama bajita y descansó un ratito acomodando una raíz de cabecera. Poco después continuó con su trabajo; a media tarde empezó una llovizna pertinaz acompañada de truenos y relámpagos; en las parcelas de a los lados se veía más gente trabajando, nuestro amigo se dirigió al camichín para recoger las mangas y guarecerse de la que ya era tormenta, de pronto vino lo inesperado, un rayo cayó entre el viejo árbol impactando en El Borre, quien cayó fulminado.

El tronco de bestias arrancó despavorido y gracias a eso fue que llegó unos minutos después mi tío Jesús, que andaba arando en la parcela contigua descubriendo a El Borre tirado, siendo él mismo quien vino hasta su casa a dar la mala noticia. Por la noche, llegaron con el cuerpo en una caja gris, ya estaba el barrio reunido al pie de la casa, conmocionado, en la polvorienta intersección de las calles Aquiles Serdán y Josefa Ortiz de Domínguez. Había lágrimas sinceras, El Borre se había dado a querer con la gente, por eso cuando llegaron con el cuerpo, quién sabe de dónde surgió la opinión que fue avalada por todos los ahí presentes, le pidieron al señor de la funeraria cambiara el color de la caja. Así se hizo, y a El Borre lo velamos y lo fuimos a acompañar con su caja muy blanca, señal del cariño que el barrio le tenía por ser muy buen muchacho.

A muchos años quise platicarles esta historia para que la gente de hoy sepa que en la Villa había un muchacho, como muchos otros, lleno de amor por las salinas y por la labranza, ejes que le dieron vida y sustento a esta dinámica metrópoli. Descanse en paz Mario Iglesias Tapia, El Borre.