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ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Sábado 17 de Agosto de 2019 7:13 am


CUANDO en Colima decimos que alguien “le dio un zoquete” a otro, entendemos perfectamente que le golpeó la cabeza con los nudillos de la mano, en reprimenda. Sin embargo, esa acepción está ausente en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (DRAE), que define zoquete como un trozo de madera o una persona tonta.

El uso que a ese vocablo le damos en Colima es válido, porque la lengua la hacen los hablantes y la Real Academia recoge, cuando le viene en gana, tal o cual término. Entonces, ¿de dónde viene esa acepción que los colimenses le damos a zoquete y a muchas otras palabras?

Proviene de Huelva, provincia de Andalucía, al sur de España, en la frontera con Portugal. Es una derivación de zoco, que José Luis Sánchez-Garrido y Reyes recoge en su Diccionario de la Lengua Bollullera (Huelva) y lo define así: “Golpe dado con los nudillos, generalmente en la cabeza”.

Sabido es que el español de México es más cercano al que se hablaba en el sur y sureste de España, sobre todo en las hoy comunidades autónomas de Andalucía y Extremadura, de donde llegó la mayoría de los primeros migrantes en misión de exploración y conquista, para terminar imponiendo el idioma y la religión a los pueblos originarios. Por su aislamiento geográfico que apenas se rompió en el porfiriato con el servicio de ferrocarril, en Colima se conservan muchas expresiones del español antiguo, modificadas casi todas, pero vigentes.

A las medusas de mar, en Colima les nombramos malaguas, si bien el sustantivo ha caído casi en desuso. -¡Cuidado con las malaguas!- nos advertían cuando entrábamos al mar. Sánchez-Garrido refiere en su Diccionario… el vocablo aguamala para la medusa.

-Quiero unos cabetes negros- podría decir un colimense en una mercería fuera de Colima y nadie le va a entender, a no ser que la tienda esté en Huelva. -¿Unos qué?- le responderían, por ejemplo, en la Ciudad de México, en Guadalajara o Monterrey. Sánchez-Garrido consigna: Cabete, cordón para atar zapatos o botas, que es exactamente el uso dado en nuestra tierra.

-¡Mira cómo vienes todo lampareado. A bañarse y a cambiarse!- me reprendía mi tía Josefa cuando llegaba a casa con la ropa sucia y manchada, no encandilado como venado. Otra vez, el Diccionario… de Sánchez-Garrido nos ilustra: Lámpara, mancha de suciedad en la ropa. El DRAE la registra como sexta acepción del término.

“Ir al mandado” significa salir a comprar víveres para el hogar. También proviene del castellano andaluz, si bien en el resto de España no se usa en tal sentido. El DRAE lo admite de uso sólo en México y Cuba, donde ha conservado el sentido andaluz original.

Corrupción de ictericia, tiricia se conserva en nuestra región y en algunos países de Centroamérica, donde equivale a pereza. En Colima, se dice de un enfermo debilitado, que está “atiriciado”.

Así como el náhuatl, el maya, el otomí y varias otras de las 68 lenguas originarias del territorio que sería México, agrupadas en 11 familias lingüísticas, han aportado vocablos únicos al español que hablamos en México, otros idiomas, como el romaní, lengua gitana también llamada caló, han contribuido al enriquecimiento de la lengua castellana. 

Quienes han visto en televisión al Chavo del 8, recordarán a Quico, el niño mimado que se asumía bordado a mano diciéndole a Don Ramón “¡chusma, chusma, chusma”. Pues bien, esa palabra viene del romaní y significa muchedumbre.

Cuando alguien se ha pasado de copas, desorientado y camina trastabillando, en ocasiones se dice, en Colima, que viene “surimbo”. Quizá esta palabra se originó en sorimbo, que en romaní significa serio. En esa misma lengua, encontramos el mexicanísimo vocablo chinga, aunque allá significa quimera. 

En México, bisbirinda define a una muchacha alegre, en el mejor sentido del término, espabilada y, a veces, coqueta. Tal vez provenga de la modificación de la palabra gitana pispirí, es decir, pimienta.

Es probable que usted haya escuchado la expresión “se fue espichadito”, que refiere a alguien que sale rápido de un sitio. También proviene del romaní espichar, que significa morir. En Colima le hemos dado la acepción del ejemplo precitado: “lo mandé espichadito”.

Más o menos frecuente es, en nuestros días, que a algunas niñas se les imponga el nombre de Tamara. Es eufónico, es decir, suena bien. Pertenece a la lengua gitana, que así nombra a la Virgen María. Extendido el uso, sobre todo en la tauromaquia para nombrar al toro de lidia, del romaní también proviene el sustantivo burel.

Una lengua se nutre de otras y del uso que le dan sus hablantes. La legitiman quienes la usan para comunicarse cotidianamente, no los académicos del idioma ni la literatura ni los medios de comunicación. Sólo el contacto entre culturas arraiga las palabras en el pueblo, de donde suelen pasar a los diccionarios y a la escritura utilitaria o a la estética.

Cualesquiera que sean las palabras con que nos comunicamos, herramientas de entendimiento (o desencuentro, a veces), son nuestras como la lengua toda, una de las más importantes señas de identidad cultural y nacional. Usarlas las preserva sobre todo de la invasión dominante del inglés, el idioma del imperio.