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Sentido común



PATRICIA SÁNCHEZ ESPINOSA

Las mal portadas


Lunes 19 de Agosto de 2019 7:04 am


LAS manifestaciones de colectivos feministas realizadas la semana pasada, como respuesta ante tres presuntos abusos sexuales cometidos por policías a mujeres, tuvieron un eco nacional que ha desatado opiniones tanto de apoyo, como de rechazo. Ante lo anterior y antes de condenar lo ocurrido, existen varias lecturas que deben hacerse.

El primero de los abusos en cuestión habría ocurrido el 10 de julio contra una mujer de 27 años, que fue presuntamente secuestrada y violada en el Hotel Pensilvania, en la colonia Tabacalera. El segundo, al cual se le ha dado mayor publicidad, sucedió el 3 de agosto en Azcapotzalco, donde una menor habría sido violada por cuatro policías a unas cuadras de su casa. El tercero fue el 8 de agosto, cuando un policía abusó de una menor en los baños del Museo Archivo de la Fotografía. Los casos anteriores serían sólo tres de las 25 carpetas de investigación que se han abierto en lo que va del año por abusos sexuales cometidos por policías, de las cuales, de acuerdo a datos dados a conocer por Denise Maerker en En Punto, han sido condenados la mitad de ellos, lo cual indica que los abusos sexuales cometidos por integrantes de la Policía no son casos aislados, sino una problemática que debe de atenderse con urgencia.

El segundo caso, el de la menor abusada en Azcapotzalco, despertó la indignación de grupos feministas y defensores de Derechos Humanos, por el manejo que se hizo del mismo, en el cual, además de haberse “perdido” las muestras de ADN que probarían la violación, se dio una información sesgada a los medios que parecía condonar a los policías. Por otro lado, luego de la primera manifestación del 12 de agosto, donde manifestantes lanzaron diamantina rosa al secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, Jesús Orta Martínez, y rompieron la puerta de cristal de la Secretaría, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, dijo que no caería en provocaciones y dio a entender que se trataba de una conspiración para desestabilizar a su gobierno, lo que despertó la furia de los colectivos feministas, misma que se dejó ver el viernes pasado en la manifestación organizada por algunos colectivos, en la cual se realizaron pintas en monumentos públicos y se regó brillantina rosa.

Ante estos hechos surgió un sentimiento de indignación de la población en general, ante la imagen de los monumentos históricos vandalizados, que condenaron la violencia ocurrida en la marcha y atacaron a las feministas en redes sociales, pero parecieron olvidar completamente la razón que había desencadenado estos acontecimientos, cayendo en una doble moral que condenaba las pintas, pero no decía nada de los números alarmantes de feminicidios y de mujeres y niñas mexicanas que cada día son víctimas de violación, y cuyos casos se mantienen en la impunidad. Sólo el 1.5 por ciento de los casos de feminicidio en México, han sido resueltos.

La violencia jamás será la solución, por el contrario, suele obrar en contra de los grupos que la ejercen, no obstante es importante resaltar que lo sucedido en la marcha es un grito de hartazgo y frustración ante la impunidad permanente en la que permanecen quienes nos violentan, lo que equivale a una carta de invitación a que se nos siga atacando, sin que las autoridades se involucren para poner un alto.

Ayer se anunció que se investigará la posible infiltración de grupos de choque en la marcha, cuya intención era desestabilizar para dar la imagen de una causa ilegítima y así evitar que la sociedad empatice con ella. Un ejemplo podría ser la del sujeto que golpeó a un periodista sin provocación alguna, como es común que hagan los infiltrados. Tal espectáculo tuvo éxito, al ser uno de los ejemplos más socorridos por quienes condenan la marcha, sin mencionar que fue un varón quien perpetró la agresión, a pesar de que los colectivos feministas pidieron que no acudieran hombres a la protesta. La misma presencia de este sujeto era ya un acto de provocación.

A pesar de lo anterior, no se puede asumir que todos los destrozos fueron hechos por grupos infiltrados. Sí hubo un ambiente de enojo en la manifestación y sí existió la intención de vandalizar monumentos públicos, sin embargo, aunque equivocada, es también la reacción de una sociedad cada día más agresiva, ante la falta de respuesta de las autoridades por detener la escalada de violencia contra las mujeres.

Es entendible la indignación de la población, pero ésta no puede estar por encima de la que debe provocar que cada día asesinen a 10 mujeres en México por el hecho de ser mujeres y violen a una mujer cada 40 minutos. Que nos secuestren y nos desaparezcan porque nuestro cuerpo es el parque de recreación de alguien que nos mata para no asumir las consecuencias de su deseo carnal.

Las mujeres hemos protestado de muchas maneras, con marchas pacíficas, mediante el canto, el baile, la pintura, el teatro o el cine. Hemos escrito libros, columnas, consignas y levantado la voz en público, sin que con ello haya disminuido la violencia en nuestra contra. Por el contrario, las autoridades –salvo honrosas excepciones– siguen pareciendo ciegas y sordas ante esta guerra, mientras la vida de mujeres y niñas se convierte en números que engrosan las cifras de las estadísticas. Ante una constante de simulación y de indiferencia, no pueden pedirnos que seamos bien portadas, que guardemos las buenas formas mientras todos los días atentan contra nuestra integridad. La violencia no es la solución, ¿pero por qué sólo se nos exige a nosotras que nos conduzcamos pacíficamente mientras la calle se ha vuelto un campo de batalla del que no sabemos si vamos a regresar a salvo o no?

Si estamos en contra de la violencia tenemos que mostrar congruencia y detener los ataques contra las mujeres, no es congruente atacarnos por ser mal portadas y hacer oídos sordos mientras nos violan o nos matan.