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Innovemos algo ¡ya!



MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA

El amor nunca se va


Domingo 25 de Agosto de 2019 7:12 am


SI hoy Dios me llamase a su lado, llegaría a su presencia con un alma agradecida, con la esperanza de haber sembrado amor, y de haber podido sanar las heridas que yo misma causé a otros durante mi vivir. Sabiendo que todos conscientes o no, damos, tomamos y arrebatamos; confluimos, aprendemos para que al final podamos decir “vivir valió la pena”. Si fuese ya mi despedida humana, quisiera que sepan que si he llegado a la presencia de Dios es gracias a ustedes, su amar y asimismo por el desamor; como sea: ¡Gracias! He aprendido a amar.

El otro extremo de la fecundación es el día en que nuestro cuerpo colapsa por cualquiera que sea la causa y sobreviene la muerte, situación que nos causa profundo temor, el cual, quizás sea por el dolor de perder a un ser querido; por el miedo que nos da el tener que vivir las penas, declives, y dolores de ir a pocos menguando en la vejez o con enfermedades terminales; por la impactante noticia ante una muerte súbita e incluso también nos da miedo que nos pase como a las otras personas en las noticias. La realidad es que la muerte no nos gusta, nos es incómoda y por lo regular nos coloca en un estado de desasosiego. Paradójicamente, el vivir es saber que un día se terminará esta forma de existencia y es especialmente por esa misma animadversión que hemos dejado de ver la vida, vivimos muriendo emocionalmente por no aceptar la muerte.

Asentir a la muerte con sus duelos, sus aprendizajes y sus tiempos nos permite experimentar la vida en el ahora, y no en los supuestos de lo que aún no es. Es sustancial saber que vivimos para aprender a amar, que toda persona está para impactar de una o de otra forma en la vida de las otras personas, que todos tenemos un propósito de vida mayor a nuestros planes y que eso no lo podemos cambiar. Con quienes coincidimos, ya sea de manera breve o por periodos largos sucede en Dios-idencia para ayudarnos a aprender a amar incondicionalmente, con la dignidad de la libre elección y totalmente al contrario de lo que la cultura nos ha venido distorsionando.

Creo que hemos de disfrutar profundamente si queremos y así elegimos hacerlo, de las personas que nos permiten acercarnos lo suficiente como para amarlos tal cual son, con sus defectos y con sus cercanas canas, sabiendo que cuando el otro actúa con desamor o aparentemente en mi contra, realmente lo hace desde su elección individual sin que por ello sea merecido por mí; recordemos que nosotros somos responsables de aceptar o no los malos tratos y que reclamar no es la mejor salida, pero sí lo es comunicar sanamente nuestro sentir y desde ahí decidir.

Amar también se asimila en la frustración, las pérdidas y el dolor; a veces es el aprendizaje de muchas generaciones manifiestas en nuestro ser, es el conjunto de generaciones en nuestra esencia y ADN, que encuentra finalmente culminación en nuestro corazón. Sé que suena complejo, y sí lo es, pero por favor, créeme cuando te digo que vale toda la pena aprender a amar. Es precisamente esto de encontrar lo bueno en lo malo, lo que nos permite conocernos, reconocernos y asumirnos capaces de elegir y de crear lo que en nuestro corazón se guarda; dejar de temerle a la muerte y aceptar que llegará es importante, nos permite saber que desde el yo podemos ser una expansión amorosa hacia y para los demás.

Porque damos lo que somos, nos vestimos de lo que nos decimos e interesa lo que atesoramos en el corazón, es que es importante conocernos y alcanzar a ser un buen viejo, tener las canas como corona de gloria se obtiene cuando el propósito inmerso de nuestros actos ocurre desde un hacer hacia y por el bien común, en la procuración de la excelencia y mediante un caminar en justicia, honradez y virtud. Innovemos algo ¡ya!, hagámoslo todo mejor cada día, porque vivir es alegría. Imagina despertar sabiendo que aunque algo nos duela, el amor nunca se va, sólo lo tienes que poder mirar.


*Terapeuta psico-emocional


innovemosalgoya@gmail.com