Cargando



Sabbath



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Carnívoros


Sábado 07 de Septiembre de 2019 9:16 am


LOS especímenes de homo sapiens somos omnívoros, esto es, comemos frutas, plantas, flores, raíces, semillas, huevos, leche, peces, insectos, crustáceos, moluscos y carnes de otros mamíferos, roedores, reptiles y anfibios para alimentarnos, así como minerales, sobre todo sales. También ingerimos grasas animales y vegetales. Las especies omnívoras tienen más probabilidades de sobrevivir que aquellas atenidas a una dieta más limitada y hasta especializada.

Sobre todo, comemos carnes para obtener proteínas, vitaminas y numerosos minerales. Esas proteínas, como lo expone Federico Engels en su lúcido ensayo El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, permitieron el crecimiento de nuestro cerebro, entre otros beneficios.

Por naturaleza, somos cazadores. Antes, fuimos carroñeros y consumíamos particularmente la médula de los huesos de cadáveres dejados por otros depredadores. Nadie se sorprenda de que hayamos sido carroñeros, pues en nuestros días el consumo de carnes de supermercado son peores alimentos que la carroña. Carnes congeladas por años, pintadas de rojo para volverlas atractivas a la vista, salmones (los de criaderos chilenos, no el salvaje de Alaska) saturados de contaminantes, filetes tratados con productos químicos para limpiarlos, son parte de la dieta común que la sed de ganancia monetaria ha impuesto mediante la transculturización de la alimentación.

Cuando el homo sapiens se convirtió en cazador, comenzó por abatir presas pequeñas. Utilizó piedras y palos. Fueron las armas primigenias. Luego vinieron otras más complejas: lanzas, cuchillos, hachas, arcos, anzuelos y redes. También recurrieron a las trampas, fruto de un ingenio evidente. Entendió que trabajando en equipo, como las manadas de lobos, las probabilidades de obtener carne se elevaban. En ocasiones, tuvo que recurrir al robo de presas a animales más fuertes y feroces, como los grandes gatos silvestres, por ejemplo, a los que ahuyentaba. Todavía hoy, es una modalidad de caza de ciertos pueblos. En clanes y tribus de estadios más desarrollados, se alió para siempre con una especie peculiar: los perros, que son grandes cazadores. 

La anatomía humana está diseñada para la caza. Una de las características de nuestra especie es la colocación de los ojos al frente, como todos los depredadores carnívoros. Eso nos da una visión estereoscópica para ver la profundidad de campo. Dicho de otro modo, para calcular distancias y concentrarse en la ubicación de la presa potencial.

A diferencia de los comedores de carne, los herbívoros disponen de ojos laterales, con una visión de campo de más de 180 grados, para mirar alrededor y ubicar a otros animales que pretenden cazarlos. Observe la cara de una res, por ejemplo, y notará usted la separación entre ojos y cómo se ubican a los lados, no al frente. 

Como muchas especies de herbívoros son más fuertes y veloces que el humano, escapan con facilidad; lo vencen en la carrera, el salto, el golpeo, el olfato y el oído. La inteligencia, la astucia, la capacidad de planear el ataque dan al depredador que somos y a otros carnívoros ciertas ventajas que más o menos equilibran la batalla. Tanto es así que el éxito de los leones ocurre en sólo 2 ó 3 intentos de cada 10.

También hemos sido presas. En la naturaleza, prevalece una combinación entre cazador y cazado. Sólo aquellas especies que se encuentran, de manera natural, en la cúspide de la pirámide alimenticia, también llamada cadena trófica, carecen de depredadores inmediatos. Y cuando mueren, son pasto de numerosas especies.

Eventualmente, los herbívoros son más letales que los carnívoros. El mejor ejemplo es el hipopótamo. Con apariencia de bestia apacible, ese bicho de 4 toneladas de peso, posee colmillos afilados y unas mandíbulas poderosas capaces de trozar en dos a un cocodrilo de una sola mordida. La mayor cantidad de ataques mortales a humanos en África corren a cargo de estos animales que engañan con su apariencia de inofensiva mansedumbre.

Otro herbívoro letal es el toro, sobre todo el de lidia. Un venado puede matar, acorralado, a una persona con sus afiladas pezuñas delanteras más que con las astas. De largos colmillos como cuchillos, un jabalí tiene potencia para herir gravemente a un humano. Un elefante enfurecido, aplasta a una persona.

En nuestros genes, permanecen activos los que regulan el instinto de caza. Como ocurre en todas las especies animales, en algunos individuos cierta parte de la herencia genética está activada, y en otros se encuentra en receso, pero puede despertar en caso de necesidad. Humanos que nunca habían cazado, de pronto lo hacen exitosamente en condiciones de supervivencia, cuando su vida depende de atrapar o no un bicho, sea un insecto, un conejo, un pez o un pájaro, pongamos por caso.

Y como el alimento principal de un cazador es la carne, somos carnívoros por naturaleza, incluso aquellos que no cazan, pero pagan al ganadero la cría de reses y al tablajero y el carnicero por matar en lugar de ellos. Hay personas a quienes les disgusta la cacería y sin embargo se zampan enormes y jugosos filetes con frecuencia sin el menor remordimiento.

Es respetable, desde luego, esa posición propia de una cultura urbana, como lo es la de quienes han optado por la dieta vegetariana que incluye, además de vegetales, ciertos derivados de animales (leche, huevos, quesos) y la vegana, que rechaza la ingesta de cualquier alimento de origen animal, incluso la miel.

Como fuere, los humanos somos carnívoros. Los cazadores tenemos el privilegio, premio a nuestro esfuerzo, de comer carnes orgánicas, no contaminadas, porque devoramos bichos que se alimentan naturalmente.

¿Que la caza es cruel? Sí, sí lo es, como muchas otras actividades humanas. De eso, me ocuparé otro día.