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Despacho Político



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

La fuerza


Martes 10 de Septiembre de 2019 7:06 am


POR la importancia de sus funciones, el Estado está facultado legalmente para utilizar la fuerza, sea física humana o armada cuando los delincuentes se resisten a someterse a la autoridad. Recurrir a la fuerza cuando otros caminos están cerrados, es legal, si bien condicionada a reglamentos o protocolos que indican cuándo se le debe utilizar. No queda al arbitrio del agente del Estado -policía o militar- en previsión de excesos, abusos y delitos potenciales.

Como fuere, la fuerza es imprescindible. Más lo es cuando los delincuentes son peligrosos y disparan armas de fuego o artefactos explosivos contra los agentes del Estado o contra otras personas.

Provocados por los hampones, los actos violentos deben ser reprimidos por el Estado. La ley les reserva a las Fuerzas Armadas ciertas clases de armamento que se supondría superior al del ciudadano que se resiste al arresto. Sucede, sin embargo, que los bandidos, especialmente cuando se organizan para delinquir, suelen portar y utilizar armas de fuego de capacidad mecánica superior al de las corporaciones del orden. En ocasiones, recurren a artefactos propios de la guerra: bazukas, granadas de fragmentación, fusiles de calibre .50, lanzacohetes y lanzagranadas, así como rifles automáticos (llamados coloquialmente “de ráfaga”) y bombas de alta capacidad destructiva. Hasta recurren a la improvisación de barreras físicas (camiones incendiados, por ejemplo) para obstruir la persecución de fugitivos.

Es verdad que la capacidad de fuego de los hampones no lo es todo en el conjunto de operaciones ilegales, pero sí es de evidente relevancia. Las armas se convierten en obstáculo potencialmente letal para impedir que el Estado cumpla funciones de seguridad pública. Son dos opuestos: uno, los agentes que procuran aplicar la ley; otro, los bandidos que intentan impedirlo; exitosamente, en muchos casos.

Peor aun, la violencia delictiva tiene por blanco frecuente a ciudadanos inermes, a quienes la misma ley les prohíbe portar armas. La indefensión plena, porque tampoco el Estado la garantiza.

Es un escenario simple: la fuerza del Estado contra la resistencia violenta de los criminales. Lo hemos visto una y otra vez a lo largo y ancho del país. Casi todos los días, policías y militares son agredidos a balazos por delincuentes. Estamos ante la expresión más abierta de oposición al Estado, la armada, que revela la intención de abatir a los agentes para ponerse a salvo los hampones. Muchos policías y militares han muerto es esas refriegas. También muchos criminales. En ocasiones, hasta gente ajena a la disputa.

Por tales circunstancias, el Estado debe procurar a sus agentes la dotación del mejor armamento disponible y la capacitación periódica para el uso más eficiente del arsenal de las corporaciones policíacas o de los militares. Asimismo, capacitación para el control de las emociones en caso de necesidad de disparar.

El Estado mexicano da insuficiente importancia a esas tareas. La dejadez, la indolencia, la irresponsabilidad dejan a muchos de sus agentes en desventaja frente al hampa. Me viene a la memoria el caso de la “Grande y Felicísima Armada” (la Armada Invencible) de España, que a finales del siglo 16 terminaría por abandonar a su suerte a sus soldados, que hasta de calzado carecían. El derrumbe político y militar del imperio español fue el resultado final de la negligencia del Estado español, con Felipe II al frente, en el mediano plazo.

Hoy, en la coyuntura, es políticamente incorrecto llamar guerra a las acciones del gobierno contra el crimen organizado, generador de violencia. Esa posición se deriva de la práctica de los dos gobiernos anteriores al actual. Eso es lo menos importante. Lo sustancial es cómo va a combatir el Estado a los generadores de violencia criminal. Hasta ahora, prevalece la impresión de falta de estrategia. Quizá la haya, pero se desconoce, a pesar de la importancia descomunal que el Gobierno Federal le da a la propaganda de sus reiteradas intenciones.

Como fuere, lo cierto es que no será apelando a que los criminales piensen “en sus mamacitas”, como dice el Presidente, el modo mejor de abatir la delincuencia. Eso queda bien en un sermón dominical del cura de la parroquia del barrio, no en el jefe del Estado.


MAR DE FONDO


** Si un bandido armado intenta asaltar a una persona inerme, ¿bastará con que la víctima le diga “¡fuchi, guácala!”, para que el hampón huya despavorido?


** “Con diez cañones por banda,/ viento en popa, a toda vela,/ no corta el mar, sino vuela/ un velero bergantín./ Bajel pirata que llaman,/ por su bravura, El Temido,/ en todo mar conocido/ del uno al otro confín./ […] Navega, velero mío/ sin temor,/ que ni enemigo navío/ ni tormenta, ni bonanza/ tu rumbo a torcer alcanza,/ ni a sujetar tu valor./ Veinte presas/ hemos hecho/ a despecho/ del inglés/ y han rendido/ sus pendones/ cien naciones a mis pies./ […] Que es mi barco mi tesoro,/ que es mi dios la libertad,/ mi ley, la fuerza y el viento,/ mi única patria, la mar”. (José de Espronceda, español, 1808-1842. Fragmentos de Canción del pirata)