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La palabra del domingo



ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ

El hijo, la oveja, y la moneda


Domingo 15 de Septiembre de 2019 7:14 am


EL Evangelio de hoy nos habla de la infinita misericordia de Dios que ama al hombre, lo busca, lo protege y perdona al pecador que se arrepiente. Cristo es para cada hombre y para la humanidad entera, el testigo más grande de la misericordia de Dios Padre que nos dio a su Hijo unigénito para salvarnos.

Cristo se retrata a sí mismo en las tres parábolas que hoy nos ofrece: la parábola de aquel padre que recibe con amor al hijo pródigo que regresa arrepentido a su casa. El papá lo abraza, lo besa, le organiza fiestas. “Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”.

Sorprende también la otra parábola del pastor que se arriesga por una oveja extraviada, la rescata y vuelve feliz. La tercera parábola que Jesús nos ofrece hoy es la de la mujer que invita a sus amigas a participar de su alegría porque encontró la moneda de plata que había perdido.

Estas parábolas de Cristo nos hablan claramente de la misericordia de Dios que se compadece del pecador que se arrepiente y pide perdón. El Señor le restituye la gracia, la amistad que el pecador habría perdido para siempre si Dios no lo hubiera perdonado. Y Jesús nos dice que “la mayor alegría del cielo es la conversión del pecador”.

Los fariseos acusaban a Jesucristo de acoger a los pecadores, platicaba con ellos, asistía a sus reuniones, comía con ellos. Ahora vemos que Jesús, después de 2 mil años, sigue empeñado en hacernos sus amigos. Y así seguirá hasta el final de los tiempos. Nos busca, nos habla, comparte su vida con nosotros y nos da ejemplo de lo que nos pide: “que seamos misericordiosos como lo es nuestro Padre celestial”.

Misericordiosos en nuestros juicios para los demás, misericordiosos en palabra y en obras, socorriendo al necesitado, ayudando en la desgracia ajena. Misericordiosos con los enemigos, tal como lo pedimos en la oración: “Padre, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Los pecadores tenemos preferencia en el corazón de Dios y debemos corresponder a ese amor. Es precioso que sigamos nuestro camino de conversión y demos también la mano a los demás, apoyándonos en la oración confiada y frecuentando los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía.

Si queremos ser discípulos de Jesús, no nos quedemos encerrados en casa, esperando que otros vengan. Es necesario salir, compartir, estar con el que busca una mano amiga para acercarse a Dios. Cristo nos ha reconciliado con el Padre y nos ha encomendado el mensaje de reconciliación.

Amigo(a): Jesús nos está esperando pacientemente en la Eucaristía para construir con nosotros la nueva etapa de nuestra salvación.