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El Grito de los símbolos



RODRIGO MARTÍNEZ OROZCO


Jueves 19 de Septiembre de 2019 7:06 am


LÓPEZ Obrador encabezó su primera ceremonia del Grito de Independencia. El contraste con las ceremonias de los gobiernos anteriores no podría ser más evidente, especialmente en cuestiones relacionadas con la legitimidad, la alegría genuina, la austeridad y el uso de diversos símbolos y representaciones.

Las festividades comenzaron con presentaciones de diversas agrupaciones artísticas representantes de la riqueza cultural de México. Nada nuevo, en principio, pero sí importante de acuerdo con el discurso del actual gobierno: sí a la diversidad cultural mientras se integre en una misma idea de Nación en torno a la figura presidencial como síntesis de la histórica tensión entre multiculturalidad, unidad nacional y unidad política.

Las presentaciones de las agrupaciones artísticas se alternaban con la transmisión de cápsulas de contenido histórico, articuladas por un discurso, también histórico, pero claramente orientado hacia la Independencia como proceso de unidad nacional. En dichas cápsulas aparecieron las y los historiadores cercanos a López Obrador: Martha Terán, Lorenzo Meyer, Pedro Salmerón y Paco Ignacio Taibo II. Sin demeritar la importante labor de estos historiadores, la única especialista en el periodo de Independencia es Martha Terán. Evidentemente el contenido de estas cápsulas no era generar el debate entre historiadores de diferentes perspectivas, pero sí hubiera sido interesante contar con otras voces de historiadores especialistas en el tema. Pero el hecho de que aparezcan estos profesionales de la historia y no otros no hace más que confirmarnos el uso nacionalista que el actual gobierno le da al relato histórico. Pero hay que ser justos: una cosa es la historia profesional que hace Lorenzo Meyer y otro el discurso histórico del régimen.

Cuando llegó la hora del Presidente, se le vio caminando con Beatriz Gutiérrez Müller por los pasillos de Palacio sin el nutrido séquito de funcionarios que en sexenios anteriores aplaudían al Presidente en su camino al balcón. El mensaje es claro: el Presidente no necesita el aplauso dentro de Palacio, afuera sí. No es más que una muestra de las formas populistas de la política: hacer evidente ese vínculo directo entre líder populista y “pueblo”, sin intermediarios. Algunos han interpretado este gesto como una confirmación del autoritarismo personal del Presidente, una reafirmación de su sola autoridad. Sin embargo, la respuesta de la gente apunta más hacia la primera idea: hay una sensación genuina de la cercanía del Presidente con “el pueblo”.

Por otro lado, la ausencia de un nutrido séquito de funcionarios representa una transformación en la estética del poder político: ser funcionario no es motivo ni de vanidad ni de ostentación. Los atuendos de los políticos y sus familias no son ya objeto legítimo de discusión. No importan, pues el foco mismo de la gente está justamente en la relación entre líder populista y pueblo. No hay más que celebrar el desplazamiento de la estética política del peñanietismo que, hay que decirlo, nos legó una casa blanca.

Al final, el Grito fue una síntesis del ideario lopezobradorista: la figura presidencial y su contacto con el pueblo, el rescate de la historia nacionalista, la transformación de la estética del poder político, la recuperación de elementos ideológicos “universales” heredados de la Revolución Francesa (como la libertad y la fraternidad), el líder como síntesis y resolución de la tensión entre diversidad cultural y unidad nacional. Qué desdicha la de nuestra historia reciente que una de las novedades es vivir una conmemoración de la independencia encabezada por un poder legítimo y popular. No es una percepción triunfalista, es un hecho. Exijamos que dicha legitimidad se vaya sustentando en un ejercicio responsable del gobierno.