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ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Los ojos en la caza


Sábado 09 de Noviembre de 2019 8:34 am


UN prolongado, en el tiempo, consumo de proteínas de origen animal propició el crecimiento del cerebro humano. Otras experiencias y características como el pulgar opositor en las manos y el pulgar de los pies alineado con el resto de los dedos, aceleraron el movimiento erguido, el aprendizaje, el uso de herramientas y el desarrollo de funciones intelectuales cada vez más complejas.

Conforme desarrollaron más habilidades, varias especies de los homínidos, predecesores algunos de nuestra especie, se volvieron cazadores. Entre ellos destacan el Homo habilis, el Homo erectus, el Homo antecessor, el Homo neanderthalensis y el Homo sapiens en particular. Dejaron de obtener proteínas de la carroña -aprovechaban la médula de animales cazados por otras bestias- para obtener carne fresca matando presas por sí mismos.

Se alimentaban de vegetales recolectados y de carne de caza. El dominio del fuego, que se atribuye al Homo erectus, les permitió cocinar la carne y defenderse de bichos más fuertes.

Una característica común importante en esas especies fue la colocación de los ojos, al frente de la cara. Eso permite y propicia a la vez el desarrollo de la visión estereoscópica, en tres dimensiones. Así, tenemos eso que en fotografía se llama profundidad de campo. No vemos en dos planos, alto y ancho, sino en tres, agregada la profundidad. Miramos hacia adelante, con los ojos más o menos paralelos, con ligeras descompensaciones, y ubicamos a la presa en su justa distancia. En el proceso de la visión estereoscópica, las imágenes que envía cada ojo, se procesan en el cerebro y apreciamos la profundidad, que es una herramienta biológica indispensable en la caza.

Cuando un mamífero herbívoro agacha la cabeza para cortar y engullir pasto, apreciamos la separación de sus ojos. Ellos necesitan ver alrededor más que al frente, para estar en alerta ante un probable ataque de los depredadores.

Por eso somos cazadores. O vemos como vemos porque hemos sido cazadores desde el principio de los tiempos. Por supuesto, para cazar se necesita mucho más que una visión como la humana o de otros depredadores como los felinos, por ejemplo. Pero sin ojos tales, no podríamos cazar exitosa y constantemente. Nuestra especie habría desaparecido.

A partir de la necesidad de conseguir carne para alimentarse y también de reunirse para defenderse mejor, los humanos desarrollamos la sociabilidad. Somos una especie gregaria. Hace unos días, en el Estado de México, se descubrieron los restos de 14 animales gigantescos, huesos de mamut. Para abatir esas bestias, los humanos recurrieron a un trabajo grupal, una emboscada, al diseño de estrategias, esto es, a la inteligencia. Sin inteligencia, no hay cacería.

En la cúspide de las herramientas humanas está el lenguaje. El desarrollo de la capacidad de comunicación contribuyó sustancialmente al éxito de nuestra especie. Hay animales que cazan en conjunto y se comunican para actuar coordinadamente, como los delfines o las ballenas, mamíferos acuáticos. Sin embargo, el lenguaje humano se encuentra en la cumbre de la evolución.

Hoy, somos menos los humanos que cazamos. No lo hacemos por necesidad de alimento, sino por gusto, porque en nosotros pervive, activa, la información genética de nuestra especie. Otros que no cazan e incluso quienes reprueban la cinegética, tienen los mismos genes que los cazadores, pero probablemente en receso. 

Contra lo que sostienen algunos anticaza, abatir animales para comerlos no nos deshumaniza. Por lo contrario, ratifica la condición de nuestra especie, la acción que nos ha puesto en el camino a ser lo que ahora somos. Los no cazadores también consumen carne, pero dejan en otros la responsabilidad de criar animales, matarlos, trocearlos y distribuirlos a cambio de dinero. Otros más no consumen carne, sino vegetales, que ocupan espacio de tierra para ser cultivados. De esos terrenos se alejan muchas especies animales, son desplazadas. Por tanto, sus poblaciones son menores que si dispusieran de esas tierras. Es una forma indirecta de cazarlos, se les merma. Lo mismo sucede cuando construimos ciudades, pueblos, carreteras y otras obras humanas que invaden el hábitat de los bichos. También competimos con ellos por agua y les reducimos la disponibilidad. En ocasiones, chocamos.

Esto es así. Los cazadores disfrutamos del producto de la caza. Nos deleitamos con la vianda. Sin embargo, el objetivo principal de la cinegética no es la carne ni el momento del disparo. Es la acción misma del estar cazando, como lo explica el filósofo español José Ortega y Gasset, cuando se escapa de la urbe y se retorna, así sea temporalmente, al campo, a lo agreste, en una renuncia pasajera al confort citadino y sus ventajas. Es el refrendo de una condición humana esencial: la caza. Acción en que nos guían el instinto, la inteligencia y los ojos de que estamos dotados.